El regalo

Eloy Moreno

Fragmento

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Respiré.

Apreté manos, dientes y párpados.

Uno, dos... ¡tres! Y nos movimos juntos, sabiendo que atrás no solo dejaba distancia.

No me sueltes, no me sueltes, susurraba mi mente mientras era mi corazón el que gritaba: suéltame.

Y me soltó, y lo supe sin girarme.

Miré hacia delante, sin distinguir apenas nada, notando como, al ritmo de la velocidad, se me iba deshaciendo el miedo. Las caídas, el dolor, la rabia, las dudas... todo aquello se me olvidó en el momento en que comencé a notar el viento.

Avancé sin ser consciente de que, a cada metro, iba dejando atrás el presente. Me moví hacia delante como el explorador que no conoce el frío, como el escalador al que se le olvida mirar hacia el vacío. Comencé a sentir la felicidad, la alegría y lo más importante de todo: el orgullo de haberlo conseguido.

Tras unos segundos que fueron siglos, apreté el freno y dejé la bicicleta en el suelo; y al girarme lo vi corriendo hacia mí: «Lo has conseguido, lo has conseguido», me decía mientras zarandeaba en el aire mi cuerpo.

«Lo has conseguido, lo has conseguido», me repetía mientras me abrazaba con tanta fuerza que toqué el cielo.

Y fue en ese momento cuando, sin decirlo, me dijo «te quiero».

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Incluso los que dicen que

no puedes hacer nada para cambiar tu destino,

miran al cruzar la calle.

STEPHEN HAWKING

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Si tú no trabajas por tus sueños,

alguien te contratará para que

trabajes por los suyos.

STEVE JOBS

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El cuento

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—¿Has entendido lo que ha pasado hoy?

—Sí, papá.

—¿Seguro?

—¡Que sí! Que ya no soy tan niña.

—Entonces sabes que no estoy muerto, ¿verdad?

—¿Ah, no? ¿Seguro que no estás muerto? —Y comenzó a hacerme cosquillas.

Y yo a ella; y le agarré una de sus piernas con una mano mientras con la otra intentaba quitarle el calcetín. Lo conseguí, lo tiré al suelo y empecé a morderle los pequeños dedos de su pie.

—¡No, eso no! ¡Eso no! —me gritaba mientras reía—. ¡Eso no! —Mientras intentaba escapar a la pata coja.

Y continuamos jugando durante varios minutos por toda la habitación: ella saltaba sobre la cama y yo intentaba atraparla, se cubría con las sábanas, me golpeaba con la almohada, saltaba de nuevo al suelo... y yo la perseguía entre risas, gritos y vida. Finalmente, agotados, ambos nos situamos de pie: frente a frente, cogimos aire y nos abrazamos.

—Papá...

—Dime.

—¿Me cuentas un cuento?

—Así que no eres tan niña, ¿eh?

—¿Solo se les pueden contar cuentos a los niños pequeños?

—No, tienes razón, te cuento uno.

—¿Uno?, no; dos, hoy quiero dos.

—¿Dos?

—Sí, dos, porfa, porfa, porfa...

—Bueno, un cuento y una historia, ¿vale?

—¿Me lo prometes?

—Sí, claro.

—Aunque me duerma...

—Aunque te duermas.

Me dio un fugaz beso en la mejilla y un abrazo tan fuerte que consiguió rodear no solo mi cuerpo, sino también mi vida.

De un salto se metió en la cama y se tapó con el edredón hasta la nariz, lo justo para que el aire entrara en su cuerpo, lo justo para poder seguir mirándome con los ojos —todavía— abiertos.

—Bueno, este es uno de los cuentos que tu abuelo más veces me contó cuando yo era pequeño.

—¡Vale, vale! ¡De los del abuelo!

—Bien, empecemos. Había una vez dos hermanos que trabajaban en el campo desde hacía ya muchos años, en el mismo campo en el que lo hicieron sus padres y también sus abuelos. No eran ni ricos ni pobres, trabajaban la tierra cada día y eso les daba para poder vivir cómodamente.

»Un día, cuando llevaban más de dos horas preparando la tierra, uno de ellos encontró una botella enterrada, una botella con un papel en su interior.

—¡Vaya!, como los mensajes que hay en las botellas que se tiran al mar —me dijo ella.

—Sí, como esas, pero esta botella no la encontraron en el mar, esta botella la encontraron enterrada, eso era lo extraño.

»Ambos pararon de trabajar y se la llevaron al interior de la casa. Allí, al ver que no podían sacar el papel con facilidad, decidieron romperla para ver qué había dentro.

—¿Y qué había? ¡¿Qué había?!

—Era el plano de un tesoro.

—¡Halaaa! —exclamó con la voz y, sobre todo, con los ojos.

—Sí, era un mapa en el que había una cruz que indicaba la posición exacta del tesoro, el problema es que el lugar estaba muy, muy lejos de donde ellos vivían.

—¿Muy lejos?

—Sí, muchísimo.

—¿Y qué hicieron?

—Bueno, el hermano mayor perdió el interés rápidamente, pero el pequeño se quedó durante bastante tiempo observando el mapa.

»—Vaya, ¿y si vamos a buscarlo?, exclamó.

»—¿Para qué?, le respondió el mayor, eso no es más que una hoja que ha podido dibujar cualquiera, seguro que solo es una broma.

»—Pero, ¿y si de verdad hay un tesoro?

»—Deja de decir tonterías y sigamos a lo nuestro que se nos echa la tarde encima.

»Y así lo hicieron, ambos volvieron de nuevo al trabajo. Pero el hermano pequeño se guardó en el bolsillo el plano del tesoro y, cada día, al acostarse, lo miraba, lo comparaba con los planos de sus libros y veía que podía ser cierto: los países, la ruta para llegar... todo coincidía.

»Cuando ya había pasado más de un mes desde que encontraron el mapa, este habló de nuevo con su hermano mayor.

»—¿Sabes?, voy a ir a buscar ese tesoro, le dijo.

»—¿Qué?, ¿pero aún estás con eso?, ¿vas a dejar todo esto, tu casa, a tu familia, a tus amigos... simplemente por un trozo de papel? ¿Vas a dejarlo todo para nada?

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