El poder del juego

Ramón Indart
Federico Poore

Fragmento

INTRODUCCIÓN

La amenaza fantasma

“¿Nadie se preguntó por qué en los bingos se puede fumar?”, disparó el vicepresidente de la nación.

Las palabras de Amado Boudou rebotaron en las paredes del Salón Illia. Un puñado de periodistas, a los que había convocado una hora antes por medio de la agencia oficial Télam, tomaba nota.

Era jueves 5 de abril de 2012.

El Congreso había entrado en asueto administrativo por Semana Santa, pero Boudou lo hizo abrir para montar su improvisada conferencia de prensa.

El funcionario volvió a mirar sus cuatro hojas de notas escritas a mano.

“Mi problema no es Ciccone, mi problema es Boldt. Todo esto tiene otros lazos: hay una persona, el presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Adelmo Gabbi. Me vino a ver a mi despacho y me dijo que estaba muy preocupado porque el señor Antonio Tabanelli me iba a destruir, pero que yo podía arreglar con un número. Obviamente, le dije que no me interesaba”.

El Senado estaba semivacío. El vicepresidente habló solo durante cuarenta minutos y no aceptó preguntas. Ningún funcionario del gobierno nacional lo acompañaba.

* * *

Tres meses más tarde, la provincia de Buenos Aires atravesaba una aguda crisis económica. El incendio financiero era tal que el gobernador Daniel Scioli anunció, por aquellos días, el desdoblamiento del pago de aguinaldos para empleados estatales.

“Con la predicción de recursos que tenemos, no podemos hacer más que este esfuerzo sobre el aguinaldo. Si conseguimos recursos extraordinarios, vamos a reducir las cuotas. Nuestro objetivo es pagarlo cuanto antes, pero tienen que llegar recursos extra”, reveló a la prensa la ministra de Economía de la provincia, Silvina Batakis. La funcionaria había preparado un proyecto de adhesión de la provincia a la Ley de Emergencia Económica, pero la iniciativa fue rápidamente rechazada por los representantes del kirchnerismo que debían aprobarla en la legislatura bonaerense. El vicegobernador Gabriel Mariotto desautorizó a Scioli y dijo que el distrito “ya contaba con esa herramienta”.

Por aquel entonces, la presión de buena parte del bloque del Frente para la Victoria (FPV) sobre el gobernador —que en mayo había blanqueado sus intenciones presidenciales— era cada vez más evidente. La provincia estaba paralizada por paros y cortes.

Mariotto convocó a los titulares de todos los bloques del Senado a su residencia oficial, ubicada en calles 10 y 51 de La Plata. Desde la “base de operaciones kirchnerista”, el vicegobernador lanzó la pregunta:

—¿De dónde se puede sacar plata?

Los legisladores lanzaron una propuesta tras otra, algunas a gritos. Lo primero que acordaron fue suspender el cobro de sus dietas hasta que la provincia les pagara a los estatales. Pero los cruces reaparecieron. En un momento, pidió la palabra María Isabel Gainza, senadora provincial de la Coalición Cívica-ARI.

—Pueden sacarse fondos del juego. Hay que revisar todo ese tema y, por qué no, estatizarlo —le dijo al vicegobernador.

Se produjo un breve silencio. Mariotto arqueó las cejas.1

* * *

El sábado 21 de julio, Scioli firmó un decreto por el cual extendía en forma automática la licencia de catorce bingos bonaerenses a cambio de 1.480 millones de pesos. Un viejo recurso que había sido empleado por primera vez durante la gestión de Felipe Solá y que consolidaba un statu quo aprobado en 1990 durante la administración de Antonio Cafiero, cuando se permitió la instalación de 46 bingos en 32 municipios.

Una pregunta comenzó a surgir con insistencia: si el negocio de los bingos era tan bueno, ¿por qué el gobernador no pidió más plata a cambio de las renovaciones? La respuesta, dicen aquellos que conocen bien el distrito, era obvia: los bingos no tenían apuro alguno. La urgencia era de Scioli, que negoció en desventaja.

El mariottismo puso el grito en el cielo y prometió buscar huecos legales en la resolución para luego poder dejarla sin efecto. Después subió la apuesta y amenazó directamente con estatizar el juego en la provincia.

Tal como lo había prometido aquel día en 10 y 51, Gainza presentó diferentes proyectos para regular la actividad. El diputado provincial Walter Martello (CC-ARI) hizo lo propio en la Cámara de Diputados bonaerense, aunque sin demasiada esperanza. “Boldt tenía negocios con Nación, por lo que todo esto no sonaba muy convincente”, recordó.

Guido Lorenzino, espada del sciolismo en la legislatura bonaerense, había recibido la orden de discutir como mucho los horarios de los bingos, que en algunos casos funcionaban las veinticuatro horas.

El kirchnerismo insistía en que la actividad debía regresar al Estado. La punta de lanza de esta ofensiva fue un pedido de informes que los legisladores bonaerenses le hicieron llegar a Scioli, para que el gobernador diera cuenta de su relación con Boldt, haciéndose eco de la denuncia de Boudou. La iniciativa había sido presentada por el camporista José Ottavis y por Juan de Jesús, amigo del vicepresidente.

Pero ahora iban mucho más allá.

—Si se estatizó YPF, ¿no vamos a poder estatizar el juego? —preguntó Mario Caputo, uno de los laderos de Florencio Randazzo. En aquellos días, el diputado amenazaba con hacer circular un borrador del proyecto, aunque quienes llegaron a verlo aseguran que el famoso texto era “un garabato legislativo con un par de artículos”.

Días después, Caputo volvió sobre sus pasos.

—Si no vamos hacia la estatización, buscaremos una norma amplia para que el Estado tenga un mayor poder sobre el otorgamiento de licencias o los horarios de los bingos —le dijo a uno de los autores de este libro.

—No podemos darle a Scioli la administración de un negocio millonario con veintidós mil empleados cuando demostró que no puede manejar ni un quiosco —fue la excusa de otro kirchnerista para abandonar el plan. La estrategia comenzaba a desinflarse.

Mientras tanto, algunos legisladores recordaron los posibles motivos para la sobreactuación de aquellas semanas: como ministro de Gobierno del ex gobernador Felipe Solá, Randazzo había firmado los decretos de las primeras prórrogas a los bingos, antecedente que Scioli estaba invocando para repetir el mecanismo.

Sobre varios legisladores del FPV pesaba la sospecha de que la verdadera intención detrás de las amenazas no era provocar un cambio real en el esquema del juego, sino simplemente presionar para no quedarse afuera del negocio. O, como mucho, la intención de sacarle los negocios a Boldt, dejando al resto de los empresarios a salvo del avance estatal.

Una reunión jamás desmentida2 entre Ottavis y los principales titulares de los bingos bonaerenses marcó el final de esta ofensiva.

Según el relato de dos protagonistas, Ottavis —secretario general de la Juventud Peronista y una de las figuras díscolas dentro de La Cámpora— aceptó la invitación de Lorenzino para acudir a una cumbre con los principales representantes de los bingos bonaerenses. Palabras más, palabras menos, la propue

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