Mi hermano el alcalde

Fernando Vallejo

Fragmento

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Perdido en las montañas de Antioquia hay un pueblo que se llama Támesis, como el río de Londres. Sí, como el río, pero en bonito. El río, si les digo la verdad y bien que lo conozco, se me hace triste y monótono, lento, fatigado, sin ganas de vivir, como si arrastrara por la inercia de las edades sus cansadas aguas. El pueblo, en cambio, es alegre y parrandero. Nació ayer y aún no ha perdido la fe ni la esperanza. Haga de cuenta un muchacho de dieciocho años sin pasado atrás que le pese y con un futuro abierto por delante del tamaño de ese panorama de montañas que se explaya desde la terraza de la finca nuestra La Cascada abarcando a Antioquia. Vaya a ver y verá. Lo invito. Con todo y suegra y sus amigos y los amigos de sus amigos y todo el barrio y la parentela a beber aguardiente gratis de cuenta mía y a constatar: la mirada se va como un gavilán, volando, volando sobre el paisaje esplendoroso desflecando nubes.

–¿Y a cuánto queda esa maravilla del pueblo?

–En carro a cinco kilómetros y a caballo a una legua.

–Ah, entonces me voy a caballo que es más bonito y me queda más cerca.

–Sí, a caballo pero a trote lento no lo vaya a tumbar la bestia y después me lo pisa un carro.

–No, Dios libre y guarde. Yo me voy despacito.

–Si usted viene del pueblo, baja; si va al pueblo, sube. Porque esto es así, no hay bajada sin subida y al que quiera que le cueste.

–¡Claro! Que se jodan.

En pendiente, ascendiendo rumbo al pueblo, rumbo al cielo, va la carretera de La Cascada a Támesis entre una nube de polvo pues se les olvidó asfaltarla desde que la hicieron hace cincuenta años, y así cada vez que pasa un carro ¡se levanta un polvaderón! Con dos o tres que pasen en una hora las casas de la orilla quedan bajo un mar de polvo que lo cubre todo: el fogón de la cocina, la mesa del comedor, las sillas del corredor, las camas de los cuartos, las bacinicas de las camas, y hasta el Corazón de Jesús que mantenemos entronizado en la sala con veladora prendida día y noche a ver si nos ganamos la lotería. Bueno, quedan no: quedaban, porque con el nuevo alcalde el problema se acabó: asfaltó la carretera y adiós polvo, asunto finiquitado. Antes de él cada vez que pasaba un carro de las casas de la orilla tenían que salir las mamás o las hijas grandes a mojar la carretera a baldados de agua para bajarle la arrechera al polvo. Que se asentaba, sí, pero por un rato, hasta que pasaba otro carro y vuelta a lo mismo, ¡a echar más agua y a bolear las tetas! ¿Y por qué, preguntará usted, no la regaban con manguera que es más fácil? ¡Ay por Dios, no sea ingenuo, cuál manguera! ¡Si Támesis era tan pobre y tan corto de luces que allá no había mangueras! Y así queda contestada de paso la pregunta capciosa de por qué no asfaltaba cada quien su tramo de carretera para que los carros no le empolvaran la casa. Tuvieron que pasar cincuenta años hasta que llegó un alcalde despabilado a terminar la obra. ¿Cuántos joules, pregunto yo, que es en lo que se mide la energía, u horas-hombre (o si prefieren horas-mujer) le economizó a Támesis el nuevo alcalde con la asfaltada de la carretera? A ver, digan una cifra y se quedan cortos. ¿Y por qué no la habían asfaltado antes los anteriores alcaldes? ¡Por qué iba a ser! Por malos, por ineptos, por desidiosos. Porque el funcionario colombiano no raja ni presta el hacha, no hace ni deja hacer. Ah, pero eso sí, cuando agarra la teta no la suelta. Es más fácil zafar una ventosa de una barriga preñada o una sanguijuela de una pierna. ¿Y se puede saber el nombre del nuevo alcalde? Valiente pregunta la suya, todo el mundo lo sabe: Carlos, mi hermano, el non plus ultra, el más verraco: Carlos I de Támesis que no tendrá segundo y quien cuando sale en su parihuela bajo palio bendice a la multitud.

Por la plaza principal y sus calles aledañas sale el flamante alcalde llevado en andas por cuatro hermosos muchachos que en la parihuela lo portan y con un palio lo protegen del sol. La parihuela la sacó de La Cascada, y el palio es el de la Virgen Dolorosa, la de la procesión del Santo Sepulcro el viernes santo, y se lo presta el cura, el padre Sánchez, su mancuerna: el mejor párroco que ha tenido Támesis en sus ciento cincuenta años así como Carlos ha sido el mejor alcalde. Va pues mi hermano en andas sobre mullidos cojines, más estolas, sobrepellices y brocados que también le presta el cura, bamboleado por sus mancebos entre oros y púrpuras mientras bendice a la multitud:

–In nomine Patris et Filii et Sp

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