Tuya

Claudia Piñeiro

Fragmento

Tuya - Claudia Pineiro

1.

Para aquel entonces hacía más de un mes que Ernesto no me hacía el amor. O quizá dos meses. No sé. No era que a mí me importara demasiado. Yo llego a la noche muy cansada. Parece que no, pero las tareas de la casa, cuando una quiere tener todo perfecto, te agotan. Si por mí fuera, apoyo la cabeza en la almohada y me quedo dormida ahí mismo. Pero una sabe que si el marido no la busca en tanto tiempo, no sé, se dicen tantas cosas. Yo pensé, lo tendría que hablar con Ernesto, preguntarle si le pasaba algo. Y casi lo hago. Pero después me dije, ¿y si me pasa como a mi mamá que por preguntar le salió el tiro por la culata? Porque ella lo veía medio raro a papá y un día fue y le preguntó: “¿Te pasa algo, Roberto?”. Y él le dijo: “¡Sí, me pasa que no te soporto más!”. Ahí mismo se fue dando un portazo y no lo volvimos a ver. Pobre mi mamá. Además, yo más o menos me imaginaba lo que le estaba pasando a Ernesto. Si trabajaba como un perro todo el día, y cuando le sobraba un minuto se metía a hacer algún curso, a estudiar algo, ¿cómo no iba a llegar agotado a la noche? Y entonces me dije: “Yo no voy a andar preguntando, si tengo dos ojos para ver, y una cabeza para pensar”. Y lo que veía era que teníamos una familia bárbara, una hija a punto de terminar la secundaria, una casa que más de uno envidiaría. Y que Ernesto me quería, eso nadie lo podía negar. Él nunca me hizo faltar nada. Entonces me tranquilicé y me dije: “El sexo ya volverá cuando sea el momento; teniendo tantas cosas no me voy a andar fijando justo en lo único que me falta”. Porque además uno ya no vive en los años sesenta, ahora uno sabe que hay otras cosas tanto o más importantes que el sexo. La familia, el espíritu, llevarse bien, la armonía. ¿Cuántos hay que en la cama se llevan como los dioses y en la vida se llevan a las patadas? ¿O no? ¿Para qué iba a buscarle la quinta pata al gato, como hizo mi mamá?

Pero al poco tiempo me enteré de que Ernesto me engañaba. Fui a buscar una lapicera y como no encontraba ninguna, abrí su maletín y ahí estaba: un corazón dibujado con rouge, cruzado por un “te quiero”, y firmado “tuya”. Una reverenda grasada, pero la verdad es que en ese momento me dolió. Estuve a punto de ir ahí mismo y refregarle el papel por la cara y decirle: “¡Pedazo de hijo de puta, ¿qué es esto?!”. Pero por suerte conté hasta diez, respiré hondo, y dejé todo como estaba. Me costó fingir en la cena. Lali estaba en uno de esos días en que nadie la soporta, excepto Ernesto. A mí ya ni me afectaba, así era nuestra hija y estaba acostumbrada. Pero a Ernesto le costaba. Él le hablaba y ella contestaba con monosílabos. Yo no estaba en condiciones de aportar nada; con lo que había descubierto tenía suficiente. Pero tenía miedo de que se me notara. Yo siempre tapo todos los silencios, cubro los baches cuando una conversación no está bien armadita. Es como un don que tengo. Para evitar sospechas les dije que me sentía mal, que me dolía la cabeza. Creo que me creyeron. Y mientras Ernesto monologaba con Lali, yo me iba imaginando qué le iba a decir. Porque mi primera reacción de preguntarle “¿qué es esto?”, ya la había descartado. ¿Qué me iba a contestar? Un papel, con un corazón, un te quiero, una firma. No, ésa era una pregunta estúpida. Lo importante era saber si ese papel significaba algo importante para él, o no. Porque en definitiva, y por más que a una le pese, a toda mujer, en algún momento, le meten los cuernos. Es como la menopausia, puede tardar más o menos, pero ninguna se salva. Lo que pasa es que hay algunas que nunca se enteran. Y ésas la pasan mejor, porque para ellas la vida sigue igual. En cambio, las que nos enteramos empezamos a preguntarnos quién será ella, dónde fallamos, qué tenemos que hacer, si tenemos que perdonar o no, cómo cobrarles a ellos lo que nos hicieron, y para cuando el susodicho ya dejó a la otra, el enredo mental que nos armamos es tan grande que ya no podemos volver atrás. Hasta corremos el riesgo de terminar inventando una historia mucho más grave y rebuscada que la verdadera. Y yo no quería equivocarme como se equivocan tantas mujeres. Porque en definitiva, una mujer que dibujaba un corazón con rouge y firmaba “tuya” no podía ser alguien importante en la vida de Ernesto. Yo lo conocía a Ernesto, él detestaba ese tipo de cosas. “Se debe estar sacando alguna calentura”, pensé. Porque hoy por hoy las mujeres están muy lanzadas. Ven a un tipo y lo buscan, lo buscan, y el tipo si no hace algo se siente un imbécil. “La verdad”, me dije, “para qué lo voy a ir a encarar a Ernesto y hacerle todo un planteamiento, cuando dentro de una semana esta mujer ya va a ser historia antigua”. ¿O no?

Lo único importante era mantenerse alerta, estar segura de que la relación no avanzaba. Por eso empecé a revisarle los bolsillos, a abrirle la correspondencia, a controlarle la agenda, a escuchar del otro teléfono cuando él hablaba. Todo ese tipo de cosas que haría cualquier mujer en un caso como éste. Como me imaginaba, no encontré nada importante. Alguna que otra notita más, pero poca cosa. Hasta que empecé a notar que Ernesto llegaba cada vez más tarde, trabajaba los fines de semana, no estaba nunca. Lo único que no desatendía eran las reuniones por el viaje de egresados de Lali. Pero en todo lo demás, ausente sin aviso. Entonces me preocupé porque si salía siempre con la misma mujer, la cosa se podía poner fea. Un día lo seguí. Fue un martes, me acuerdo del día exacto porque veníamos de una reunión informativa por el viaje de Lali. Ernesto ya estaba mal, pero no me sorprendió porque ese viaje lo tenía loco. A mí me parecía que exageraba un poco, se sabe que esos viajes son medio caóticos, pero uno tiene que confiar en la educación que le dio a su hija. ¿Qué más se puede hacer? Ernesto quería controlar todo, todo le parecía que estaba mal organizado. Apenas llegamos Lali se encerró en su cuarto, vive encerrada en ese cuarto. Nosotros fuimos a la cocina a comer algo. Ahí fue cuando sonó el teléfono y Ernesto atendió. Era tarde, diría que una hora inapropiada para llamar a una casa de familia. Ernesto se puso nervioso, más de lo que estaba, empezó a discutir, y en un momento se fue al escritorio para hablar más tranquilo. Yo levanté el tubo de la cocina y llegué a escuchar que ella le decía: “Si no venís ahora mismo no respondo por mí”. Y cortó. Ernesto volvió a la cocina, disimulaba pero los ojos le brillaban y tenía la mandíbula rígida. “Hubo un problema muy serio en la oficina, se cayó el sistema.” “Andá, andá tranquilo a levantar el sistema, Erni”, le dije. Salí detrás de él, me subí a mi auto y lo seguí. Yo no soy de manejar, y menos de noche, pero era un caso de fuerza mayor. No iba a llamar a un taxi y decirle: “¡Siga a ese auto!”, como en las series. ¡Qué sabía yo con lo que me iba a encontrar! Fue a los bosques de Palermo y estacionó junto al lago. Yo apagué las luces para que no me viera, estacioné a unos cien metros, me bajé del auto y me acerqué caminando. Me escondí detrás de un árbol. Enseguida llegó ella, Tuya, caminando. Era Alicia, su secretaria, nunca me hubiera imaginado que esa mujer podía escribir con rouge u

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