Dudoso Noriega

Juan Sasturain

Fragmento

Una de varias, o lo que cuenta contar

Las historias que creen que merecen ser contadas suelen pelearse entre sí. Incluso —o sobre todo— las que nacen juntas. Cosas de hermanas: se dan codazos ante la puerta entreabierta para pasar primero, se hacen zancadillas para entorpecerse mutuamente. Eso es lo que me pasó desde el principio con estas historias de bañeros.

La primera noticia, de refilón, sobre algunos de los personajes que aparecen en este relato —pasado una vez más por agua— la tuve a mediados de los ochenta, a través del Mojarrita Gómez, el nadador de fondo y aspirante a recordman de permanencia en el líquido elemento de Arena en los zapatos. Incluso llegué a suponer en el momento que el veterano Etchenike había tenido mucho que ver en la resolución de ciertos aspectos de una historia que dura décadas, demasiado tiempo. Pero no es tan así. He podido comprobar que si el veterano participó —y ya verá el lector que en algún momento aparece— sólo fue en forma lateral, como un investigador tardío y a menudo desinformado, años después de que se produjera la desaparición de Salvador Noriega, llamado el Dudoso.

La cuestión es que, aunque tomé debida nota de los recuerdos de Mojarrita, por entonces no hice nada con aquellos datos y referencias que me tirara el inolvidable raidista. Bastante tenía con su enrevesada historia en Costa Bonita.

Después de escribir y publicar Arena en los zapatos, dejé todo. Estuve unos años afuera, viviendo en Barcelona, y cuando regresé para el verano del 92 fui a Mar del Plata como quien se vacuna con una sobredosis de la Argentina. Ahí me encontré otra vez con la historia, pero ya no con chismes y referencias sino con gente: sobre todo Falucho Vargas, el líder del Combo Catarata, un hombre ya grande que buscaba una sombra. Entonces comprobé que sólo hay algo peor que cruzarse con un fantasma: esperarlo y que no aparezca.

Así, para explicar cómo se podía llegar a eso, me propuse escribir La verdadera historia del Combo Catarata. Y la empecé a mediados de los noventa, con el estímulo de Juan Forn, muchas ganas e ideas ambiciosas sobre su desarrollo. Pero quedó ahí —apenas más allá de las veinte páginas en 1994, hace veinte años—, no como un testimonio más de desidia o inconsecuencia sino porque se le cruzó, en el medio y de costado, la otra historia, la del otro bañero, Salvador Noriega. Desde entonces y hasta hace un tiempo, el Dudoso operó como el molesto perro del hortelano, que como se sabe, ni cuenta ni deja contar. Al final, yo mismo no sabía ni qué ni cómo.

Finalmente, un memorioso libro sobre La Feliz y alguna patética lámina veraniega de Medrano para los almanaques de Alpargatas me dieron el clima. Después, el encuentro casual con algunos viejos amigos —viví la segunda mitad de la década del cincuenta en Mar del Plata, de los diez a los quince— me permitió acceder a un puñado de testigos más locuaces que veraces, supongo: cierto historiador artesanal enemigo de Sebreli, un par de alevosos cultores del mito playero de los llamados “Años de Gancia”, un preso consuetudinario de Batán, un viejo fotógrafo al paso de los veredones del Casino. Con la inestable base de esos testimonios —recogidos de primera y de segunda mano durante los noventa—, con el tono diverso de esas voces no identificadas que entraban y salían, armé un incompleto borrador inicial de la extensa primera parte. El lector reconocerá ese material en el comienzo de este relato por el tono coloquial, de chisme o confidencia, de registro de época, que he intentado mantener o —en algún caso— recuperar.

Cuando retomé el texto para terminarlo, para cerrarlo de una vez por todas, sucedió algo que suele: las historias se dispararon. Es que el Dudoso y Falucho necesariamente salían de la playa, y ahí todo se complicaba. Aprendí una vez más que un personaje —si va acompañado de su atento narrador— no puede entrar a trabajar al Cine Atlantic o frecuentar el cabarute El Purgatorio o terminar en la cárcel y volver a su historia personal como si nada. Escribiendo se conoce gente y entre esa gente —antes o después— están las mujeres, claro. Contra el consabido consejo tanguero, siempre hay que hablar de las saludables mujeres. Y entonces, cuando empezaron a aparecer, se impuso la literal Ley de la Selva. Y hubo que arremangarse y contar.

De todo eso ha ido quedando una historia que es una y varias, sobre un tema que la excede, escrita, en su versión final, de a dos o tres saques: durante el verano de 2003 el comienzo, en pocos meses de 2009 un largo tramo, y el resto estos últimos dos años. Es una lástima —o un alivio, acaso—, pero ante la proliferación de historias tuve que elegir qué contar; y puedo asegurar que no siempre supe cómo.

Es que todo no se puede. Por ahora, los avatares del singular Dudoso Noriega se han dejado narrar, un poco desordenadamente, antes. Incluso hay un Apéndice que aporta material documental y textos complementarios, aunque se sabe qué suele hacerse quirúrgicamente con los apéndices. En síntesis: por ahora va la historia escurridiza del bañero más famoso de la Popular; la verdadera historia del Combo Catarata queda para otra vez, que espero no sea nunca.

Lo último y sin contradicción: refutadores de leyendas de estirpe doliniana han demostrado que para la época en que Victor Laszlo tomó el avión postrero con Ingrid Bergman, no había aeropuerto en Casablanca. Y sin embargo, ella se fue y Rick se quedó en tierra. En este caso, que el genuino Juan Carlos García Reig haya escrito excelentes relatos y que Emilio Renzi haya entrado y salido reiteradamente de las ficciones de Piglia y de Mar del Plata, no significa que los que acá así se llaman sean ellos. Por eso, y sin contradicción alguna, no necesito aclarar que en este relato verdadero todo es puntualmente —y por necesidad narrativa— absoluta mentira.

Sin embargo, como suele suceder, hay lectores del original por sobre mi hombro que juran haber conocido al Klondike, haber compartido la colimba con Noriega o haber escuchado otra versión del triste destino de Lito Catoira. Incluso el club de las rescatadas del mar por el Dudoso tiene ahora mismo más de un centenar de socias; lo que es bastante para una leyenda apócrifa de una ciudad que suele escribir sus historias en la arena.

J. S.

Invierno de 2013

“No somos de piedra”, dijo el Lobo.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos