El adiós de los nuestros

Javier Menéndez Flores

Fragmento

Creditos

1.ª edición: diciembre, 2013

© 2013 by Javier Menéndez Flores

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 23.205-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-701-1

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

a J., que algún día, espero, disfrutará

con este salvaje mosaico de buenos y malos,

de lealtades y perfidias, de amores y desamores,

de, en fin, ángeles y demonios fieramente humanos

y a M., a quien me unen lazos

mucho más férreos que la sangre: la sed

(pretérita y presente) y la memoria

Cita

 

 

 

 

 

Ya solo en mi corazón

desiertamente he quedado.

DIONISIO RIDRUEJO,

En la soledad del tiempo

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Cita

 

Antes del principio

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

Agradecimientos

el_adios_de_los_nuestros-5.xhtml

Antes del principio

Caminaban agarrados de la mano, abriéndose paso con dificultad entre la eufórica multitud que cubría la avenida principal de aquel pequeño pueblo en fiestas, y en verdad que hacían una curiosa pareja: el hombre alto y enjuto, con aspecto elegante y un leve rictus de severidad en la expresión de su rostro; el niño también flaco, el cabello rubio por el sol y la tez morena, yendo casi en volandas —pues el hombre que tiraba de él andaba muy deprisa— y con los ojos muy abiertos, como todos los niños a esa edad (aún no había cumplido los ocho), a fin de que no se le escapara ni un solo detalle del emocionante espectáculo que se desarrollaba a su alrededor.

Avanzaban en silencio sobre la alfombra de confeti que se abría ante ellos como un mar multicolor, chocando a cada instante con gente que caminaba o corría en sentido contrario, ajenos ya, en su clara determinación de alcanzar cuanto antes su punto de destino, al bullicio ensordecedor que desde hacía varias horas se había apoderado del lugar.

Era una cálida noche de principios de verano.

El hombre iba vestido con una camisa de manga corta, unos pantalones de lino y unos mocasines; el niño llevaba una camiseta y unos pantalones cortos, y calzaba unas deportivas.

De pronto, el hombre decidió atajar el camino de vuelta a casa, por lo que tomó la primera calle transversal a la derecha, tirando del pequeño.

La calle era estrecha y estaba escasamente iluminada, y enseguida notaron cómo el griterío perdía intensidad y se convertía en un sordo tumulto de fondo. Ahora podían oír con claridad el resonar de sus pisadas sobre el suelo adoquinado. Cuando habían avanzado poco más de dos manzanas, el hombre advirtió la entrecortada respiración del niño y decidió aflojar el paso.

—¿Estás cansado?

—No.

El gesto de fatiga contradecía hasta tal punto aquella respuesta que el hombre no pudo evitar esbozar un

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos