El viaje de los condenados

Herz Bergner

Fragmento

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Introducción

El viaje de los condenados se publicó por primera vez en 1946. Aunque llegó a obtener la medalla de oro de la Australian Literature Society, no tardó en caer en el olvido. Así, esta nueva edición supone la resurrección de un clásico perdido de las letras australianas, de una novela que se adelantó a su época, de una obra que trata del futuro al tiempo que rinde homenaje al pasado.

Escrita en Melbourne durante los años finales de la Segunda Guerra Mundial, El viaje de los condenados recrea el viaje de un grupo de refugiados judíos que huyen del terror de Hitler. El carguero griego lleva semanas en alta mar, a la deriva, buscando infructuosamente un puerto donde atracar. La novela presenta un microcosmos de la vida en todas sus facetas, desde los efectos devastadores del trauma y los inconvenientes derivados de convivir en un espacio tan reducido, hasta los actos más emotivos de humanidad y compasión.

Herz Bergner llegó a Australia en 1938. Había nacido en la ciudad polaca de Radimno en 1907. Su familia se instaló en Viena durante la Primera Guerra Mundial, pero regresó a Polonia en 1919. Durante los años de entreguerras, Varsovia fue el núcleo de la vida cultural yiddish de la Europa del Este. El hermano mayor de Bergner, el escritor Melej Ravitch, fue durante muchos años secretario de la Asociación de Escritores en Yiddish. Casi todos los autores de cierto prestigio que escribían en esa lengua frecuentaban sus instalaciones. Los primeros relatos de Bergner aparecieron en diversos periódicos yiddish en Varsovia, en 1928. Casas y calles —su primer libro de cuentos— se publicó en 1935. Herz Bergner realizó así su aprendizaje como escritor cuando la literatura en lengua yiddish se encontraba en su apogeo creativo.

Sin embargo, aquél también era un tiempo de crisis económica, empobrecimiento e inestabilidad política. Hitler había llegado al poder y se avecinaban nubarrones de tormenta. A Bergner se le presentó la ocasión de emigrar y la aprovechó. Se instaló en Melbourne, donde existía una comunidad pequeña pero activa de judíos que conservaban el yiddish como lengua materna y vehicular. En 1941 publicó La casa nueva, un libro de relatos ambientados en Varsovia y Melbourne. Sus cuentos eran reflejo de las experiencias recientes que compartía con sus lectores inmigrantes. En ellos escribía sobre sus viajes y los retos que le planteaba la adaptación a una nueva vida.

El Holocausto supuso un punto de inflexión para los escritores en yiddish. El viaje de los condenados fue uno de los primeros relatos de ficción basados en los hechos brutales e inconcebibles de la época. El estilo aparece impulsado por una sensación de inminencia. Bergner escribió la novela en Melbourne, mientras llegaban noticias de la catástrofe que afectaba a la comunidad judía europea. A su pueblo lo esclavizaban y lo asesinaban, o lo obligaban a huir. Y él era muy consciente de la situación por la que atravesaba. En enero de 1942, Bergner publicó un ensayo en el que defendía que se incrementaran las cuotas de inmigración europea en Australia. Según denunciaba, las comunidades judías, en otro tiempo florecientes, estaban siendo borradas de la faz de la tierra.

Bergner habría tenido conocimiento del infortunado viaje del St. Louis, el transatlántico que partió de Alemania en mayo de 1939 con más de 900 judíos a bordo, en busca de asilo, huyendo del Tercer Reich. Al buque se le denegó el permiso de atracar en Cuba, y tampoco se le permitió hacerlo en Estados Unidos y Canadá. Esos rechazos llevaron a varios pasajeros a intentar suicidarse, y otros estuvieron a punto de amotinarse: cuando el St. Louis navegaba de regreso a Europa, varios de ellos tomaron el puente de mando y lo ocuparon hasta que la rebelión pudo ser sofocada. Tras intensas negociaciones, y gracias al apoyo del capitán, Gustav Schroeder, los pasajeros pudieron desembarcar en Amberes antes de que el barco regresara a Alemania. A pesar de ello, doscientos cincuenta y cuatro de ellos perecieron en el Holocausto.

Los refugiados que viajan en el carguero griego de la obra de ficción de Bergner emprenden su viaje varios años después, cuando el fragor de la guerra es ya imparable. Se encuentran atrapados entre el cielo y el mar, así como entre los terrores de su pasado reciente. Han perdido a familias enteras y han sido testigos de la destrucción de sus comunidades. Han vagado por muchas tierras, y viven atormentados por la culpa de haberse librado de lo que el destino ha deparado a los que se han quedado en el camino.

Con cada día que pasan en alta mar su desesperación crece, y las escasas raciones de alimentos disminuyen. Estallan discusiones y peleas. Las largas horas se ocupan en la propagación de rumores y chismes malintencionados. Los pasajeros que fallecen a causa de enfermedades son arrojados por la borda y «enterrados» en el mar. Los que sobreviven ya no saben quiénes son. Pertenecen a un pueblo al que nadie quiere, y deben soportar los comentarios racistas de algunos miembros de la tripulación.

Cuando el tifus hace acto de presencia a bordo, un marinero murmura: «¿Seres humanos? ¡Qué gente tan importante! Os han echado de todas partes y nadie quiere aceptaros. Se os cierran todas las puertas. No podemos atracar en ningún puerto por vuestra culpa. Todo el mundo teme que plantéis los pies en su tierra y no la abandonéis jamás.»

El lenguaje resulta apocalíptico. No puede haber pactos, ni aterrizajes suaves. El mar es una fuerza malévola; el sol, un infierno; el barco, un campo de reclusión en perpetuo movimiento. Se trata del viaje de los condenados.

Y aun así la obra se caracteriza por la empatía que desprende, y por la resistencia que Bergner halla en sus personajes, a pesar de los peligros a los que se enfrentan. No proyecta una idealización de sus refugiados, sino que los describe como a individuos falibles. Recurre a la ironía, a la penetración psicológica y a la compasión. Presenta un amplio espectro de personajes, desde los ortodoxos hasta los no-creyentes, y expone sus defectos y sus obsesiones, sus esperanzas y sus incertidumbres. Pone rostro humano a su sufrimiento, revelando tanto su vulnerabilidad como su fiera voluntad de sobrevivir.

Y existen momentos de humanidad redentora, actos de bondad inesperada. Un pasajero griego que regresa a trabajar a Australia, acompañado de la esposa con la que acaba de casarse en su aldea natal, conversa con uno de los refugiados: «Tú y yo, un mismo destino», dice, mientras se señala a sí mismo y asiente, apuntando a los judíos. Se identifica con su trauma, y se ve a sí mismo como un hermano en la adversidad.

El viaje de los condenados merece un lugar destacado en la narrativa australiana, tanto por sus méritos literarios como por su vigencia, que hoy sigue siendo la misma que en el día de su publicación. En el momento de escribir estas líneas, existen millones de personas desplazadas, en busca de refugio ante la opresión. Son muchos los que languidecen en campos durante años y a

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