A mis padres
Introducción
Nos criamos en un clima de padres culpables y de hijos absueltos a priori. Y es cierto: los padres son culpables. Culpables del miedo: el miedo de educar, de invadir la intimidad del libre crecimiento del hijo, el miedo de cercenar sus derechos, de influir. Culpables de no ser padres o de serlo únicamente a la defensiva. Nos sentimos liberados de miles de prejuicios, pero por otra parte estamos maniatados por el no-saber-qué-hacer. El miedo paraliza y no le hace bien a nadie. Tampoco a los hijos.
Jaime Barylko, El miedo a los hijos
Si algo llama la atención, al abordar el tema de la paternidad, es la permanente sensación de los padres de estar haciendo mal las cosas. Como diría Jaime Barylko, “los padres son culpables de sentirse culpables”, y muchas veces ahí está el origen del problema, ya que en ese estado de culpa, las cuestiones de la crianza se vuelven arduas y sufrientes, dejan de ser una bendición para convertirse en un perpetuo conflicto.
Somos una cultura de consumo, y como tal, la sensación de necesidad, de que algo “falta”, de que estamos insatisfechos, es imprescindible… para que alguien nos venda eso que no tenemos o, peor aún, nos venda la idea de que sólo seremos “adecuados” para nuestros múltiples roles sociales cuando no nos falte nada, cuando estemos completos o seamos casi dioses que todo lo pueden.
Muchos padres han delegado a su cuenta bancaria su capacidad de ser buenos en el ejercicio del rol. Otros pretenden manuales que bajen la línea adecuada para que no existan imperfecciones en el resultado de su gestión paterna; otros apuestan a sistemas y técnicas que, de aplicarse según manual, darían por resultado garantido un buen hijo…
Pero la buena paternidad no se compra, se genera. Lo hace a partir de la acción amorosa y no como fruto de acciones automáticas, “replicables” al estilo del proceso de la industria. Mi convicción es que, más que comprar sistemas, hay que entender y percibir por dónde circula el amor, cómo se vuelve viva y luminosa la experiencia de la paternidad, por dónde van las reales energías, renunciando a dominar “técnicamente” las circunstancias, un “dominio” que suele despojarlas de alma.
Un ejemplo es cuando las madres están amamantando y se rigen por sistemas excesivamente pautados, en vez de confiar en lo que perciben a través de la relación con su bebé y su propio cuerpo. En esos casos, las madres no entenderán por qué lloran angustiados sus hijos, dado que, en definitiva, ellas están actuando según manual. En cambio, la empatía, la capacidad de entrar en intimidad, la armonía con las propias emociones, marcarán un rumbo intuitivo y generalmente más eficaz que la mecánica sin savia que deshumaniza las situaciones.
Hay una sabiduría oculta en todos los padres, y un objetivo de este libro es ayudar a que tomen conciencia de ella. Esta sabiduría sólo es accesible cuando el miedo guarda el lugar que le corresponde y no avanza sobre la vida familiar de manera avasallante, como lo está haciendo en estos tiempos, inhibiendo que el amor (y, por ello, la inteligencia) pueda expresarse de la mejor manera. Según muestra la experiencia, al miedo no lo combaten las razones sino el acompañamiento, el sentirse con otros en confianza y no presos de la soledad y el aislamiento tan propios de nuestra cultura.
Este libro habla de los padres, más que de los hijos. Su finalidad es ofrecer un espacio para compartir