Una relación peligrosa

Laimie Scott

Fragmento

Creditos

1.ª edición: noviembre, 2016

© 2016 by Laimie Scott

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-245-5

Gracias por comprar este ebook.

Visita www.edicionesb.com para estar informado de novedades, noticias destacadas y próximos lanzamientos.

Síguenos en nuestras redes sociales

       

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

Un mes después

Agradecimientos

Promoción

una_relacion_peligrosa-3.xhtml

Prólogo

Praga, República Checa, hace cinco años.

Una miríada de turistas procedentes de todas los rincones del planeta se agolpaban a lo largo y ancho del puente de Carlos. Su nombre se debía a Carlos IV, quien lo mandó construir en 1357 con el fin de sustituir al antiguo puente de Judith y con el firme propósito de unir Staré Město, la Ciudad Vieja, con Malá Strana, la Ciudad Pequeña. Dicho puente se encuentra decorado en la actualidad con numerosas esculturas que le han dado fama, convirtiéndolo en una cita obligada para todo aquel que visita la ciudad. En sus extremos, uno puede contemplar dos enormes puertas de acceso al mismo; una, en dirección hacia la Ciudad Vieja, y otra, hacia el Pequeño Barrio. A lo largo de sus 516 metros de longitud y 10 de ancho, el visitante puede toparse con artistas, vendedores ambulantes o adivinadores de la fortuna entre otros muchos personajes que lo pueblan. Un paseo idílico sobre las aguas del Moldavia, y sobre este, los barcos a vapor, los cuales ofrecen un paseo por sus tranquilas aguas en una mañana despejada en Praga.

Una pareja paseaba, entre los enjambres de visitantes que recibía la ciudad, disfrutando del paisaje, del momento y de la tranquilidad que se respiraba en el ambiente. El hombre era alto y ancho de espaldas, con el pelo castaño corto al estilo militar. Caminaba junto a una mujer de exquisita belleza con ojos azules como las aguas del Moldavia, cabellos rubios y rizados cayendo en ondas sobre su rostro y su espalda. En todo momento se mostraba risueña al tiempo que su mirada irradiaba una luminosidad incandescente, mientras él la besaba con ternura y devoción en el pelo. Con pasos lentos, se aproximaron hacia uno de los laterales del puente con el fin de apoyarse sobre este. Los tímidos rayos de sol que aparecían en esa mañana, algo no muy habitual en Praga, emitían una especie de destellos semejantes al oro al entrar en contacto con el agua. Y mientras, el hombre rodeaba a la mujer por la cintura, atrayéndola hacia su pecho para, a continuación, deslizar la otra mano bajo su mentón y alzarlo para contemplar su rostro. Sus miradas se encontraron durante un breve espacio de tiempo. El necesario para que ella le susurrara un par de palabras.

—Te quiero, Frank.

—Pues cásate conmigo —le dijo sin pensarlo dos veces, con una voz ronca que erizó el vello de la nuca de la mujer y que hizo que su sonrisa iluminara su rostro—. ¿Qué te impide hacerlo, Marinka?

Él se inclinó para rozar suavemente los labios de ella al tiempo que cerró sus ojos y la estrechó con más fuerza. Sintió el calor de su boca y la suavidad de su lengua al encontrarse con la suya, y juntas danzaron de manera frenética. Sus corazones latían acompasados como uno solo. Un cosquilleo incesante en las palmas de las manos y un temblor en sus piernas. El tiempo se había detenido en ese preciso instante. No había nada que pudiera romper el hechizo del momento.

Pasados unos segundos, se separaron al mismo tiempo que una pequeña embarcación a motor se aproximó más al puente y aminoró su marcha hasta casi quedarse parada. Cualquiera que se fijara, podría pensar que había sufrido una avería, o que se había quedado sin combustible. Uno de sus ocupantes se alzó con un objeto en sus brazos que emitió un brillo cuando l

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos