Piquetes y cacerolas…

Mónica Gordillo

Fragmento

Introducción

“Vamos a establecer definitivamente en la Argentina

la democracia que todos los argentinos queremos,

dinámica, plena de participación y movilización

popular para los grandes objetivos nacionales, en el

marco bien definido pero históricamente flexible

de nuestra Constitución, que garantiza todos

los derechos, todas las libertades, todos los avances

sociales y culturales del mundo moderno, a la vez

que asegura la responsabilidad de los gobernantes

ante el pueblo a través de los mecanismos

jurídicos y políticos de control que la misma

Constitución ha previsto, y de la periódica

renovación de los poderes mediante el

ejercicio del sufragio […]”

Mensaje de Raúl Alfonsín ante el Asamblea Legislativa al asumir como presidente el 10 de diciembre de 1983

La mayoría de los que han estudiado el proceso de reconstrucción democrática que sobrevino luego de la dictadura militar de 1976, acuerda en que las elecciones del 30 de octubre de 1983 tuvieron un verdadero carácter fundacional. En efecto, abrieron una nueva etapa en la vida política argentina caracterizada por la afirmación y revalorización del principio de legitimidad democrática y por la aceptación de los canales institucionales representativos como los más adecuados para la expresión de la voluntad soberana y de sus demandas. El mensaje de Alfonsín sintetizaba lo que algunos definieron como el “consenso del 83”, según el cual la democracia sería el instrumento potente para resolver todos los males heredados del pasado: “con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura….”, repetía el entonces candidato del Partido Radical en su campaña electoral por todo el país, ante una ciudadanía eufórica que el 30 de octubre hizo largas colas de muchas horas para emitir orgullosa su voto.

En contrapunto con esas imágenes, el ánimo colectivo mayoritario en otro octubre, el de 2001, parecía muy diferente:

“[…] Cualquiera sea la decisión del ciudadano encadenado al padrón electoral, el cuarto donde el votante se topa con una gran variedad de ofertas será el más oscuro de todos los que se habilitaron desde aquel remoto y esperanzado 30 de octubre de 1983. Aunque el voto sea positivo su signo será el desánimo, la incertidumbre, el desasosiego, el temor […]”.1

Un poco más de dos meses después, ese malestar colectivo se convirtió en ira popular que al grito de “Que se vayan todos”,“El pueblo unido jamás será vencido”,“Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”, provocó la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa, significativamente del mismo partido que había iniciado la reconstrucción democrática en 1983.

¿Qué había pasado para entonces? ¿Cómo se puede analizar el estallido/rebelión/protesta/violencia de la semana comprendida entre el 13 y el 20 de diciembre de 2001, que podría extenderse hasta el 28 de ese mes cuando se exigió la renuncia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación? El “argentinazo”, como fueron inmediatamente definidos estos hechos, pasó a incluirse así dentro de un pasado reciente jalonado de “azos”,2 denominación utilizada para dar cuenta de acciones colectivas de gran impacto que implicaron a distintos actores sociales en confrontación con las autoridades, con la particularidad hasta entonces de haberse concentrado en espacios locales. De este modo, la primera diferencia con lo ocurrido en diciembre de 2001 parece ser su difusión y dispersión, es decir, el espacio de la protesta fue el escenario nacional, aunque con diferentes magnitudes y actores implicados. ¿Por qué tuvo estas características? Una respuesta rápida y que nos hablaría de otro rasgo de esta acción, sería porque se trató de un golpe al corazón del gobierno nacional y a sus políticas, no sólo un cuestionamiento a las autoridades ejecutivas sino a los tres poderes del Estado manifestado —por ejemplo— en las acciones contra el lugar por excelencia de la representación ciudadana —el Congreso de la nación— y en algunos casos contra las sedes de los poderes locales, así también como contra el Poder Judicial.

Ahora bien, diciembre de 2001 significó algo más que el rechazo coyuntural a los gobiernos de turno. Se trató de formas de ejercicio ciudadano que remontaban a la construcción de injusticias varias tejidas a lo largo de toda la década previa y que encontraron en el escenario crítico de 2001 el detonante y la oportunidad de ser unidas en una trama de sentidos, diversos y polifónicos pero, al parecer, con un destinatario común: los poderes nacionales y locales aun cuando las acciones no se concentraran en todos los casos en las plazas, símbolos de la manifestación ciudadana. Es decir, también en los espacios marginales de la protesta, en acciones que parecían adoptar sus formas más primitivas y elementales, podían encontrarse cuestionamientos a un orden político que parecía haber tocado fondo. Una observación que parece obvia, entonces, es que el “argentinazo” no tuvo una sola cara ni un solo formato. Lo que no resulta tan obvio —sin embargo— es señalar que habría sido la puesta en escena de variadas formas de lucha aprendidas y conformadas en distintos momentos, cuya comprensión requiere de la reconstrucción histórica.

Este libro intentará, entonces, contribuir a reconocer la conformación histórica de los distintos protagonistas que se movilizaron en 2001, de sus conflictos principales y de las representaciones de injusticia construidas, que habrían llevado a la puesta en práctica de diferentes formas de ejercicio ciudadano cuando la oportunidad política lo hizo posible.

Una cuestión inicial es reconocer lo mucho que ya se ha escrito sobre el tema y sobre la conflictividad social que tuvo lugar en la última década del siglo XX, trabajos que aparecen indicados en la bibliografía de este libro. En este sentido se reúnen aportes de diversos autores y avances de mi propia investigación y de la de distintos equipos que, bajo mi dirección, vienen trabajando desde hace ya varios años sobre la acción colectiva en ese período. De este modo, el libro aparece como un intento de pensar integralmente el proceso previo, superando la fragmentación existente en el campo de estudios sobre estos temas.

En efecto, en la mayoría de los primeros análisis realizados casi de manera contemporánea al acontecimiento, el dato más distintivo fue resaltar la novedad de lo ocurrido. Para muchos, diciembre de 2001 marcaba el inicio de un ciclo de movilización en el que la acción directa, la autoorganización y la democracia de base instaurarían una nueva ciudadanía e institucionalidad. Tenía entonces un claro sentido destituyente y —para algunos— instituyente a la vez, dado que parecía haberse abierto el camino hacia nuevas formas de institucionalidad democrática. Son numerosos los trabajos que comenzaron a analizar los cambios organizativos y en las identidades que se habrían operado a partir de entonces, donde lo sucedido en diciembre aparece como una bisagra, como un acontecimiento. Por ejemplo, el politólogo Germán Pérez alude incluso a un término del lenguaje cotidiano, “quilombo”, para dar cuenta del desorden que implicó, apareciendo —según él— como una suspensión en el vacío

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