Índice
Cubierta
Tú eres el mal
Primera parte
Enero de 1982
Mayo de 1982
Domingo, 11 de julio de 1982
Lunes, 12 de julio de 1982
Viernes, 16 de julio de 1982
Sábado, 17 de julio de 1982
Domingo, 18 de julio de 1982
Lunes, 19 de julio de 1982
Martes, 20 de julio de 1982
Viernes, 23 de julio de 1982
Sábado, 24 de julio de 1982
Domingo, 25 de julio de 1982
Intermedio
Año 2005
23-24 de julio de 2005
Segunda parte
Jueves, 29 de diciembre de 2005
Viernes, 30 de diciembre de 2005
Sábado, 31 de diciembre de 2005
Domingo, 1 de enero de 2006
Lunes, 2 de enero de 2006
Martes, 3 de enero de 2006
Miércoles, 4 de enero de 2006
Intermedio
Jueves, 5 de enero de 2006
Martes, 10 de enero de 2006
Febrero – marzo de 2006
Primavera de 2006
Tercera parte
Domingo, 9 de julio de 2006
Lunes, 10 de julio de 2006
Martes, 11 de julio de 2006
Miércoles, 12 de julio de 2006
Jueves, 13 de julio de 2006
Viernes, 14 de julio de 2006
Sábado, 15 de julio de 2006
Domingo, 16 de julio de 2006
Jueves, 20 de julio de 2006
Viernes, 21 de julio de 2006
Sábado, 22 de julio de 2006
Domingo, 23 de julio de 2006
Noche del domingo 23 al lunes 24 de julio de 2006
Lunes, 24 de julio de 2006
Lunes, 31 de julio de 2006
Epílogo
Agradecimientos
Avance de Las raíces del mal
Prólogo
Viernes, 25 de mayo de 1962
Biografía
Créditos
A Lorenzo
Al pueblo libio
Se necesita luz para que cambie una creencia del alma, y la luz no puede venir, en modo alguno, de un castigo infligido al cuerpo.
J. LOCKE
9 de julio de 2006
El Hombre Invisible
Si la primera vez las cosas hubieran sido de otra manera, tal vez no habría matado a todas las demás. Al principio me lo preguntaba muchas veces. Después de tantos años ya ni siquiera sé a cuántas he matado, y la pregunta ha cambiado: ¿sería un ser mejor si solo la hubiera matado a ella, en un único momento de locura? Hoy ya no odio a las mujeres que mato, después de tantos años son solo muñecas de trapo. Odio, en cambio, a esos hombres sabios, a esos hombres que pontifican. Cada uno de ellos podría haberse encontrado en mi lugar aquella primera vez. De ellos, que han vivido sin remordimiento ni honor, es de quienes pienso ocuparme. De uno en especial.
9 de julio de 2006
La madre
Mientras el lateral izquierdo de la selección italiana tomaba carrerilla para lanzar el penalti decisivo de la final del mundial de fútbol 2006, Giovanna Sordi se levantó del sofá desvencijado del pisito donde había vivido durante cincuenta años. No tenía a nadie de quien despedirse: su marido, Amedeo, se había reunido con Elisa diez años antes. Desde entonces había ido todos los días a llevar flores a sus tumbas. Y si en todos aquellos años no había obtenido justicia, ahora, por fin, encontraría la verdad. Cruzó sin prisa el cuarto de estar del pisito. Pasó por delante de la puerta cerrada de la habitación en donde su sueño había nacido y se había desvanecido. Salió al balcón ajena al jolgorio vociferante de la gente asomada y de la multitud en la calle: ya sabía cómo hacerlo. Aterrizó en el adoquinado veinte metros más abajo mientras Italia entera estallaba en una alegría incontenible.
Primera parte
Enero de 1982
«Bote» fue la primera palabra que le oí decir a Angelo Dioguardi.
Había entrado en la habitación cargada de humo solo porque en ella estaba el mueble bar y quería rellenarme la copa con la botella de La