Del vamos por todo al vámonos todos

Carlos M. Reymundo Roberts

Fragmento

Fue un enfrentamiento brutal, una guerra feroz. Se tiraron a matar…

De un lado estaba Carlos María Reymundo Roberts, periodista del diario La Nación desde hace 32 años, profundamente liberal y editor consustanciado hasta la médula con el ideario de la hoja fundada por Mitre.

Del otro lado estaba Carlos M. Reymundo Roberts, autor, bajo esta firma, de la columna política “De no creer”, que se publica los sábados, desde hace algo más de tres años, en la página 2 de La Nación.

El problema, origen de aquella guerra despiadada, se presentó cuando, después de cierto tiempo y sin que yo —padre de estas dos criaturas— atinara a darme cuenta, el columnista se había distanciado políticamente del editor hasta convertirse en un kirchnerista puro y duro. No es que no haya habido dinero de por medio en esta sorprendente transformación (ya no hay conversiones por amor al arte, convengamos), pero la causa de fondo era más profunda y menos utilitaria. La muerte de Néstor Kirchner y la forma en que su viuda se hizo cargo de la administración del país, aún transida de dolor por la desaparición no sólo del compañero de vida sino de su hacedor y principal sostén político, provocaron en el autor de la columna sabatina un vuelco monumental,primero afectivo y después ideológico.

Como es natural, la convivencia entre el editor y el columnista se tornó inviable. Semejante desdoblamiento de la identidad, una patología profusamente estudiada en el campo de la psicología, tenía que terminar como terminó: a las patadas. El combate tuvo por escenario justamente las páginas de presentación del libro anterior (Aguanten los K, Sudamericana, 2011), que recopila las columnas publicadas hasta entonces. Yo, equitativo, les di lugar a los dos para que dijeran lo que quisieran, pero no hicieron otra cosa que diferenciarse y agredirse, con el evidente ánimo de eliminar al otro, o a los valores que representa el otro. Sobre el final de aquellas líneas simularon una reconciliación, y yo simulé que les creía —lo confieso ahora— porque me parecía espantoso cerrar la presentación con mis dos personalidades tratando de destruirse.

¿Qué pasó después? Bueno, me vi obligado a fijarles normas de convivencia. Cada uno tendría su tiempo y su espacio bien delimitados. Ni el de los sábados se iba a meter con el trabajo del editor, ni éste podía inmiscuirse en “De no creer”. La cosa anduvo más o menos bien —aunque cada tanto se cruzaban en los pasillos y temblaba el pavimento— hasta que apareció el proyecto de este segundo libro. Los dos se sintieron con derecho a decir algo en el prólogo. El columnista, porque eran sus columnas. El editor, porque las columnas se publican en su diario. Otra vez tuve que mediar. Les propuse que dialogaran. Dos periodistas tienen que sentirse cómodos en el formato de una entrevista, argumenté. Aceptaron. Quedamos en que preguntaría el editor y respondería el columnista. Así se hizo. El intercambio, que aquí reproduzco, es, creo, un aporte para entender mejor el conflicto que acompañó y acompaña la radical transformación del país en esta última década.

—¿Qué valor tiene un libro con columnas pagadas por el Gobierno?

—No importa quién las paga, sino que hay un público que las sigue y las quiere ver reunidas. ¿Qué pasa, cuando no te conviene te olvidás del mercado? Qué buen liberal, eh…

—Soy un buen liberal, aunque no sé si tanto como Boudou y Echegaray. También Néstor y Cristina abrazaron el neoliberalismo de Menem. ¿Ya te olvidaste de que en seis o siete elecciones se colgaron de su boleta?

—Bueno, Néstor era un tipo pragmático. Acordate que siempre decía: “Miren lo que hago y no lo que digo”. Cristina es más visceral y más ideológica.

—Ahora está tratando de arreglar con el Banco Mundial, el Ciadi, el FMI, el Club de París y los fondos buitre, para poder volver a endeudarse afuera. ¿Qué ideología aplica en esos casos?

—Realismo: necesitamos dólares.

—Claro, porque fracasó el cierre de fronteras de Moreno, fracasó el cepo y fracasó el blanqueo. No hay caso, la gente no quiere blanquear los dólares. Los prefiere verdes. Te pregunto: ¿no es paradójico que al kirchnerismo le falten dólares, con lo que a Néstor le gustaba coleccionarlos? 

—Eso es un golpe bajo porque él no está acá para defenderse. Además, ya te dije: era pragmático.

—Cambio de tema, y voy a pedirte que seas muy sincero. Estás obligado a serlo porque te conozco muy bien y sé cuando estás mintiendo. ¿Boudou te representa? ¿Boudou es el hombre nuevo, el argentino nuevo que vino a alumbrar el kirchnerismo?

—Bueno, bueno… Vos sabés cómo es la historia: Amado fue el que propuso estatizar todos los fondos jubilatorios. En momentos en que empezaban a faltarnos recursos, al tipo se le ocurrió que podíamos disponer de la principal caja del país. Una genialidad. Esas cosas se agradecen, y Cristina lo hizo su vice. Y si ella lo banca, yo lo banco. Por supuesto, me gustaría que fuera más prolijo con sus cuentas, que pudiera justificar su fortuna, que no confundiera dólares con pesos en su declaración jurada, que no estuviera hasta las manos en la Justicia, que pudiera explicar mejor lo de Ciccone. Siempre es mejor alguien no tan ostentoso, más discreto, que no aparezca en los cables del WikiLeaks hablando mal de las políticas económicas del Gobierno y diciendo que es “desenfadadamente pro Estados Unidos”. Me gustaría que no se ría todo el tiempo, que no gaste un dineral para remodelar su despacho del Senado, que no viaje al exterior con delegaciones propias de un jeque, que no ande por el país tocando la guitarra, que no sea tan insustancial, que se le caiga alguna idea. Pero son detalles. Lo banco a muerte.

—¿Y Aníbal? ¿Y D’Elía?

—En los pliegues de un movimiento de la vastedad del nuestro siempre hay elementos un tanto marginales. Pero ojo: son cuadros. Los banco a muerte.

—¿Moreno?

—Es la muerte, no me lo banco. No estarás grabando, ¿no?

—¿Timerman?

—¡Gran periodista!

—Hablo de Héctor, no de su padre.

—Yo también: gran periodista.

—¿Scioli?

—No quiero mentirte: esta semana no leí el instructivo de La Cámpora, así que no sé qué tengo que contestarte. La cosa con él va cambiando mucho, viste.

—¿Lorenzetti? Ahí te agarré: ¿qué tenés para decir ahora de Lorenzetti, eh?  

—Hay dos Lorenzetti, el que nos destruyó la reforma judicial y el que nos rescató con la ley de medios. Pero en el fondo es el mismo: un tipo al que le gusta más la política que la justicia. No nos costó hacerlo entrar en razones.

—¿Te acordás cuando le mandaron la AFIP para ensuciarlo a él y a sus hijos?

—Toda historia tiene una prehistoria. Yo prefiero recordar el fallo.

—¿Qué lectura hacés de la terrible derrota electoral de octubre?

—Como dijo Menotti, sólo pierde el que traiciona sus convicciones.

—¡Farsante, toda la vida fuiste bilardista! Vayamos a

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