Esperándolo a Tito

Eduardo Sacheri

Fragmento

Índice
  • Cubierta
  • Portada
  • Nota preliminar
  • Dedicatoria
  • Epígrafe
  • Esperándolo a Tito
  • Me van a tener que disculpar
  • La promesa
  • Valla invicta
  • De chilena
  • El cuadro del Raulito
  • Jugar con una Tango es algo mucho más difícil de lo que a primera vista se podría suponer
  • Independiente, mi viejo y yo
  • Último hombre
  • Ángel cabeceador
  • La hipotética resurrección de Baltasar Quiñones
  • Decisiones
  • El sueño de Nicoletti
  • Los traidores
  • Epílogo (Oración con proyecto de paraíso)
  • Biografía
  • Otros títulos del autor
  • Créditos
  • Grupo Santillana

Nota preliminar

En 1996, y por motivos que no tengo del todo claros, empecé a sentir la necesidad de escribir cuentos. Destinados a permanecer ocultos en algún rincón, salieron de allí por el estímulo, la dedicación y la confianza de mi mujer, que los hizo circular entre algunos amigos que sumaron su entusiasmo al de Gaby.

Insistieron en que le enviase a Alejandro Apo –que por entonces empezaba su inolvidable programa “Todo con afecto” en Radio Continental–, algunos cuentos míos que rozaban, de un modo u otro, el universo del fútbol.

Más por no defraudarlos en ese entusiasmo que me parecía desmedido, que por confiar realmente en que esos relatos pudieran tener algún valor, terminé por hacerles caso. Puse tres cuentos de fútbol en un sobre de papel madera y lo dejé en la recepción de Radio Continental dirigido a “Todo con afecto”.

Y Alejandro Apo, con la generosidad y bonhomía que me ha demostrado entonces y siempre, tuvo la inconsciencia de leerlos al aire, en sábados sucesivos. Aunque han pasado muchos años desde esos días de 1996, todavía recuerdo el impacto que me produjo escuchar mis cuentos en la voz de Alejandro. Y más aún, la incrédula felicidad que me nació al escuchar los mensajes de los oyentes, que disfrutaban también de esas historias, y las sentían vinculadas con sus propias vidas.

Somos, en buena medida, lo que las otras personas ven en nosotros. Si lenta, gradualmente, fui sintiéndome escritor, fue gracias a esa hospitalaria mirada de los otros. Sin la fe de mi mujer, la confianza de mis amigos y la generosidad de Alejandro Apo, ni este libro ni los que han venido después habrían sido posibles.

Gracias entonces a Gaby, Jessie Juliá, Sergio Velasco, Pablo Alé, Valeria Hornung, Andrea Ávila, Alejandra Sacheri, Nilda Álvarez, Mariela Zimerman, Daniel del Río, Guillermo Cordeiro, Sandra Eynard, Osvaldo Pepió, Mónica Regueiro, Germán Velasco, Silvina Skof, Fabio Basteiro y Genoveva Velasco, y a todos los otros amigos que estuvieron ahí.

Y a Alejandro Apo, que me invitó a jugar.

El lector ya tiene a quienes echar la culpa de estos cuentos.

Dedicatoria

A vos, como casi todo.

A nuestro Francisco.

Y a... ¿qué nombre le vamos a poner?

Epígrafe

Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol.

E. S.

Esperándolo a Tito

Yo lo miré a José, que estaba subido al techo del camión de Gonzalito. Pobre, tenía la desilusión pintada en el rostro, mientras en puntas de pie trataba de ver más allá del portón y de la ruta. Pero nada: solamente el camino de tierra, y al fondo, el ruido de los camiones. En ese momento se acercó el Bebe Grafo y, gastador como siempre, le gritó: “¡Che, Josesito!, ¿qué pasa que no viene el ‘maestro’? ¿Será que arrugó para evitarse el papelón, viejito?”. Josesito dejó de mirar la ruta y trató de contestar algo ocurrente, pero la rabia y la impotencia lo lanzaron a un tartamudeo penoso. El otro se dio vuelta, con una sonrisa sobradora colgada en la mejilla, y se alejó moviendo la cabeza, como negando. Al fin, a Josesito se le destrabó la bronca en un concluyente “¡andálaputaqueteparió!”, pero quedó momentáneamente exhausto por el esfuerzo.

Ahí se dio vuelta a mirarme, como implorando una frase que le ordenara de nuevo el universo. “Y ahora qué hacemos, decime”, me lanzó. Para Josesito, yo vengo a ser algo así como un oráculo pitonístico, una suerte de profeta infalible con facultades místicas. Tal vez, pobre, porque soy la única persona que conoce que fue a la Facultad. Más por compasión que por convencimiento, le contesté con tono tranquilizador: “Quedáte piola, Josesito, ya debe estar llegando”. No muy satisfecho, volvió a mirar la ruta, murmurando algo sobre promesas incumplidas.

Aproveché entonces para alejarme y reunirme con

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