¡Gol! 28 - ¡Bienvenidos a Italia!

Luigi Garlando

Fragmento

cap-1

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—Abróchate el cinturón —manda Nico.

—Ya lo he hecho —contesta Fidu.

—No el de los pantalones, sino el de seguridad... —precisa el número 10—. Vamos a aterrizar.

—Ah, claro... Ya está. Pero ¿por qué se sacude tanto el avión? ¿Hay algún problema? —pregunta el portero, que, como sabes, está mucho más tranquilo cuando vuela tras los palos.

—Va todo a pedir de boca, relájate —le conforta Nico—. Siempre hay oscilaciones durante el aterrizaje, porque el avión atraviesa las nubes y pasa por corrientes de aire. ¿Quieres que te coja de la mano?

Fidu mira a su alrededor antes de contestar:

—Sí, gracias, pero que no nos vean. De lo contrario me tomarán el pelo todas las vacaciones.

El más tranquilo de todos es Morten, que, como sabes, adora las nubes. Cada viaje en avión es una fiesta para el rubio danés, como ir a ver a unos viejos amigos. Se queda pegado a la ventanilla y observa encantado las formas que dibujan. Cuando las atraviesa se despide de ellas una por una.

Los Cebolletas y sus acompañantes están aterrizando en el aeropuerto de Palermo. Además de la esposa de Champignon y su hijo adoptivo, Issa, forman parte de la expedición muchos padres, incluidos los de Fernando, que en unos días se casará con Clementina, la prima de Tomi. Tenían previsto celebrar la ceremonia en la ciudad natal de la novia, pero al final han optado por una fiesta más «recoleta» en la isla de Sicilia, de la que la pareja guarda muy gratos recuerdos. También han acudido João, Lara, Dani, y los antiguos Cebolletas que ahora juegan con los Sobresalientes, además de Pedro, naturalmente: es el hermano del novio.

La ceremonia se celebrará en Catania, la ciudad natal de la madre de Clementina, adonde los invitados de Madrid llegarán después de un largo recorrido por la isla. Por eso Augusto se ha adelantado a los Cebolletas en compañía de su Violette: a bordo del Cebojet, marido y mujer han hecho un viaje romántico a través de Italia y ahora esperan a sus amigos en el aparcamiento del aeropuerto.

El reencuentro del chófer del Cebojet y la pintora con sus amigos se produce entre sonrisas y abrazos.

—¿Cómo os han ido las vacaciones, hermanita? —pregunta Champignon.

—¡Inolvidables, hermanote! —contesta Violette con entusiasmo—. Siena, Asís, Roma, Capri... Augusto me ha llevado a sitios fantásticos. Ni pintándolo podría tener un marido mejor...

—Yo también lo creía hace muchos años, pero al final cambié de idea —comenta Lucía.

—Mujer ingrata... —rebate Armando fingiendo enfadarse, mientras todos ríen y suben a bordo del Cebojet.

Augusto acaba de poner en marcha el autocar cuando Becan lee en voz alta la inscripción que domina la entrada al aeropuerto de Palermo: «Aeropuerto Giovanni Falcone e Paolo Borsellino».

—¿Quiénes son?

—Dos grandes jueces, que combatieron a los criminales de la mafia —contesta Nico—, ¿verdad?

—En efecto —confirma el cocinero-entrenador—. Y es justo que se vean sus nombres en cuanto se aterriza en Sicilia. Los recién llegados tienen que saber que esta no es la patria de la mafia, sino de los héroes de la justicia.

—Pero ¿qué hace exactamente la mafia? —pregunta Elvira.

—Un montón de acciones ilegales para ganar dinero —contesta Armando—. Una de las más habituales es exigir una comisión a los comerciantes, es decir, dinero a cambio de protección. Y, si los propietarios no pagan, los mafiosos les rompen las vitrinas o destruyen sus locales...

—¿Y por qué nadie va a la policía a denunciarlo? —pregunta João.

—Algunos lo hacen —responde Champignon—, pero otros prefieren callar por miedo a venganzas. Es difícil rebelarse...

—Pero si todos callan, ¡los mafiosos siempre podrán hacer sus negocios sucios! —exclama Sara, indignada.

—Os recuerdo que, cuando era un matón —interviene Aquiles—, todos sabíais que me dedicaba a molestar a Tino, pero nadie me dijo nada, por miedo a que os destrozara las uñas a martillazos también a vosotros...

Los Cebolletas se esfuerzan por reír, ligeramente avergonzados.

—Aquiles tiene razón —comenta el cocinero francés—. No es fácil hacer acopio de valor para salir de la omertà, es decir, del silencio con el que se tapa una injusticia y con el que se hace todavía más injusta. Pero si os acostumbráis desde jóvenes a denunciar los abusos del poder, como los de un matón, estaréis en condiciones de enfrentaros a injusticias más grandes, como las del crimen organizado.

—Pero en Madrid no hay mafia —apunta João.

—Ya, pero no hay mafiosos solo en Sicilia —le corrige Gaston—. No todos tienen mostachos ni llevan sombreros de gánster, como en las películas... Además, como ha dicho Armando, a la mafia lo único que le interesa es hacer negocios, le da igual dónde. Es más, muchos se han refugiado en España, desde donde siguen operando. La mafia es una manera de pensar y comportarse, de modo que puede haber mafiosos en cualquier lugar del mundo, aunque no tengan mostachos... ¿Comprendéis lo que quiero decir?

Los chicos siguen discutiendo sobre el tema hasta que Augusto pone el intermitente y detiene el Cebojet en una pequeña estación de servicio de la autopista que lleva a la ciudad de Palermo, cerca del desvío hacia Capaci.

—¿Una pausa para merendar? —pregunta Fidu, esperanzado.

—No, os quiero enseñar dónde mataron al gran Giovanni Falcone —contesta Gaston Champignon, con gesto muy serio.

Todos bajan del autobús y leen el nombre del magistrado grabado en una estela, una especie de columna alta y plana, junto a los de otros desconocidos, y una fecha, el 23 de mayo de 1992.

—Ese día Giovanni acababa de llegar al aeropuerto y había recorrido la autopista igual que hemos hecho nosotros hoy —cuenta el cocinero-entrenador—. Estaba feliz de volver a su tierra y ver de nuevo el mar. Conducía su coche, blanco, y su mujer, Francesca, iba sentada a su lado. Los agentes de la escolta que lo protegían ocupaban los coches que lo precedían y lo seguían. Hasta que sucedió lo impensable... ¿Veis la casita que hay en lo alto de la colina?

Los muchachos se dan la vuelta para observarla. Es una especie de cubo de cemento claro.

—Cuando el coche de Giovanni llegó a esa altura —prosigue Champignon—, un criminal escondido en la casa apretó la tecla del mando que accionaba el explosivo y la carretera saltó por los aires como si fuera de papel. Los mafiosos habían ocultado bajo el asfalto una montaña de dinamita. La explosión fue de una violencia inaudita. Los nombres inscritos en esa columna junto al de Giovanni son los de los miembros de la escolta muertos en el atentado. Lo último que vio Falcone fue este mar, que adoraba...

Los chicos releen los nombres escritos en la estela y luego se quedan en silencio, meditando acerca de las palabras de su entrenador y mirando a su alrededor, emocionados.

—O sea que ganó la mafia —concluye Sara.

—No, Sara, ganó Giovanni —la corrige enseguida Gaston Champignon—. ¿Ves lo que han escrito en la casita de la colina?

Alguien ha escrito dos palabras en negro sobre el yeso blanco: «No Mafia».

—Despué

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