Cuarteto para un solista

José Luis Sampedro
Olga Lucas

Fragmento

cap-2

VIDA Y LOS CUATRO

Cielo y océano: ilimitados e intemporales. Ancha senda dorada de la playa, mantenida en su pura desnudez por el doble barrido diario de las ondas. Acotada por dunas, manglares y palmeras. Junto a una de ellas, en la tendida luz de un recién aparecido sol que tiñe de rosa la nube, cuatro figuras sentadas, con las piernas cruzadas cambian miradas inquietas. Surge una voz:

—Parece que tarda.

—No dudes, Fuego. Nos ha hecho venir.

—Y vendrá, Aire. Vida no falla. Ella es la Verdad.

Breve silencio roto por un aleteo. Los Cuatro miran a lo alto. En la copa de la palma la cacatúa agita otra vez sus plumas como también impaciente.

—Cuando te despediste, Tierra, ¿se quedó ella enfadada?

—¿Otra vez me lo preguntas, Agua? No, ya te lo he dicho: estaba tranquila. Sorprendida, eso sí.

—¿Le dejaste claro lo que queremos?

Tierra no contesta. Lo ha explicado varias veces.

Es Fuego quien exclama:

—¡Ahí está! ¡Ya viene!

A la vista, sobre la arena acaba de surgir una figura femenina. Seguro designio, perfecta dignidad natural. Cada dos o tres pasos su mano extrae algo invisible de la bolsa pendiente de su hombro y el brazo desnudo traza un arco horizontal, mientras el puño cerrado se abre.

Al tenerla cerca los Cuatro reconocen la noble apostura, la fuerza en la mirada y la generosidad en la sonrisa de Vida. Se levantan inclinándose en la bienvenida mientras ella los saluda, se sienta bajo la palmera y los invita a rodearla.

—He querido escucharos a los Cuatro antes de decidir. Vuestro deseo me ha sorprendido mucho. Queréis vivir como humanos...

—¡Sólo algún tiempo! —interrumpe Fuego.

—Es igual. ¿Qué os proponéis con eso, qué esperáis?

—Procuré explicártelo, Señora —responde Tierra—. Sentir como ellos, comprender lo que los mueve, los aleja y los desvía.

—¿Los desvía de qué?

—Bien lo sabes —interviene Aire—. De ellos mismos, de su radical naturaleza. Nos olvidan, después de tantos siglos. No se apoyan en nosotros Cuatro, exploran otros que también llaman elementos, pero que sus cuerpos no pueden valorar ni saborear: átomo y partículas cuánticas, conceptos del espacio. ¿Adónde lleva eso: a hacerse máquinas o internautas, al hombre biónico? ¿Qué harán de la vida que les diste? ¿Cálculos y protocolos, sin visiones ni sensualidades? ¡Se están destruyendo!

—¿No será que se están transformando, que evolucionan? Así lo hacen millones de vidas. Mutaciones y hasta metamorfosis: el gusano se transforma en mariposa.

—Sí, la mariposa es un progreso del gusano —irrumpe Fuego—. Pero la máquina degrada al hombre.

Vida los contempla un punto compasiva:

—Ya veo, os habéis hecho demasiado humanos. Habláis de esa especie como si fuera la más alta meta, como si hubiera alcanzado el fin de la Historia, según dicen algunos. ¡Qué error, qué egolatría desmedida! Yo continúo sembrando vidas: ya me habéis visto hacerlo ahora mientras me acercaba. Me impulsa la Energía inagotable, la fuerza cósmica global y las lanzo, les doy la salida como un trampolín o como una explosión y después no intervengo. Ellas despliegan sus potencias y sus limitaciones; unas aciertan y prosperan, otras se frustran. Entre millones de nuevos continuadores surgen innovadores que saltan horizontes, revolucionarios del futuro. Ése es el curso vital de todos los seres en el mundo, incluidos, por supuesto, los humanos, aunque ellos se crean diferentes, ajenos al Cosmos, sobrenaturales. Se engañan atribuyéndose otra vida inmortal fuera del Todo.

Aleteo en lo alto. La cacatúa aplaude.

—No niegues su grandeza a los humanos, Señora —se atreve Agua—. Considera cómo empezaron, con la Palabra, su difícil conquista que dejó atrás a los simios. Son la punta de lanza adelantada a todas las especies en la evolución.

—Es cierto, pero eso no los libera del cambio permanente que es ley. Reconozco sus hazañas, pero les pierde la pretensión de situarse frente al mundo en vez de integrarse en él, de querer dirigir la evolución mediante sus innovaciones técnicas, pareciendo ignorar que ellos mismos son un pequeño grupo de vidas y deseos en la infinitud de espectáculos, acciones, trofeos y desplomes interdependientes, envueltos todos ellos en la evolución global del Cosmos.

—Razón de más para mezclarnos entre ellos e intentemos ayudar desde dentro —exclama Fuego.

—¿Y cómo? Vuestra vida no es la carnal de hombres y mujeres, no sois entes del mundo físico. Sois creaciones de la imaginación humana, figuras del mundo mítico y simbólico. Sólo existís en las galerías de las mentes, donde existen también los dioses, los demonios o las hadas. Fantasías elevadas a mitos.

—También son de ese mundo las ideologías —opone Aire—, las creencias políticas y, sobre todo, las religiones. ¿Acaso no son tremendas provocaciones de cambio para bien o para mal? Pero las transformaciones exigen obras, requieren actores corpóreos. Las religiones tienen sus iglesias con medios poderosos.

—Además, nosotros también somos realidades físicas y bien valiosas, imprescindibles para ti, Vida. El aire, el agua, la tierra y el fuego son tangibles y consumibles, imprescindibles para el ser humano —recuerda Tierra.

—Sí, somos también activos, como armas destructoras —refuerza Fuego—. Diluvios, ciclones, incendios, terremotos. Tenemos fuerza material, podemos influir como las iglesias y los imperios.

—Es cierto. Dais vida y también podéis matar —ataja Vida—. Pero la figura con que os estoy viendo ahora, los vestidos que os cubren, como a mí mi túnica, siguen siendo símbolos, representaciones nacidas y sostenidas en la mentalidad colectiva de la Humanidad. Nacisteis griegos: Empédocles os reunió a los Cuatro para siempre. No sois personas vivas, agentes de decisiones y evolución. Sois mitos que representan materias inertes; inertes, aunque vitales. Si matáis son catástrofes, si impulsáis un velero sobre el océano sois Naturaleza, no Historia, no decisiones humanas.

—Pero podemos estimular o disuadir —apunta Aire—. Dar ejemplo, apelar a la perenne sabiduría que nos hizo valiosos y también a los hombres. Tú eres una fuerza irresistible. ¡Ayúdanos!

—No, yo no soy una fuerza, sino un estado de la materia que, en la evolución, alcanzó capacidad de reproducirse hacia el futuro lo mismo que los hombres conquistaron la palabra. Fuerzas hay otras muchas, pero todas son variantes de la misma: la Energía Cósmica que estalló en el Vacío primigenio, dando origen al Cosmos y manteniendo su totalidad en marcha. Por eso yo, como vosotros, soy la explicación humana de un proceso inmenso hacia creciente complejidad. Yo no puedo daros vida corpórea. Para lograrla tendríais que haber nacido en la naturaleza física y no en las imaginaciones. No os quejéis: existís como los dioses, pero no podéis tener la vida física de los humanos.

Se detiene al reparar en la expresión de desánimo en sus oyentes. Continúa animándoles:

—Pero puedo aconsejaros algo: que os modernicéis, como se modernizan mis seres ya creados. Que hagáis como otros mitos: acercaos más a los humanos y manteneos en su recuerdo. Ahora que los hombres ya construyen en sus pantall

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