Las raíces del mal (Comisario Michele Balistreri 2)

Roberto Costantini

Fragmento

cap

A Wilma y Ulderico
Al pueblo libre de Libia

Image

Image

Image

Like a bird on the wire

Like a drunk in a midnight choir

I have tried in my way to be free.

Como un pájaro posado sobre un cable

como un borracho en un coro de medianoche

he intentado a mi manera ser libre.

LEONARD COHEN

1969

Caminaba en contra del guibli candente de arena. Nadia al-Bakri mantenía su velo bien sujeto sobre los ojos semicerrados para protegerse de los granos ardientes y de las moscas enloquecidas. Recorría el camino de tierra de forma automática. Pasaba por allí todas las mañanas, por lo que sus pies descalzos reconocían cada guijarro.

En medio del silbido del viento oyó el croar de las ranas y comprendió que casi había llegado. Se encontraba en la gran curva, la próxima a la charca, la última antes de llegar a villa Balistreri.

Más que verlo, lo intuyó. A unos treinta metros de ella, una imagen desenfocada e inmóvil en el polvillo de arena, bajo un eucalipto. No había ningún motivo para que él estuviera allí y Nadia se quedó perpleja por un momento. Después le sonrió y avanzó vacilante.

En la niebla opaca del sol pálido de arena no distinguió el reflejo de la navaja.

1982

—Usted es policía, Balistreri. Debería buscar a un asesino, no a un traidor o a un enemigo personal.

—Es lo mismo, senador. La Italia de hoy está gobernada por una clase política que nació traicionando a su propio país durante una guerra. Y a partir del ejemplo de ustedes, todos los italianos han aprendido que el interés personal está por encima de la lealtad.

—No entiendo qué tiene que ver eso con el asesino de esas chicas, Balistreri. Ese tipo solo es alguien que mata con una navaja.

—Se equivoca. El asesino mata con el cerebro. Por interés personal. Como nos han enseñado ustedes.

cap-1

Prólogo

cap-1

Sábado, 1 de febrero de 1958

La mosquitera entre el salón de la villa y el porche que da al extenso jardín está abierta de par en par. Aunque el aire es tibio, en febrero no hay mosquitos en Trípoli.

Fuera, en el silencio de la noche africana, croan las ranas.

Estamos todos allí, en el salón. Para ver la velada final del Festival de la Canción de San Remo. Las tres familias.

Los seis al-Bakri, los libios: el páter familias, Mohammed; los cuatro hijos varones, Farid, Salim, Ahmed y Karim; y la hijita menor, Nadia. Las dos mujeres de Mohammed se encuentran como siempre relegadas en su chabola.

Los tres Hunt, los norteamericanos: William, su mujer Marlene y la pequeña Laura.

Y nosotros, los cinco Bruseghin-Balistreri, los italianos: el abuelo Giuseppe, mi padre Salvatore, mi madre Italia, mi hermano Alberto y yo, Michelino.

En la pantalla en blanco y negro del televisor Marelli, Domenico Modugno canta la canción ganadora del festival. Estoy sentado en el sofá de tres plazas, en medio de las dos mujeres de mi vida. La mujer que me trajo al mundo y la mujer con la que viviré. Tengo toda la vida por delante.

Penso che un sogno così non ritorni mai più

Mi dipingevo le mani e la faccia di blu

Poi d’improvviso venivo dal vento rapito

E incominciavo a volare nel cielo infinito

Volare oh oh

Cantare oh oh oh oh

 

Pienso que un sueño parecido no volverá más

Y me pintaba las manos y la cara de azul

Y de improviso el viento rápido me eleva

Y me echo a volar en el cielo infinito

Volare oh oh

Cantare oh oh oh oh

cap-1

Primera parte

Estoy de pie, con la túnica pegada al cuerpo por el sudor del miedo. Mis plantas desnudas se apoyan en una superficie de madera, una mesa, arrimada a una pared de cemento. Un metro más abajo veo el suelo de tierra y barro. Un escarabajo sube hacia la mesa. Tengo los pies libres, y también mi brazo derecho, pero mi muñeca izquierda está inmovilizada por uno de los dos aros metálicos de las esposas. El otro aro está cerrado alrededor de un tubo metálico que sube en vertical por la pared. El escarabajo sube por el tubo. Tengo una soga al cuello, siento el grueso nudo que me oprime la garganta. Me oprime, pero no tanto como para impedirme respirar. Aunque solo si estoy erguida. Porque, si intento doblar las rodillas o sentarme, la soga me estrangula.

cap-2

Viernes, 25 de mayo de 1962

Los dos vaqueros se enfrentan en la explanada polvorienta en El último atardecer. Con las pistolas en las cartucheras y las manos listas para sacarlas. Mezclada entre la multitud, la chica, que ha amado primero a Kirk Douglas, después a Rock Hudson y ahora no se sabe a quién, asiste al duelo.

En la oscuridad de la sala Alhambra solo se oye el zumbido del proyector. Observo el rostro impasible del abuelo Giuseppe mientras los protagonistas intercambian las últimas miradas.

—Abuelo, ¿quién ganará? ¿El que sea más rápido?

Giuseppe Bruseghin, de la quinta de 1899, es mi abuelo. Un campesino véneto completamente fiel al rey piamontés; después de la derrota de Caporetto y la ruptura del frente austríaco, fue uno de los pocos que no se desembarazaron del fusil y del uniforme para esconderse en alguna granja. No le gustan las armas ni los duelos. Y si soporta las películas del Oeste, es porque me adora.

—Michelino, en la vida

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos