La patria pensada

Eduardo Anguita

Fragmento

Prólogo

El proceso abierto en mayo de 2003 con Néstor Kirchner en el gobierno sigue siendo para mí uno de los fenómenos más interesantes para pensar. Del mismo modo que ese momento fue para mí un reencuentro con los años de militancia, siempre tomé antídotos contra la melancolía. Esta Patria del siglo XXI tiene otras complejidades, algunas con raíces comunes a la segunda mitad del siglo pasado, y otras completamente diferentes. Tomé la iniciativa de escribir este libro para consignar información y análisis propios, así como de una decena de personas formadas, comprometidas y que merecen mi respeto. El último capítulo es el resultado de un estudio sociológico a través de un método muy reputado, que consiste en convocar a personas comunes que de modo anónimo se prestan a conversar y dar sus puntos de vista sobre lo que nos pasó, nos está pasando y creemos que nos puede pasar. Y como la política es economía concentrada, le pedí a Horacio Rovelli, a quien conocí en la Facultad de Ciencias Económicas en los albores de los setenta, que escribiera un capítulo imprescindible como es la marcha de las finanzas, las cuentas públicas, la distribución de la riqueza o la inserción de la Argentina en América Latina y el mundo. Si algún deseo íntimo puedo sumar a lo dicho es que muchas personas y muchos colectivos puedan expresarse con su propia identidad y, al mismo tiempo, despojarse de sus verdades consumadas. Así como aquella idea de democracia era una convención a principios de los ochenta, esta democracia que vivimos puede y debe seguir sumando desafíos.

Este libro, para mí, tiene un valor simbólico importante. Tres décadas de ejercicio del periodismo. Todavía uno guarda en la memoria el escenario con el que Raúl Alfonsín encontró al Estado: la dictadura dejaba una deuda externa impagable y había saldado cash las armas para la aventura de Malvinas. Cuando Alfredo Concepción llegó al Banco Central lo encontró prácticamente sin reservas. Tras el intento valiente de darle el timón de la economía a Bernardo Grinspun, el presidente radical fue ensayando un acercamiento a quienes llamó “los Capitanes de la Industria”, como primer paso para adecuar sus decisiones a la presión de los intereses de los grupos concentrados que manejaban el poder real. Cuando la administración de las cuentas públicas, los paros generales y la inflación acosaban al gobierno, Alfonsín llamó por teléfono a Jesús Rodríguez, un referente de la Juventud Radical, y le dijo: “Gallego, sos el último, no podés fallarme”. Rodríguez hizo lo que pudo al frente de esa cartera, pero el gobierno que estrenaba la democracia se fue en llamas unos meses antes de que se cumpliera el plazo institucional.

Pasados los años, la figura de Alfonsín es recordada con afecto y respeto, pero no quedó nada de aquel alfonsinismo que se planteaba el desafío de crear un tercer movimiento histórico. El menemismo llegó de la mano de algunas corporaciones nacionales como Bunge y Born, Atlántida y Clarín, para luego entrar drásticamente en alianza con las empresas y los bancos extranjeros mediante un plan de entrega de activos públicos a corporaciones privadas transnacionales, que le presentó el Citibank. Menem pudo reformar la Constitución por medio del Pacto de Olivos que firmó con Alfonsín, y con eso logró su reelección, con un peronismo alineado detrás de él y una oposición que no pudo evitar que avanzara la entrega del país y ni que siguiera creciendo la deuda externa.

Parte de los grupos empresarios que se beneficiaron con el ascenso de Menem fueron los que luego se vieron desplazados en los negocios y contribuyeron a que la estrella del riojano cayera fuertemente. Los procesos judiciales se multiplicaron. El peronismo se dividía y Eduardo Duhalde, que había sido su primer vicepresidente, intentó competir en las elecciones de 1999 contra el radicalismo, con un planteo industrialista que contrastaba con la destrucción de las pymes industriales provocada por el plan de Domingo Cavallo y las empresas multinacionales.

El radicalismo pudo reconstruirse, mediante la Alianza y sin ninguna reivindicación del período de Alfonsín. En el sentido de rivalidad partidaria y no de catadura moral, De la Rúa era a Alfonsín en el radicalismo lo que Duhalde a Menem en el peronismo. Pero estas dos tradiciones políticas procesaron sus diferencias de modo completamente distinto. El delarruismo, con su existencia fugaz, hizo caso omiso de los referentes alfonsinistas. De la Rúa prefirió darles poder a los banqueros y al “Grupo Sushi”, nucleado alrededor de Antonio de la Rúa, un casi desconocido hijo presidencial. En cambio, Duhalde negoció con distintos gobernadores y referentes justicialistas para evitar la disgregación partidaria.

El ensayo aliancista capotó de inmediato. No sabían cómo salir de la convertibilidad y las grandes empresas nucleadas en el Consejo Empresario Argentino marcaban el rumbo en sintonía con la banca extranjera. De la Rúa llamó a Cavallo porque era el único que podía desarmar la bomba que él mismo había creado. El sofisma duró poco y en diciembre de 2001 estalló la Argentina en la crisis más profunda desde 1983. La transición de Duhalde culminó en la elección de abril de 2003, a la que el peronismo llevaba tres fórmulas y ninguna pasaba el 25 por ciento de los votos. El radicalismo, desde ya, estaba apagado. Cuando tenían que ir al ballotage las dos fórmulas con más votos, Carlos Menem y Néstor Kirchner, el santacruceño dijo: “Que Menem vaya a discutir con la Justicia”. El riojano se bajó de la segunda vuelta y se inició este período de doce años que concluirá, en términos institucionales, el 10 de diciembre de 2015.

El escenario que afronta el Frente para la Victoria en este último año de mandato de Cristina Fernández de Kirchner es muy complejo. Por un lado, exhibe ante el conjunto de la sociedad una cantidad de logros que van desde la recuperación económica hasta el restablecimiento de derechos laborales y sociales esenciales. Por otra parte, el kirchnerismo hizo de la vigencia de los derechos humanos y el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad una política de Estado cuando, hasta 2003, no faltaban quienes decían que esas banderas “eran testimoniales”. No solo Néstor y Cristina pudieron conducir un proceso pacífico y legal para terminar con los vestigios del terrorismo de Estado sino que además fortalecieron las políticas no punitivas frente a la protesta social. Sin perjuicio de los logros propios de la gestión, especialmente después de las PASO de agosto de 2013, el gobierno de Cristina tiene muchos frentes abiertos. La oposición sostiene casi a coro que se trata de errores propios, mientras que los seguidores del gobierno atribuyen los problemas a las presiones corporativas.

Estas páginas están escritas para compartir información, análisis y opinión respecto de esta coyuntura. Compartir es conjugar coincidencias y diferencias, claro, como todo lo que se hace en equipo. Este es mi décimo libro y surgió porque no podía hacerme el distraído ante una coyuntura política y cultural muy compleja, en la que yo mismo no me siento identificado con un esquema binario, de lo bueno y lo malo, lo ganado o lo perdido, que

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