La religión de un médico | El enterramiento en urnas (Los mejores clásicos)

Sir Thomas Browne

Fragmento

Nota del traductor

Nota del traductor

El caso de Sir Thomas Browne es singular y no muy fácil de comprender si no se lo ha leído y saboreado: su vida, lejos de resultar llamativa, fue de una sobriedad exasperante, y sin embargo el célebre Doctor Johnson le dedicó una biografía apasionada (Life of Sir Thomas Browne, 1756); su pensamiento era asistemático, irregular, intuitivo, fluctuante, endeble en algunos aspectos, y sin embargo su obra ha suscitado violentas disputas y controversias —amén de constantes citas— entre los escritores ingleses a lo largo de trescientos años; sus temas fueron tan amplios como vacilantes y dispersos, nunca tratados con método ni exhaustivamente, enfocados siempre con cierta solemnidad excesiva, algo ingenua incluso para su época, y sin embargo nadie niega que a él se deben algunos de los párrafos e ideas más sobresalientes y profundas que jamás se hayan escrito sobre la muerte y la inmortalidad, Dios y la religión, el tiempo, la antigüedad, la perduración en la memoria de los hombres y el olvido; finalmente —y en lo que respecta a nuestra lengua—, nadie se ha ocupado de traducir sus escritos al castellano hasta hoy, y sin embargo, en 1944 apareció en la revista Sur el quinto capítulo de su Hydriotaphia: la molestia se la habían tomado dos escritores notables, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, quienes consideraban ese fragmento una de las cumbres de la literatura inglesa (véase nota 264 de la presente edición de Hydriotaphia), (Sur, núm. 111, enero de 1944).

Browne vive desde hace tres siglos en un terreno difuso, oscilando entre la presencia —más que el recuerdo— y el olvido. ¿Qué tuvo esta figura para merecer tan extraña y limítrofe suerte? El mérito y la culpa de Browne son una cuestión de estilo. Walter Pater lo calificó de «inigualable»; Lytton Strachey lo llamó «la inspiración de la técnica pura» y lo comparó con los de Shakespeare y Pope, «los más grandes maestros del arte perfeccionado»; Cyril Connolly lo juzgó creador del ornamento en la hasta entonces plana prosa británica. Y, en efecto, si leemos su confesión sobre la religión del hombre de ciencia (Religio Medici), o su reflexión sobre las urnas funerarias de los antiguos (Hydriotaphia), o incluso sus páginas acerca de los sueños (On Dreams), lo que sobre todo encontramos es algo que con anterioridad escaseaba en la prosa inglesa y que en la francesa, por ejemplo, sólo existía desde Montaigne, con el que Browne está tan emparentado: estilo.

Todavía en el siglo XVII inglés la prosa se consideraba un mero vehículo transmisor de opiniones y pensamientos, y, a diferencia de lo que ocurría con la poesía (o, mejor dicho, el verso), apenas se creía que pudiera haber arte en ella. Por eso la de Browne supuso toda una revolución en su momento. Influido por la dicción elegante y oscura de los historiadores romanos tardíos (sobre todo Amiano Marcelino y Tácito), el estilo de Browne es tan avasallador que hace que su obra sea, más que nada, un monumento literario en sí mismo. Esa es una de las razones por las que con frecuencia ha sido tomado como caballo de batalla entre los partidarios de la expresión clara y directa y los entusiastas de la exuberancia (Strachey afirmaba que a Browne había que leerlo —siempre en voz alta— bogando por el Éufrates, junto a las costas de Arabia, en Constantinopla o entre las garras de una esfinge).

Y por eso se lo ha acusado tanto de vacuidad y pomposidad, al resultar difícil extraer un resumen de su pensamiento entre la selva de palabras cultas, neologismos, anacolutos intencionados o involuntarios, verbos desplazados de lugar, oraciones de relativos alejadísimas de su sujeto, párrafos largos y grandiosos, sintaxis enrevesada y latinizante y nobilitas general en que —pobremente— podríamos decir que consiste su estilo.

La única manera de traducir a semejante autor es atreverse a ser tan arriesgado como él (y, a diferencia del narrador del cuento de Borges «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» —que habría de traducir Hydriotaphia—, procurar olvidarse de la existencia de un Quevedo en nuestra lengua). Por eso he respetado al máximo las arbitrariedades, el rebuscado léxico, la violentada sintaxis, la pompa, las piruetas, la dispersión, las incongruencias e incluso algunas de las incorrecciones de la prosa de Sir Thomas Browne, en la confianza de que una cierta dilación por parte del lector en el acostumbramiento a ese extravagante estilo pueda quedar compensada por una más cabal transmisión de su «arte perfeccionado». Y aunque una de las principales características, la exuberancia léxica, se vea muy atenuada en castellano (Browne prefería con mucho los vocablos de raíz latina a sus equivalentes de origen anglosajón, y no es lo mismo leer en su texto inglés noctambuloes, corpulency, improperations o beneplacit que en uno castellano noctámbulos, corpulencia, improperios o beneplácito), no he dudado, sin embargo, en mantener palabras tan cultas, en desuso o dudosas como arefacción, diuturnidad o valedicción.

Las ediciones empleadas en la presente traducción son las siguientes:

Religio Medici, Hydriotaphia and The Garden of Cyrus, ed. R H A Robbins, Oxford, Oxford University Press, 1972.

The Major Works, ed. C A Patrides, Harmondsworth, Penguin Books, 1977.

Selected Writings, ed. Sir Geoffrey Keynes, Londres, Faber and Faber, 1968.

The Works of Sir Thomas Browne (3 vols.), ed. Charles Sayle, Londres-Edimburgo, Grant Richards-John Grant, 1904-1907.

Religio Medici 1643 (edición facsímil), Menston, Scolar Press Limited, 1970.

Las dos primeras (a cargo de Robbins y Patrides) me han sido de enorme utilidad para la redacción de las notas a esta edición, señaladas con números árabes y agrupadas al final del volumen, o con asteriscos y a pie de página (mientras que las del propio Browne llevan números romanos y van siempre a pie de página): tan útiles que casi me parece una apropiación indebida hacerme responsable de tales notas (quede malamente justificado el atropello por el hecho de que algunas sean indefectiblemente mías).

También, durante la traducción del Capítulo V de Hydriotaphia, consulté de vez en cuando la ya mencionada versión que de ese fragmento publicaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares hace más de cuarenta años. Fue para mi deleite y fue para mi instrucción. Fue para darme cuenta de que es tan hermosa como inexacta.

JAVIER MARÍAS

1985

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