¿Quién es Jordi Pujol?

Fèlix Martínez

Fragmento

cap

 

Prefacio a la presente edición

El 25 de julio de 2014, el que fuera presidente de la Generalitat entre marzo de 1980 y diciembre de 2003, Jordi Pujol i Soley, decidió dinamitar su imagen de estadista, de patriota catalán que lo había sacrificado todo, desde su libertad —pasó más de dos años y medio en las cárceles de Franco— hasta su vida familiar, cuando confesó públicamente que había mantenido dinero no declarado en el extranjero durante los últimos treinta y cuatro años.

La versión oficial hasta entonces decía que Pujol había sacrificado por Cataluña familia y patrimonio personal, encarnado en Banca Catalana, la entidad de crédito que fundó junto a su padre Florenci Pujol Brugat. Los Pujol fundaron Catalana junto al amigo de la familia, el marchante de diamantes Moisés Tennembaum en 1960, poco antes de que el ex presidente de la Generalitat fuera detenido por su campaña contra Franco en lo que se acabaría conociendo como «els fets del Palau», por los que Pujol cumplió dos años y medio de una condena de siete años de prisión en el penal de Torrero en Zaragoza.

Hasta ahora, incluso sus más acérrimos detractores admitían que Cataluña ha sido su causa, su bandera y su obsesión. En una de las entrevistas que mantuvimos con el ex conseller Macià Alavedra, se sintió acorralado por nuestras preguntas y nos espetó: «Vosotros los comunistas [para Alavedra cualquiera que no bendiga sus actuaciones es comunista] sois todos unos pujolistas». Pero es que Pujol consagró su vida a hacer realidad su idea de lo que debía ser el país, pero, sobre todo, a gobernarlo. Jordi Pujol ha sido un hombre afortunado. Desde los doce años quería ser presidente de Cataluña, a pesar de que en 1942 la persecución de lo catalán era una de las máximas del régimen del general Franco, persecución que se prolongaría hasta 1975. Sin embargo, el 20 de marzo de 1980 Pujol consiguió su objetivo vital, ser presidente de Cataluña para iniciar la reconstrucción nacional del país. Se mantuvo en el cargo veintitrés años y medio y se convirtió en uno de los políticos democráticos más longevos de la historia de Europa. Pero ¿cómo logró convertirse en el primer presidente de la Generalitat restaurada y, sobre todo, cómo consiguió mantenerse en el poder durante tanto tiempo? Pujol ha sido un líder nato con la capacidad de articular un movimiento político y social en torno a su persona.

Transcurridos casi once años desde que abandonó la presidencia de la Generalitat, Pujol decidió confesar algunos de sus pecados. Y en esta ocasión no lo hizo por Cataluña, sino en un intento desesperado de salvar a su familia, en particular a su esposa, Marta Ferrusola, y a cuatro de sus hijos, Marta, Pere, Mireia y Oleguer, descubiertos ingresando 3,4 millones de euros en Andorra. Además los otros hijos, Jordi, Oriol y Oleguer, están desde hace tiempo en el foco de la justicia por sus inexplicables fortunas personales y por su supuesta implicación en casos de corrupción. A sus ochenta y cuatro años, Pujol parece estar ofreciéndose como cordero sacrificial a cambio de paz para la familia que supuestamente desatendió durante su lucha antifranquista, su encarcelamiento, su liderazgo al frente de Banca Catalana y, finalmente, durante sus veintitrés años y medio como presidente de la Generalitat. Pujol confesó haber tenido cuatro millones de euros en el extranjero sin regularizar fruto de la herencia de su padre en 1980. Casualmente la cifra coincidía con el valor de un paquete de acciones desaparecido durante su mandato al frente de Banca Catalana. A la luz de las investigaciones sobre la fortuna de su familia, todo parece indicar que el sacrificio de Pujol no sólo será estéril, sino tremendamente perjudicial para el proceso de autodeterminación iniciado por su delfín político, Artur Mas. Un proceso que Pujol ha apoyado con vehemencia tras abandonar el poder así como su política de peix al cove («pájaro en mano», en catalán).

Pero, en nombre de Cataluña, Pujol empezó a construir su gobierno en la sombra con la fundación de Banca Catalana. Su paso por las cárceles franquistas no hizo sino consolidar su aura de luchador antifranquista. Y fue en Catalana donde empezó a apreciar el valor del dinero. Casi once años después de su salida del poder y a la luz de los últimos acontecimientos es el momento de investigar las razones de su longevidad política y qué papel ha jugado en ello la corrupción. El ex presidente catalán ha sido un político heterodoxo que no ha dudado en utilizar métodos cuestionables para retener el poder que le permitiría llevar a cabo su proyecto de reconstrucción nacional. Eso sí, él personalmente logró transmitir la imagen de que nunca fue codicioso, a diferencia de su entorno familiar más próximo, su mujer y sus hijos. Todos sus actos se explicaban porque eran necesarios para la consolidación de Cataluña. Con una mentalidad de resistente, siguió oponiéndose al Estado desde la administración. Para ello utilizó a diferentes personas que encarnaban su reflejo oscuro, su particular retrato de Dorian Gray, como Lluís Prenafeta o Macià Alavedra. Aunque era en su propio domicilio donde habitaba el retrato más feo de su alma.

Cuando no logró que las élites catalanas se comprometieran con su proyecto recurrió, a través de sus reflejos oscuros, a personajes que más tarde se instalarían en el imaginario colectivo como los rostros del hampa barcelonesa, como Javier de la Rosa, Lluís Pascual Estevill o Juan Piqué Vidal. Fue laxo a la hora de perseguir la corrupción política, que llegó a instalarse en círculos muy próximos a su persona, algo en lo que la figura de su mujer, Marta Ferrusola, y la de sus hijos mayores tienen mucho que ver. Pero, hasta cuando miraba para otro lado, lo hacía en nombre de Cataluña. Incluso sus enemigos se ven obligados a reconocer que Pujol no tuvo jamás rival como político y que su contribución a la historia democrática de Cataluña y de España es impagable. A la vista de los últimos acontecimientos, sin embargo, si no él, su entorno familiar más próximo sí encontró la manera de ponerle precio.

Para bien y para mal, Jordi Pujol es uno de los políticos más importantes de la Cataluña del siglo XX y, probablemente, ocupará un lugar destacado en la historia catalana y española. Sus casi veinticuatro años como presidente de la Generalitat de Cataluña, cargo en el que permaneció hasta diciembre de 2003, cuando entregó el testigo al socialista Pasqual Maragall, y su propia historia personal y política le convierten en una figura de excepción digna del estudio de historiadores y politólogos que podrán situar, con la perspectiva adecuada, a Jordi Pujol en la posición que le corresponde en la historia. Casi once años después de que Pujol abandonara el poder ha pasado de ser visto como un personaje digno de veneración incluso por aquellos que, en el pasado, habían sido sus más acérrimos enemigos, a encarnar la corrupción, si no a título personal, sí como el patriarca de un clan de sátrapas. Semanas antes de que Pujol abandonara el poder empezaron a sucederse reportajes, libros y glosas de su vida política, en su mayoría laudatorios, aunque también los hubo hostiles. Se trata de aproximaciones de «despedida», de «agradecimiento de los servicios prestados» al país y a la sociedad catalana. Homenajes sin duda merecidos, pero que no han contribuido a desvelar los principales enigmas sobre la personalidad de Jordi Pujol

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