Goodbye Days

Jeff Zentner

Fragmento

cap-1

1

Depende de quién —perdón, a quién— preguntes, puedo haber matado a mis tres mejores amigos.

Si preguntaras a la abuela de Blake Lloyd, Betsy, creo que diría que no. Lo digo porque cuando me ha visto hace un rato, me ha dado un fuerte abrazo y con lágrimas en los ojos me ha susurrado al oído: «No eres responsable de lo que ha pasado, Carver Briggs. Dios lo sabe y yo también». Y la abuela Betsy suele decir lo que piensa. Esto por una parte.

Si preguntaras a los padres de Eli Bauer, el doctor Pierce Bauer y la doctora Melissa Rubin-Bauer, supongo que dirían que quizá. Cuando los he visto hoy, los dos me han mirado a los ojos y me han estrechado la mano. He visto en sus caras más dolor que rabia. He sentido su desolación en sus débiles apretones de manos. Y supongo que parte de su agotamiento respondía a no saber si considerarme hasta cierto punto responsable de su pérdida. Así que cuentan como un quizá. ¿Su hija, Adair? ¿La gemela de Eli? Éramos amigos. No tanto como con Eli, pero amigos. Diría que ella es un «sin duda» por cómo me fulmina con la mirada, como si deseara que yo también hubiera estado en el coche. Eso hacía precisamente hace unos minutos, esperando el funeral, mientras hablaba con varios compañeros de clase.

Luego están el juez Frederick Edwards y su exmujer, Cynthia Edwards. Si les preguntaras si he matado a su hijo, Thurgood Marshall «Mars» Edwards, supongo que oirías un firme «probablemente». Cuando he visto al juez Edwards hoy, inmaculadamente vestido, como siempre, me ha observado desde arriba. Ninguno de los dos hemos dicho nada durante un rato. El aire entre nosotros parecía duro y áspero como una piedra. «Me alegro de verlo, señor», le he dicho por fin tendiéndole mi mano sudorosa.

«Esto no tiene nada de alegre», me ha contestado con su voz majestuosa, apretando los músculos de la mandíbula y mirando por encima de mí. Más allá de mí. Como si pensara que si podía convencerse a sí mismo de mi insignificancia, podría convencerse a sí mismo de que yo no tenía nada que ver con la muerte de su hijo. Me ha estrechado la mano como si fuera una obligación y a la vez la única manera de hacerme daño.

Y luego estoy yo. Yo te diría que sin duda he matado a mis tres mejores amigos.

No a propósito. Estoy casi seguro de que nadie piensa que lo he hecho a propósito, que me metí debajo de su coche en plena noche y corté los cables de los frenos. No, esta es la cruel ironía teniendo en cuenta que quiero ser escritor: les escribí pidiéndoles señales de vida. Tíos, ¿dónde estáis? Contestadme. No fue un mensaje especialmente bueno ni creativo. Pero encontraron el teléfono de Mars (Mars conducía) con un mensaje a medias para contestarme, como les había pedido. Parece que eso estaba haciendo cuando se estrelló a casi ciento diez kilómetros por hora contra la parte de atrás de un tráiler parado en la autopista. El techo se desprendió y el coche acabó debajo del tráiler.

¿Estoy seguro de que fue mi mensaje lo que desencadenó la serie de acontecimientos que culminó con la muerte de mis amigos? No. Pero casi.

Estoy paralizado. En blanco. Todavía no sumido en el dolor intenso y abrasador que estoy seguro de que me espera en los próximos días. Es como una vez que ayudé a mi madre a picar cebolla. El cuchillo se me resbaló y me hice un corte en la mano. Mi cerebro hizo una pausa, como si mi cuerpo tuviera que darse cuenta de que se había cortado. En ese momento supe dos cosas: 1) Solo había sentido un golpe rápido y una leve palpitación. Pero el dolor llegaba. Sí, llegaba. Y 2) supe que en un par de segundos empezaría a salpicar sangre en la tabla de cortar favorita de mi madre, la de bambú (sí, la gente puede coger mucho cariño a las tablas de cortar; no, no lo entiendo, así que no pregunto).

Así que estoy sentado en el funeral de Blake Lloyd y espero el dolor. Espero a empezar a salpicarlo todo de sangre.

cap-2

2

Soy un experto en funerales de diecisiete años.

El plan era terminar el último año de instituto en la Nashville Arts Academy. Luego Eli iría al Berklee College of Music a estudiar guitarra. Blake, a Los Ángeles a estudiar comedia y guion. Mars aún no había decidido dónde iría. Aunque sabía qué iba a hacer: cómic e ilustración de libros. Y yo iría a la Sewanee o a la Emory a estudiar escritura creativa.

El plan no era que yo estuviera ahora esperando a que empezara el funeral del tercer miembro del Equipo Salsa. Ayer fue el funeral de Mars. Anteayer, el de Eli.

El funeral de Blake se celebra en su pequeña iglesia baptista blanca, una de las 37.567 pequeñas iglesias baptistas blancas de la zona metropolitana de Nashville. Apesta a galletas integrales, a pegamento y a alfombra vieja. Hay dibujos a plastidecor de Jesús en los que parece una piruleta con barba repartiendo peces azules y verdes a una multitud de monigotes. El aire acondicionado no funciona bien, y estamos a principios de agosto, así que sudo metido en el traje azul marino que mi hermana, Georgia, me ayudó a elegir. O, mejor dicho, Georgia lo eligió mientras yo estaba ahí pasmado. Salí un segundo de mi estupor para decirle que creía que debía comprarme un traje negro. Georgia me explicó amablemente que el azul marino era perfecto y que podría ponérmelo después del funeral. Mi hermana siempre olvidaba decir funerales. O quizá no lo olvidaba.

Estoy sentado en uno de los últimos bancos de la iglesia, con la frente apoyada en el de delante. Observo la punta de mi corbata moviéndose de un lado a otro y me pregunto cómo las personas llegamos a una situación en la que decimos: «Uf. Espera. Para que pueda tomarte en serio tienes que ponerte alrededor del cuello un trozo de tela a rayas de colores y terminada en punta». La alfombra es azul con manchas blancas. Me pregunto quién diseña alfombras. Quién quiere dedicar su vida a diseñar alfombras. Quién dice: «¡No! ¡No! ¡Aún no está bien! ¡Hay que ponerle... manchas blancas! ¡Y ahora mi obra de arte está terminada!». Me dedico a dar vueltas a estas cosas porque la evidente ridiculez del mundo es una de las pocas cosas que pueden distraerme, y ahora mismo agradezco las distracciones.

Me duele la frente de tenerla apoyada en la dura madera. Espero que parezca que estoy rezando. No creo que esté fuera de lugar rezar en una iglesia/funeral. Además me libra de tener que charlar de cualquier cosa (que odio incluso en las mejores circunstancias) con la gente que zumba afligida a mi alrededor, como un enjambre de langostas en duelo. «¿No es horrible? ... Qué pérdida. ... Era tan joven. ... Era tan divertido. ... Era ... Era ... Era.» La gente se refugia en los tópicos. La lengua se queda sin recursos ante la muerte. Supongo que en estas circunstancias es demasiado pedir que dejen de lado las obviedades.

Hay mucha gente. La numerosa familia de Blake del este de Tennessee. Gente de la iglesia de Blake. Compañeros de trabajo de la abuela Betsy. Muchos compañeros de la Nashville Arts. No puedo decir que todos sean amigos míos, pero tengo buena relación con la mayoría. Algunos se acercan a mí, me expresan su

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos