México sediento

Francisco Martín Moreno

Fragmento

Título

Prólogo

México sediento, una novela ecológica con una intensa trama ambientalista, contiene un llamado, un ultimátum hidráulico dirigido a la ciudad más poblada del planeta. La decisión final, la sentencia inapelable la dictará el lector al concluir la lectura de las líneas que tiene en sus manos. Por supuesto, no todo es ecología y apocalipsis, también hay un amor arrebatado, celos, engaños, traiciones, disputas raciales, religiosas y económicas, realmente un fabuloso entuerto en torno a la ausencia de todo tipo de sequía… Insisto: es una novela en la que no podían estar ausentes estos ingredientes fundamentales.

La sequía presentada en este libro no solo se da en el orden ecológico, sino también en las relaciones humanas entre los protagonistas. Sed de amor, sed de verdad, sed de valentía, sed de libertad, sed de humedad, sed de placer, de alegría, de lealtad, ¡ay!, de lealtad, lealtad, valor en desuso, sed de vivir, de soñar, de volar, de creer, sed, sed, sed…

La Ciudad de México es una megalópolis con problemas gigantescos, pero de acuerdo con los expertos, ninguno es tan grave como el del abasto de agua. ¿Qué pasaría si ocurriera una sequía como muchas de las que se han presentado a lo largo de la historia de esta ciudad y de pronto sus habitantes se quedaran sin una sola gota de agua? Esta posibilidad catastrófica puede parecer remota y, sin embargo, podría darse en cualquier momento, sobre todo si no se pierden de vista los efectos devastadores de fenómenos naturales provocados por El Niño. Si bien es cierto que hay ciclones y huracanes de la máxima capacidad destructiva, así como inundaciones, calores y descongelamiento de los casquetes polares hasta ahora desconocidos en la historia de la humanidad, no hay por qué negar que en cualquier coyuntura una cadena de sequías nos podría ocasionar una debacle sin precedentes en los tiempos modernos…

¿Por qué se dieron los sacrificios humanos en la época precolombina? ¿Por qué la caída de Teotihuacán y del Imperio Maya? ¿Por qué se adoraba a Tláloc con tanta pasión y devoción? ¿Por qué la extinción de tantas civilizaciones? ¿Por qué la aparición de tantas deidades, dioses, vírgenes, ceremonias, oraciones y rituales macabros para provocar la lluvia? Por la sequía. ¿Por qué se deshidratan hasta la muerte las reses, las gallinas, los conejos y los burros? ¿Por qué las milpas quedan raquíticas? ¿Por qué se vaciaron los potreros, se perdieron las cosechas, se llenaron las cárceles y los ricos se hicieron más ricos y los pobres, más pobres? ¿Por qué las epidemias y los pueblos fantasmas? Por la sequía, sí, por la sequía. ¿Por qué el escalamiento de precios, la escasez y la importación de granos, el recalcitrante atraso en el campo y la tierra? ¿Por qué, entre otras razones, los pequeños propietarios se convirtieron en empleados, después en mendigos, más tarde en delincuentes y posteriormente en presos? ¿Por qué el bracerismo? Por la sequía, sí, por la sequía. ¿Por qué la insolvencia campesina, el agua escasa, cenagosa y pestilente de los pozos? ¿Por qué las rebeliones, los asaltos a haciendas y pueblos en busca de comida? ¿Por qué la baja de niveles de ríos y lagunas? ¿Por qué las presas vacías? ¿Por qué la falta de energía eléctrica? Por la sequía, sí, por la sequía.

La demostrada capacidad para improvisar de los mexicanos podría ser insuficiente para prevenir, enfrentar y extinguir los efectos de una nueva sequía —de hecho, ya han azotado el norte del país y en varias ocasiones a la capital de la República—, lo que se traduciría en una prolongada catástrofe social que bien podría desembocar en la desintegración política de México. El hombre y la naturaleza son los principales protagonistas.

Si los mexicanos entubamos nuestros ríos o los usamos como drenajes o los condenamos a la muerte lenta y la industria los inficiona aún más sin controles oficiales, descargando aguas residuales con metales pesados, ácidos, bases, grasas y aceites a elevadas temperaturas, materiales tóxicos, orgánicos e inorgánicos sin tratamiento alguno… Si, además, en la actividad agrícola se utilizan herbicidas, plaguicidas y fertilizantes que van a dar a los ríos y a los mares cuando la lluvia lava los campos, una lluvia que además ya se precipita envenenada por los óxidos, monóxidos e hidrocarburos que han contaminado ya la atmósfera… Si, además, hemos destruido bosques y selvas, nos hemos negado a la rotación de cultivos y hemos secado nuestros suelos alterando sensiblemente las temporadas de lluvia y los volúmenes de precipitación… Y, finalmente, si los mantos acuíferos no se recargan por insuficiencia de lluvias o por el crecimiento alarmante de las manchas urbanas que demandan cada vez más agua e impiden la filtración y regeneración de los mantos freáticos… No nos sorprendamos entonces de que tanto el sector urbano como el sector rural se vayan quedando sin el líquido elemento dado que no solo estamos matando nuestros ríos, sino también las fuentes donde nace la riqueza hidráulica de México. ¿Qué futuro nos espera?

Si los mexicanos desforestamos en lugar de reforestar, si desertificamos el territorio ya casi en un 80% como si contáramos con reservas territoriales de cinco pisos en lugar de recuperar el que se nos deshace entre las manos, si las maderas preciosas de las selvas las convertimos en carbón para calentar los humildes comales o bien sembramos maíz y solo maíz para erosionar aún más nuestro suelo, si destruimos la capa vegetal en lugar de preservarla como si de ella no dependiera nuestra existencia, si no podemos controlar los incendios forestales, si carecemos de las superficies de riego necesarias y dependemos de las lluvias en la cantidad precisa, en el momento idóneo y en el lugar adecuado, si dependemos de la veleidad de la naturaleza y de la agricultura de temporal para sobrevivir, si hemos sido incapaces de controlar la explosión demográfica dado que quintuplicamos la población en medio siglo al pasar de 20 millones en 1940 a más de 100 millones de habitantes a principios del siglo XXI, ¿no es evidente que a cada paso encontramos pruebas de manifiesta irresponsabilidad?

Y la sociedad, ¿cómo consintió que durante ya casi 70 años se le impusieran gobernantes en la personas de los jefes del Departamento del Distrito Federal? ¿Por qué, desde finales de los años veinte hasta finales de los noventa, los capitalinos aceptaron no votar y por ende no participar en la elección de quien regiría los destinos de la ciudad en la que vivían?

Un capitalino no reclama ni después de 70 años de imposición de sus gobernantes. Un capitalino no reclama cuando se le impide votar. Un capitalino no reclama ni cuando respira aire tóxico que atenta contra su salud y la de sus hijos. Un capitalino no reclama cuando se desforesta el Ajusco y se talan salvajemente las áreas periféricas. Un capitalino no reclama cuando se sobreexplota el acuífero y su vida queda amenazada por la sed ni cuando se entuban sus ríos o estos se utilizan como caños o se desecan sus lagos o se talan árboles. Un capitalino no reclama cuando come legumbres regadas con

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