Niceville

Carsten Stroud

Fragmento

Coker necesitaba concentrarse un poco

El aparato emisor-receptor empezó a zumbar en el bolsillo de Coker, como una cucaracha dentro de una botella. El propio Coker estaba profundamente inmerso en sí mismo, tratando de ver cómo se desarrollaba todo. Antes, este truco Zen le costaba muy poco. Por entre las cortaderas estaba contemplando la serpiente de asfalto que venía hacia él desde el verde y largo valle, el pesado fusil tan compacto y cálido en sus manos como el pescuezo de un caballo.

La radio volvió a zumbar.

Coker sacó el auricular y pulsó la tecla.
—Diga.
—Estamos en el kilómetro cuarenta y siete.

La voz de Danziger sonó monótona y serena, pero dura. Coker oyó las sirenas de fondo, el sisear del viento, el rumor de neumáticos sobre el pavimento de gravilla de la carretera.

—¿Qué tienes?

Coker escuchó un breve diálogo en tono tenso entre Danziger y Merle Zane, el conductor, ambas voces algo alteradas por la adrenalina, lo cual era lógico.

—De momento solo cuatro —dijo Danziger—. Nos pisan los talones pero mantienen la distancia. Tenemos a un helicóptero de la prensa con nosotros, pero que podamos ver no hay polis en el aire por ahora. ¿Algo más adelante?

Coker bajó la vista al pequeño televisor portátil que tenía al lado, en el suelo. En la diminuta pantalla de plasma pudo observar un coche negro de chasis aerodinámico con un morro como un puño cerrado, el Chrysler Magnum de Merle Zane a toda pastilla por una sinuosa carretera secundaria, campos y sembrados a un lado y a otro, perseguido de cerca por cuatro vehículos, dos Crown Vic gris oscuro y negro, un típico coche de policía negro y marrón (también un Crown Vic) y un coche azul oscuro sin identificar, una especie de ladrillo volador con unas llantas enormes y en la parte delantera un gran parachoques negro de acero.

La imagen procedía de un helicóptero de la cadena local que estaba siguiendo la persecución. Coker pudo ver el parpadeo rojo y azul de las luces de los coches patrulla.

Giró el mando del volumen y oyó el agitadísimo comentario de una joven reportera describiendo la situación. La imagen cambió al elevarse el helicóptero para salvar una hilera de torres de transmisión, mostrando durante unos instantes el amable paisaje rural azulado con lomas pardas al fondo, hacia el sur.

Coker aguardaba en aquellas lomas pardas.

Cogió la radio. Conectó.
—De momento no hay controles, carretera despejada. Confirmado: os siguen cuatro coches. El Dodge Charger azul es uno de los que utilizan para persecuciones. Motor hemi de seis litros, chasis reforzado, con esas defensas delanteras tan gordas. Lo tienen a cola de la comitiva pero a la primera de cambios os vendrá a besar el culo, se cargará las luces traseras del lado izquierdo con un par de golpecitos y os hará girar como una peonza. No dejéis que se acerque.

—Descuida —dijo Denziger—. Entonces ¿qué? ¿Nadie por delante?

Su tono de voz seguía siendo monocorde, pero Coker detectó la tensión. Estaba controlando las frecuencias de la policía y escuchaba el intercambio de mensajes entre jefatura y los coches perseguidores.

—Han llamado pidiendo refuerzos a los sectores Cuatro y Nueve, pero hasta ahora solo dos coches patrulla podrían acercarse, y están al otro lado del Belfair Range, a más de treinta kilómetros. Se han desplegado por todo el condado y tienen a la mayoría de su gente en la interestatal, ayudando a dirigir el tráfico cerca de la zona del accidente. El helicóptero lo tienen también allí.

—De acuerdo —dijo Danziger—. Buen…

Coker oyó un golpe sordo, y a continuación ruido de cristal astillándose. Finalmente, la voz de Merle Zane, maldiciendo en voz baja:

—Mierda. Nos disparan.

Coker bajó la vista al monitor, oyó a la reportera hablando ahora muy excitada. Al pie de la pantalla, el texto en movimiento lateral rezaba: ¡en riguroso directo! ¡persecución por la ruta 311 sur! esto es skycam news ¡persecución en directo! Pero no salía el nombre de la periodista. Coker creyó adivinar de quién se trataba. Al parecer, lo estaba pasando en grande.

«Mejor para ti», pensó.
«Aprovecha mientras puedas, nena.»
—Lo que yo decía. Se os están acercando demasiado. Coker oyó disparos de pistola, una serie de chasquidos secos, percusivos, y luego la voz de Merle Zane:

—Danziger les está disparando.
—Pues dile que pare. Eso no hace más que motivarlos. Danziger ya debería saberlo. Dile que agache la cabeza o se la volarán.

Oyó cómo Merle Zane le gritaba a Danziger y oyó la acalorada respuesta de este, pero los disparos cesaron. Merle vol vió a hablar por la radio:

—Kilómetro cuarenta. Estamos solo a tres kilómetros. —Aquí estoy —dijo Coker, y cortó.

Bajó el volumen del monitor y desconectó la radio de la policía. Ya no importaba mucho lo que estuvieran haciendo los chicos de la poli estatal.

Fuera lo que fuese, llegaban tarde.

El helicóptero de la televisión local: eso sí era un problema. Miró hacia el monitor intentando calcular a qué altura estaba el helicóptero, los ángulos, el tipo de aparato. La mayor parte de los helicópteros de la prensa y algunos de la policía del estado eran Eurocopter 350. A juzgar por el ruido que le llegaba del rotor y del propio motor, se trataba de uno de esos; un aparato precioso y muy rápido.

Pero liviano y de chapa fina.

Un huevo volante.

Apoyó la espalda en un árbol, aflojó la presa sobre el rifle, inspiró despacio y se abrió mentalmente a lo que estaba pasando a su alrededor.

En unos álamos al otro lado de la carretera, un puñado de cuervos discutía con otro puñado de cuervos. El viento que soplaba de la llanura agitaba las cortaderas, haciendo bailar sus cabezuelas peludas y sisear y parlotear sus quebradizos tallos al rozarse entre sí. El sol de la tarde hacía que le ardiera la mejilla izquierda. Alzó la vista: un cielo azul sin nubes. Colina abajo una comadreja escarbaba en la tierra rojiza, y su cola asomaba como un palo negro y curvo de la hierba amarillo claro. Tres gavilanes volaban en lo alto con sus alas abiertas y estáticas, planeando perezosamente en círculos, dejándose llevar por las corrientes cálidas mientras el sofocante calor castigaba la llanura. El aire olía a hierba de bisonte, a clavo, a tierra caliente, a asfalto recalentado. Le hizo pensar en Billings y en los barrancos que había en el valle del Bighorn. A lo lejos, débil pero cobrando fuerza, Coker oyó el aullido de unas sirenas.

Volvió a centrarse en el monitor y vio la hilera de coches que seguía al Magnum negro de Merle, el interceptador azul oscuro haciendo eses entre los otros vehículos, aproximándose a Merle a medida que la calzada de dos carriles empezaba a ascender hacia las herbosas estribaciones del Belfair Range.

Al otro lado de la carretera los cuervos se quedaron callados, como si estuvieran escuchando, y luego alzaron el vuelo en una sola nube negra, con las alas despidiendo destellos de color ámbar.

Percibió el sonido del helicóptero que se aproximaba a baja altura, oculto tras las copas de los árboles, y a continuación, entre el ulular de sirenas, un chirrido de neumáticos cuando el Magnum que conducía Merle dobló una curva a menos de quinientos metros.

Las sirenas sonaban más estridentes, sus alocados ecos rebotando en las laderas circundantes, mezclados con el furioso sonido de los motores en plena carrera.

Coker alzó el rifle, se puso unos protectores para los oídos, exhaló larga y pausadamente, s

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