20.25 Quice mujeres hablan de Eva Perón

Lilia Lardone

Fragmento

Algunas reflexiones en torno del libro

La idea de hacer este libro tiene varios años. Surgió en conversación con una de las entrevistadas, Clelia Romanutti. En ese momento, ella leía La pasión y la excepción1 de Beatriz Sarlo, era el mes de julio, y hablamos del destino trágico de Eva Perón. Enseguida aparecieron nuestras experiencias de infancia. Reviví aquella noche de 1952, cuando se cortó la película que estaban pasando en un cine del pueblo y alguien anunció la muerte. Salimos con mi madre en silencio; algunos lloraban, se formaron grupos en las desnudas calles del invierno en la pampa gringa… Mi madre no se unió a los comentarios ni a los llantos. Caminamos hacia mi casa y casi llegábamos cuando me di cuenta de que ella se estaba secando las lágrimas con un pañuelito. Nunca la había visto llorar por otro motivo que no fuera la muerte de mi padre, ocurrida años atrás, y me sorprendí tanto que no atiné a preguntarle nada. Ahí se esfuma el recuerdo, no sé qué pasó después.

Y ese día de julio con Clelia, varias décadas más tarde, pensé que el 26 de julio de 1952 podía ser un disparador para proponer a diferentes personas hacer foco sobre la Argentina de mediados del siglo XX. Sabía que a las 21.36 el locutor Furnot había anunciado la muerte por cadena nacional y que, durante años, Radio del Estado repitió a diario el mensaje: “Son las 20.25, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad”. Sabía también que el hecho irrumpió y marcó nuestra historia, que a partir de ahí comenzó la transformación de Evita en mito, en símbolo.

Sin embargo, la idea de las entrevistas se postergó una y otra vez hasta resurgir en enero de 2010 en un encuentro fortuito con Yaraví Durán, a quien le conté el proyecto. Ella se entusiasmó de inmediato y empezamos.

Así, durante varios meses de 2010, y gracias a distintas vinculaciones, se establecieron contactos con mujeres que recordaban, mujeres dispuestas a dar sus opiniones sobre costumbres de época, modas, rumores, mitología popular y creencias. Se trató de ubicar a representantes de distintas corrientes: peronistas, radicales, intransigentes, conservadoras, de izquierda, independientes… Y también “apolíticas”. La mayoría residía en la ciudad de Córdoba aunque, por sus orígenes, varias se sitúan en el interior de la provincia, o en otros sitios de la Argentina.

En total, con Yaraví realizamos quince encuentros. A la fecha utilizada como desencadenante del recuerdo, las entrevistadas tenían desde sólo siete años hasta casi cuarenta.

Sus palabras, editadas respetando al máximo la frescura del discurso oral, aparecen por orden alfabético de nombres: Adela Elba Rodas (Elbita), Adelia María Moriconi de De la Sota (Mary), Alcira Villegas de Albornoz, Avilia Nieves Rodríguez de Bilbao, Berta Feiguin de Ferrari, Clelia Romanutti, Helvecia Scamara de Gianola, Idilia Palacín, Lucila Nieto, Manuela Allende de Patiño (Nelly), María Echeñique (Coca), María Teresa Morini, Olga González, Rosa Huespe de Morandini, Susana Fiorito.

Las voces de las testigos reales llamaron a las voces de ficción, al recuerdo de obras literarias donde aparecía la muerte de Eva Perón: textos de Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, María Elena Walsh, Copi, Perlongher y Lamborghini, entre muchos otros autores. Fue interesante comparar los relatos de protagonistas y su paralelo en la literatura, en varios ejemplos.

Adela Rodas se conmociona al visitar la cripta que guarda el cadáver finalmente recuperado y lo describe: “Se la veía muy color madera la piel, como estuvo tanto tiempo ‘guardada’ en ese cementerio… Como una virgen, con sus anillos, el rosario de cristal y una túnica blanca, los piecitos desnudos”. En el cuento “Esa mujer”, Rodolfo Walsh escribe: “Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada”.2

Cuando María Teresa Morini habla de los últimos días, dice: “Le empecé a tener lástima cuando me enteré lo de su enfermedad, de que él iba de vez en cuando de noche a saludarla. Iba con una máscara, porque ella tenía un olor muy fuerte por el cáncer. Me contaron que ella lo insultaba al verlo así, también supe que un ministro dijo que tenían que operarla y Perón no le llevó el apunte”. Tomás Eloy Martínez registra esta renuencia a visitarla en la novela Santa Evita: “En uno de los desvelos hizo llamar a su marido y le pidió que se quedara un rato con ella. Lo notó más gordo y con unas grandes bolsas carnosas bajo los ojos. Tenía una expresión desconcertada y parecía deseoso de irse. Era natural: hacía casi un año que no estaban a solas”.3

En La madriguera, libro en el que Tununa Mercado se instala en su infancia cordobesa, se lee: “La noche en que murió Eva Perón mi padre, mi hermana y yo habíamos ido a ver Sunset Boulevard, con Gloria Swanson, en el cine Real frente a la Plaza San Martín. Ahora pienso que en verdad era bastante raro que él nos llevara a ver esa película, de la que no recuerdo más que el título y el nombre glorioso de la actriz, porque cuando apenas había empezado apareció un anuncio en la pantalla que, siendo muy exacto en la hora y en los minutos, en lugar de decir que Eva Perón había muerto, se diluía en un eufemismo, declarando que era inmortal, negando por lo tanto el hecho de su muerte. A las veinte y veinticinco ella había entrado en la inmortalidad y esa indicación tan precisa, para entrar en una muerte hipostasiada, se tornó cotidiana. Todos los anocheceres durante años y años se oía por la radio una señal y después una voz que decía: ‘Veinte y veinticinco, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad’, y pese a que el momento crucial se produjo en el anochecer, la noción que se quería trasmitir era la de una sombra que se había interpuesto a la luz que emanaba Evita”.4 Y la entrevistada Manuela Allende de Patiño coincide en la misma función fallida del cine Real, en la ciudad de Córdoba: “La muerte fue algo que se esperaba. Ese día yo cruzaba la Plaza San Martín para ir al cine Real y dieron la noticia por un altavoz, una especie de radio colocada frente a la Catedral. En ese momento todo era silencio. Hacía mucho frío”.

Y cómo no relacionar la narración de Rosa Huespe de Morandini, de cuando puso todas sus esperanzas en una carta, con la sutil evocación de Leónidas Lamborghini en el largo poema titulado “Eva Perón en la hoguera”. Dice Rosa: “A mí me pareció que podía redactar una carta muy simple, pidiendo el traslado de mi marido Néstor. Invocaba mi embarazo, la falta de agua y las condiciones en que vivíamos. Deposité mi carta en el buzón. A los quince días recibí la contestación de la Secretaría de Transporte: ‘Su carta ha sido receptada y entregada a este Ministerio. Pronto tendrá noticias’. Me quedé esperando. Después llegó la noticia del traslado. No lo podía creer, no lo podía creer… No sé, a lo mejor le tocaría, pero para mí que fue la carta…”. Y Lamb

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos