El autoritarismo y la improductividad

José García Hamilton

Fragmento

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PRÓLOGO

por Carlos Alberto Montaner

Este libro forma parte, y de manera notable, del más antiguo e importante debate latinoamericano: ¿Por qué Hispanoamérica es la zona más inestable y pobre de la civilización occidental? ¿Por qué el desempeño económico y social de los latinoamericanos es inferior al de estadounidenses y canadienses, pese a que todas las capitales latinoamericanas y media docena de universidades ya habían sido fundadas cuando Chicago no existía y Nueva York sólo era un caserío barrido por un viento helado? ¿Por qué la Argentina, que en el período comprendido desde la caída de Rosas (1853) hasta la de Yrigoyen (1930) pasó a ser uno de los países más prósperos y desarrollados del planeta, a partir de ese punto comenzó una lenta agonía en la que cada momento de recuperación y esperanza va seguido de una nueva catástrofe?

José Ignacio García Hamilton —profesor en la Universidad de Buenos Aires, periodista, polemista— despliega brillantemente su respuesta en El autoritarismo y la improductividad. Vale la pena detenernos en el título porque ya señala la tesis central de la obra: la ausencia de valores y principios democráticos genera un modelo de sociedad que no es el más apto para la creación de riquezas. Unas relaciones personales que no están basadas en la búsqueda de consenso y en la tolerancia no fomentan la crítica ni la corrección de los errores. Unas sociedades que no descansan en la fortaleza del Estado de Derecho, sino en la irracionalidad intrínseca que se expresa en la veneración por los caudillos y los hombres fuertes, inevitablemente son más propensas al fracaso, a los desórdenes periódicos y a las arbitrariedades que conducen a la pobreza.

Naturalmente, García Hamilton busca (y encuentra) en la historia el origen de estas formas de conducta tan frecuentes en América Latina. La conquista y la colonización españolas son el elemento clave. García Hamilton da cien ejemplos bien elegidos, desde las encomiendas de los indios y la esclavitud de los negros hasta el tipo de organización burocrática transmitido por la Metrópoli, pero no lo hace con el ánimo absurdo de “culpar” a España (que sería una forma de culpar a sus propios abuelos), sino con el de entender, acaso porque sólo cuando se llega al fondo de los problemas es que somos capaces de solucionarlos.

García Hamilton sabe que los españoles no podían ni sabían transmitir otras formas de vida que las mismas que ellos tenían en España. Existía, sí, la voluntad de controlar casi totalmente la vida de los habitantes del Nuevo Mundo, lo que dio origen a un tipo de gobierno minuciosamente dirigista, altamente centralizado, generalmente corrupto, que luego se transmitió a las repúblicas, pero no se trataba de un empeño deliberadamente malvado de gobernar despóticamente, sino de la tradición española, o árabe-española y hasta hispanorromana, porque de la misma manera en que la historia latinoamericana se hunde en el pasado español, éste, a su vez, se remonta, cuando menos, a la época en que las legiones romanas impusieron una lengua, un derecho y unas construcciones civiles y religiosas que llegan hasta nuestros días.

De todo este legado cultural, ¿qué aspectos nos hacen más improductivos? Hay dos que García Hamilton destaca: el peso de la Iglesia Católica y el militarismo. Se trata de dos estructuras de poder verticalmente organizadas, ambas dominadas por varones generalmente autoritarios, dispensadoras de privilegios y canonjías. En el catolicismo, además, García Hamilton, de la mano de Max Weber, cree ver elementos contrarios al espíritu del capitalismo. Mientras los pueblos de religión protestante aprecian el triunfo económico legítimo como una forma de cumplir con los designios de Dios, entre los católicos subyace una sorda censura contra la acumulación de riquezas. Los militares, por otra parte, a partir de cierto momento se apoderan de la esencia del patriotismo y se reservan la función de definir lo que conviene o perjudica a la nación. Pero todavía hay algo más grave: en la Argentina, incluso, militarismo y catolicismo acabaron trenzándose en una alianza que dio sus peores frutos durante la dictadura de los años setenta del siglo XX.

El mayor inconveniente de esta hipótesis estaría en el análisis de casos recientes de algunas sociedades católicas y, a ratos, militaristas de nuestra estirpe, que aparentemente han dado el paso a la modernidad. España y Chile son los casos más elocuentes. Sorprendentemente, de la España de Franco, quintaesencia del autoritarismo católico, tras la muerte del Caudillo surgió una democracia capaz de profundizar con ímpetu ciertas reformas liberales ya iniciadas en tiempos del Generalísimo. Algo muy parecido a lo sucedido en Chile: el abandono del viejo modelo populista decretado en tiempos de Pinochet fue luego respetado por los gobiernos de la democracia. Tanto los democristianos como los socialistas comprendieron que el mercado, la descentralización administrativa, la moderación en el gasto público, el estricto control monetario y la liquidación del Estado-empresario eran aciertos económicos de la época de la dictadura en los que había que insistir, dado que en el cur-so de una generación habían situado a Chile a la cabeza de América Latina.

Otro ejemplo interesante es el de la muy católica Irlanda, hoy calificada como “tigre europeo” por sus altísimos índices de crecimiento —los mayores del Viejo Mundo—, “milagro” también logrado aplicando el recetario liberal con criterios bastante ortodoxos. Hasta hace unos años el país más pobre de Europa Occidental hoy ha superado con creces a España, Grecia y Portugal, y se acerca rápidamente a los niveles de prosperidad de Italia. Se puede, pues, ser católico y ser, al mismo tiempo, eficiente y exitoso.

García Hamilton, claro, no niega que el cambio sea posible. Por el contrario: su libro tiene como finalidad propiciarlo. La Argentina posee algunos de los componentes importantes de la prosperidad. Los más obvios son las riquezas naturales y la existencia de una población saludable y bien educada. Pero las carencias son también notables y se inscriben en ese oscuro mundo de los valores, los principios, la historia, las normas de relación que prevalecen en la sociedad, y la distorsionada información predominante entre un número notable de argentinos.

Hace casi medio siglo el sociólogo norteamericano Edward C. Banfield se dedicó a estudiar con todo cuidado las causas de la pobreza en un pueblo del sur de Italia y escribió The Moral Basis of a Backward Society. Éste fue el punto de partida de una nueva escuela moderna de pensadores culturalistas e institucionalistas que rompieron con la entonces vigente tendencia marxista que creía encontrar en la economía y en las relaciones de propiedad las explicaciones básicas del subdesarrollo. El libro de García Hamilton se inscribe en esta tendencia: la de Fukuyama, Huntington y Harrison, la de su compatrio

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