El compositor de tormentas

Andrés Pascual

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Prólogo

PRIMER ACTO

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

SEGUNDO ACTO

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

TERCER ACTO

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Nathalie

Epílogo

Agradecimientos

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Portada
cover

A Cristina,

mi silencio, mi melodía

Soñamos con viajes a través del universo

pero ¿no está el universo dentro de nosotros?

Desconocemos las profundidades de nuestro espíritu.

El camino secreto se dirige hacia el interior.

En nosotros, y en ninguna parte más,

están la eternidad y sus mundos,

el pasado y el porvenir.

NOVALIS

Ópera Garnier, París

1 de septiembre de 2010, 20.00 horas

M ichael cerró los ojos y aspiró la esencia de mandarina. Todos sabían que no era capaz de dirigir si al tiempo no inhalaba el frescor ácido de su colonia. Algunos músicos de la orquesta se habían propuesto imitarle y, después de los ensayos, discutían sobre si se trataba de esta o de aquella marca. Se miró en el espejo del camerino. Su porte señorial no se correspondía con su aroma. Examinó las arrugas del rostro y el pelo blanco peinado hacia atrás como quien analiza de forma furtiva a otra persona. «La pajarita no está recta», pensó. La recolocó con cuidado, evitando manosearla para que conservase el blanco impoluto. El frac, bien. Miró hacia abajo. Los zapatos, bien.

Llamaron a la puerta. Era Fabien Rocher, el director del teatro.

—Pasa, por favor.

—¿Cómo estás?

—Con ganas de salir.

—Querido amigo…

Se acercó y le dio un abrazo. Después se sentó en el sillón de cuero negro y le contempló con orgullo.

—No te pongas sentimental —se quejó Michael—. Somos dos viejos.

—Estamos en la edad perfecta para ponernos sentimentales. Son tantos recuerdos… —Intercambiaron una sonrisa—. ¿Cuándo fue la primera vez?

—¿Aquí?

—Creo que dirigiste algo de Wagner…

Lohengrin, el 17 de marzo de 1976.

—Es cierto. Rachel estaba…

Fabien interrumpió la frase.

—Estaba preciosa. Parecía un ángel, sentada en el palco.

—Era una gran mujer.

Ambos callaron durante unos segundos. Michael lanzó una mirada fugaz a su amigo.

—Fabien…

—Ya te dejo solo. Voy a atender al ministro de Cultura, que lleva toda la tarde alteradísimo. ¡La escalera central está abarrotada de celebridades y periodistas! —exclamó antes de abandonar el camerino—. ¡Suerte, Michael! ¡Ponnos la carne de gallina como tú sabes hacerlo!

Mientras Fabien cerraba la puerta se filtró un rumor creciente que provenía de la platea. Los aficionados que ocupaban las casi dos mil butacas de terciopelo rojo se habían vuelto hacia una hilera de mandatarios de todos los rincones del globo que, siguiendo un cuidadoso protocolo, se encaminaban hacia las primeras filas. En los últimos días había tenido lugar en París una fructífera cumbre política que culminó con la firma de una serie de acuerdos para la protección del medio ambiente que hasta entonces se consideraban meras utopías, un hito histórico que aquella pintoresca pléyade de dirigentes se proponía celebrar codo con codo en aquel majestuoso edificio.

—Quizá sea sólo durante dos horas, pero por primera vez, desde que el hombre tiene memoria, todos seremos uno, hermanados gracias a la música —había dicho Fabien Rocher a los medios.

No se trataba de un concierto más de Michael Steiner, el gran compositor y virtuoso violinista que, por encima de todo, estaba conside

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