Los últimos días de Eva

Nelson Castro

Fragmento

Todo intento de describir con precisión hechos sucedidos tiempo atrás, por poco que haya transcurrido, resulta una tarea casi imposible. Esta dificultad se acentúa cuando se trata de un acontecimiento al que el devenir de los años y la trascendencia de sus actores le han otorgado un innegable carácter histórico. Contradicciones entre los protagonistas, versiones interesadas, imprecisiones en la información, percepciones instaladas con fuerza en la opinión colectiva alejan insensiblemente de la verdad a quien se propone reconstruirla.

Precisamente, el singular valor del trabajo realizado por el doctor Nelson Castro en torno de la enfermedad de Eva Perón, que culminó con su muerte hace más de sesenta años, reside en el hecho de que el autor ha logrado sortear con éxito esos múltiples obstáculos que fueron surgiendo en su camino. Ha ido reuniendo retazos de esta apasionante trama con una persistencia y una rigurosidad destacables, así como con un conocimiento profundo tanto de los aspectos médicos del caso como de las circunstancias políticas en las que se desarrolló este turbulento proceso. Si bien describe un drama privado, esta trágica historia ocupó el centro de la atención del país y del mundo, y ambas esferas, la pública y la privada, se influyeron mutuamente y determinaron el curso que siguieron los hechos hacia su final inexorable.

Es muy abundante el material documental que relata la enfermedad de Eva Perón, ya que muchos de los protagonistas han dejado testimonios de su visión de lo que sucedió durante esos días, a veces ajustados a la realidad, otras reflejando el “recuerdo” que intentaban legar a la posteridad. La ficción también ha imaginado lo sucedido y confundido aún más la ya imprecisa frontera entre lo que realmente pasó y lo que se ha construido en torno de esos sucesos. Al recorrer ese camino hacia la verdad, jalonado por las acechanzas de lo falso, Castro ha reunido una asombrosa información, en muchos casos expuesta en estas páginas por primera vez, al cabo de una investigación rigurosa que llevó al autor a consultar protagonistas y fuentes originales tanto en la Argentina como en los Estados Unidos de América. La visión caleidoscópica que construye, arroja una luz inesperada sobre muchos aspectos oscuros de esta apasionante historia. Sin embargo, como toda reconstrucción del pasado también deja planteados nuevos interrogantes para futuras investigaciones.

Asimismo, como lo hace notar el autor en su introducción, la historia que despliega ante nosotros, con una pluma ágil y vivaz y manteniendo el ritmo característico de los relatos de suspenso, enlaza el material documental que describe sucesos que parecen ser producto de la imaginación. No obstante, no lo son, ya que allí están testimonios orales, escritos autobiográficos y noticias periodísticas que prueban que esos hechos ocurrieron. También parece pertenecer a la ficción la descripción de la manera en la que se realizó la investigación, suma de casualidades, intuiciones felices y, sobre todo, de ese espíritu de cazador alerta en espera de su presa, que es lo que define a todo buen periodista. La historia de la investigación pasa a ser una “novela” dentro de la “novela”, aunque ni el relato ni la búsqueda que permitieron concretarla sean productos de la imaginación.

Tal vez uno de los aspectos más interesantes de esta atrapante saga resida en el conjunto de circunstancias que condicionan el comportamiento de los médicos cuando sus pacientes están estrechamente vinculados con el poder o, en general, cuando son celebridades. Se trata de una cuestión que ya ha sido motivo de numerosos estudios académicos que han dado origen a la descripción del “síndrome VIP”, es decir, la enfermedad de la gente importante. Efectivamente, el conjunto de opiniones e intereses, de consejos requeridos o no, de posiciones divergentes que se mueven en torno de los poderosos —todo esto favorecido por el carácter intrínsecamente incierto de la medicina— puede tener como resultado que el tratamiento del paciente se demore o se condicione por circunstancias ajenas a las buenas prácticas médicas. El escrutinio público de las actividades que los profesionales de la salud desarrollan en relación con las “celebridades”, mucho más evidente en nuestros días que en la década de 1950 cuando transcurrieron los hechos aquí relatados, llevan muchas veces a que los médicos pierdan la imprescindible objetividad con relación a juicios y conductas.

En este sentido, tal vez uno de los aspectos centrales de este relato sea el vinculado con el rechazo que parecen haber demostrado la paciente y su entorno familiar ante el consejo que le diera el doctor Oscar Ivanissevich, quien, luego de operar a Evita de una apendicitis inexistente en enero de 1950, insistió en que debía realizarse estudios ginecológicos, indicación que fue desoída. Castro se pregunta si Evita podría haberse salvado en caso de haberse diagnosticado y tratado entonces del cáncer de cuello uterino, cuyos síntomas se advirtieron en septiembre de 1951 y que, finalmente, causó su muerte. Es un interrogante que jamás podrá responderse, pero que resume muy acertadamente la idea del autor, quien sostiene que, no pocas veces, “el poder mata”, conclusión apoyada por diversos estudiosos de las circunstancias que rodean a este tipo de pacientes. Tal vez, de no haberse tratado de una figura de la relevancia de Evita, quien según todos los relatos se negó a seguir siendo estudiada por los médicos, una persona en esas condiciones se hubiera operado mucho antes.

Mezquindades, intrigas palaciegas, búsqueda de notoriedad, puja por acercarse al poderoso, vanidades heridas, prestigios amenazados, son todos elementos que rodean la actuación de quienes, de uno u otro modo, participaron en el caso. Sin embargo, sobre todo, queda en evidencia la buena disposición y la entrega con que muchos grandes maestros de la medicina de nuestro país acudieron desinteresadamente a la convocatoria que se les hizo para asistir a una enferma que, en esos años, monopolizaba con su marido el centro de la escena nacional. Con la caída del gobierno, no pocos de sus médicos debieron pagar precios muy altos por haber brindado su ciencia a quien la requería, al dar estricto cumplimiento al juramento hipocrático que todo médico presta cuando se incorpora a la profesión. Dice en uno de sus párrafos: “Juro hacer caso omiso de credos políticos y religiosos, nacionalidades, razas y rangos sociales, evitando que estos se interpongan entre mis servicios profesionales y mi paciente”. Muchos de los protagonistas de esta historia vieron interrumpidas sus carreras profesionales y académicas por cumplir con esa promesa, como resultado de una intolerancia que hoy, a la distancia, felizmente nos resulta inexplicable.

En fin, son innumerables las reflexiones que sugerirán al lector estas páginas. Resulta llamativo el hecho de que Evita nunca supiera que fue operada por un médico al que jamás conoció, con quien nunca intercambió una palabra. La presencia en nuestro país de ese médico, el afamado cirujano oncológico estadounidense George Pack, se mantuvo oculta como secreto de Es

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