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Muerte para principiantes
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El corazón de las tinieblas
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Todo corazón
El fantasma que hay en ti
Descanse en popularidad
Epílogo. Hay una luz
Agradecimientos
Notas
Sobre la autora
Créditos
Para Isabelle y Oscar.
Que hablen mal de uno es terrible.
Pero es peor que no lo hagan en absoluto.
—Oscar Wilde
Nunca piensas que te pueda pasar a ti.
Piensas cómo será. Le das vueltas una y otra vez, alterando el escenario un poco en cada ocasión, pero en el fondo no crees que te vaya a pasar nunca, porque siempre es a otro a quien le sucede, no a ti.
Charlotte Usher cruzó con paso decidido el aparcamiento en dirección a la puerta principal de Hawthorne High repitiéndose su mantra positivo: «Este año es diferente. Éste es mi año». En lugar de permanecer grabada para siempre en la memoria de sus compañeros de instituto como la chica que sólo ocupaba espacio, la ocupasillas, la que succionaba ese aire tan preciado al que bien podía haberse dado otra utilidad mucho más provechosa, este año empezaría con otro pie, un pie enfundado en los zapatos más exclusivos y más incómodos que el dinero puede comprar.
Había malgastado el año anterior sintiéndose como la hijastra no deseada del alumnado de Hawthorne High, y no tenía la menor intención de darse por vencida. Este año, el primer día de curso iba a ser el primer día de su nueva vida.
Al acercarse a la escalinata de entrada, contempló cómo destellaban contra las puertas los últimos flashes de las cámaras de los reporteros del anuario del colegio mientras Petula Kensington y su pandilla se adentraban altivas en el vestíbulo. Siempre llegaban las últimas y luego succionaban a los demás tras ellas en una especie de resaca de popularidad. Su entrada marcaba el arranque oficial del curso. Y Charlotte estaba sola allí fuera y empezaba con retraso. Como siempre. Hasta entonces.
El bedel encargado de la puerta asomó la cabeza y echó un vistazo por si faltaba alguien por entrar. No había nadie. Bueno, sí que había alguien pero, como siempre, no se percató de Charlotte, que apretó el paso cuando él empezó a cerrar la gigantesca puerta metálica. A ella se le antojó la de la cámara de seguridad de un banco. Pero sin dejarse intimidar, por una vez, Charlotte alcanzó las puertas a tiempo de poder colar por el resquicio la punta de su zapato nu