Los viajes de Gulliver (Los mejores clásicos)

Jonathan Swift

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

Como de cualquier otra obra cuya popularidad sobrevive a su propia época, una gran variedad de lectores pueden disfrutar de las diversas interpretaciones, todas placenteras y provechosas, que pueden realizarse de Los viajes de Gulliver. En los tiempos que corren, los lectores, al estar habituados al género de ficción predominante en el siglo XX, a menudo se acercan a esta obra como si fuera una novela. Desde este punto de vista, Gulliver es el protagonista y seguimos sus gestas a lo largo de cuatro viajes, centrando nuestro interés en sus aventuras y hazañas, en su evolución y su supervivencia. Muchas adaptaciones bien logradas, ya sea a la gran pantalla, en libros infantiles o en representaciones pictóricas, reflejan esta perspectiva, a la que también hay que atribuir gran parte de su éxito ininterrumpido. En efecto, Swift juega con el deseo de historias como las de antaño que tenían los lectores; y aquellos que lo deseen con la fuerza suficiente, incluso podrán encontrar en la señora Gulliver a una ligeramente esbozada Penélope, a quien ese Ulises moderno regresa durante y después de los largos y peligrosos viajes. Sería un disparate negar la capacidad que posee la obra para suscitar interés. Tan relevantes para la longevidad de Gulliver como puede ser la aproximación a él como si se tratara de un libro de cuentos o de una novela, son otros elementos que se desarrollan en el texto, muchos de los cuales tienden a debilitar de forma drástica el enfoque que lo ha mantenido vivo todos estos años.

Cuando un lector deja de sentirse «lleno [...] de una emoción mezclada de alegría y asombro [y] la crítica [ya no está] maravillada», como describe el doctor Johnson el primer efecto de Gulliver, ciertamente, surgen los problemas. Para empezar, el personaje principal nos cuenta cosas que se alejan en extremo del decoro convencional de la novela de viajes que creemos estar leyendo. Algunos fracasos de las expectativas ocurren al principio de la primera parte: el protagonista se encuentra entre la gente diminuta de Lilliput y Blefuscu, donde todo lo existente en el mundo europeo es representado en miniatura, a escala de uno a doce. Como si fuera nuestro corresponsal en el extranjero, Gulliver nos informa sobre ese extraño lugar, su vida política, sus intrigas y algunas de sus costumbres. Cuando los liliputienses lo capturan y lo llevan a la ciudad, lo encadenan y lo retienen en un templo en desuso (cuyo parecido con la abadía de Westminster de Inglaterra solo reconocerán los lectores más instruidos). Sin embargo, nos sorprende con la descripción de su acto de defecación:

Hacía algunas horas que me encontraba muy apurado por las necesidades de la naturaleza, y no es de extrañar, puesto que hacía casi dos días que no me había descargado. Me sentía en gran dificultad entre la necesidad y la vergüenza. Pensé que la mejor solución consistía en deslizarme sigilosamente en casa, así que esto fue lo que hice, y cerrando la puerta después de alejarme hasta la longitud que me fijaba la cadena, al fin me desembaracé del lastre. Pero esta fue la única vez que me sentí culpable de tan sucio acto; no me resta sino esperar que el ingenuo lector será condescendiente conmigo, una vez sopesada la apurada situación en que me encontraba. A partir de aquel día me acostumbré, nada más levantarme, a ir afuera y ocuparme de ese asunto al aire libre, tan lejos como me lo permitía la cadena. Antes de que alguien viniera a visitarme por la mañana, se tomaban las medidas adecuadas para que mis residuos desaparecieran en las carretillas que dos sirvientes manejaban. No me habría extendido tanto en este incidente, que a primera vista puede parecer insignificante, de no ser por mi necesidad de justificar mi modo de ser en cuanto a la limpieza del mundo. Sin embargo, me han dicho que mis detractores han aprovechado este y otros incidentes para atacarme. (Primera parte, cap. II)

El tono es el adecuado, pero no es el tema que uno espera encontrar en el relato de un viajero. Solo aquellos que lean sin reflexionar, que digieran cualquier cosa que se les ofrezca impresa en la hoja, pueden, en este punto, evitar reexaminar sus suposiciones previas, tanto sobre el narrador como sobre la obra en general. Este fragmento fuerza al lector a reconocer que Swift está ridiculizando las historias de viajes que al mismo tiempo imita, por lo que emerge la incómoda sospecha de que también los lectores estamos en su punto de mira.

Solo en la primera parte se apela «al lector» veinte veces más, y durante el curso de la obra, las numerosas llamadas al «ingenuo», «curioso» y «amable lector» sirven de recordatorio de que Swift está subvirtiendo tanto la apariencia de su relato como el tipo de lectura que este requiere. Hacia el final de la cuarta parte, Gulliver podría estar haciendo una declaración en contra del género que ha imitado:

Deseo de todo corazón que se promulgue una ley obligando a todo viajero, antes de que se autorice la publicación de su relato de viajes, a efectuar un solemne juramento ante el lord Gran Canciller de que todo cuanto se propone publicar es, a su entender, absolutamente verdadero con gran placer durante mi juventud. Pero después he podido recorrer la mayor parte de las regiones del globo y, gracias a mi experiencia personal, estoy en condiciones de desmentir muchos relatos quiméricos. Todo ello me ha producido una repulsa generalizada hacia esta literatura de viajes y bastante indignación al comprobar de qué modo tan descarado se abusa de la credulidad humana. (Cuarta parte, cap. XII)

Swift alecciona a los lectores a lo largo de la obra, a la vez que los incita a leer su libro. Además, la sátira se enfoca en ofrecer más de una lectura posible; y tiene como objetivo la mayoría de supuestos que constituyen la mentalidad de un lector: supuestos sobre el discurso, la razón y la naturaleza humana. Es revelador que la narración de la defecación, que se va repitiendo —a veces en la forma de «remedio» recomendado para el lector—, resulte una de las señales más claras de la actividad subversiva de Swift. Ni el refinamiento de su prosa clara y simple, ni la respetable edad de la obra (casi trescientos años) pueden esconder el hecho de que este libro es a menudo tan obsceno y conflictivo como cualquier producto moderno del activismo político.

Gulliver no es preeminentemente una novela o un relato; en verdad, pertenece a un género literario más complejo: la sátira. Es una parodia de libro de viajes, como Voyages, de William Dampier (del cual se hacen varias referencias explícitas). Es notable la influencia adquirida, tanto en la forma como en el espíritu, de una larga lista de obras satíricas que empieza en la Antigüedad, entre las que se han establecido correspondencias específicas con ciertos textos de especial importancia, por ejemplo del poeta griego Luciano, Rabelais, sir Thomas More y Cyrano de Bergerac. De todas formas, el espíritu satírico de Gulliver va más allá de las similitudes que guarda con obras concretas. Swift recibió una amplia educación sobre los escritores clásicos, y conocía especialmente bien, como muchos de sus contemporáneos, la poesía de los grandes escritores satíricos romanos: Horacio, Juvenal y Persio. Existe un manuscrito incluido en la colección Rothschild donde se recoge la

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