Título original: Kitty at St. Clare’s.
Autora: Pamela Cox.
Primera edición en inglés: 2008.
Kitty at St. Clare’s.
© Hodder & Stoughton Limited, 2008.
Todos los derechos reservados.
© del texto: Pamela Cox, 2008.
© de la traducción: Mireia Rué, 2017.
© de las ilustraciones: Enrique Lorenzo y Alins Ilustración, 2017.
© de esta edición: RBA Libros, S.A., 2019.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Diseño de colección: juliafont.com.
Primera edición: mayo de 2019.
REF.: ODBO499
ISBN: 9788427218581
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¿Dónde está Pat?
ISABEL O’SULLIVAN Y SU PRIMA ALISON ESTABAN sentadas en el pequeño café de la estación, tomándose una taza de té y unos bollos rellenos de mermelada, mientras esperaban el tren que iba a llevarlas de vuelta a Santa Clara después de las vacaciones.
—Mamá nos ha dejado aquí demasiado pronto —protestó Isabel, harta de esperar tanto rato y de la compañía de Alison. ¡Tenía tantas ganas de volver a ver a sus compañeras de tercero!
—Ha sido culpa mía —admitió Alison, avergonzada—. Creía que el reloj de vuestra cocina iba atrasado. Lo siento.
Isabel apuró la taza de té y miró por la ventana. Se aproximaba un grupito de niñas con el uniforme del Santa Clara y, al verlas, enseguida se le iluminaron los ojos. Por desgracia, eran de último curso y pasaron de largo sin apenas dedicarles una mirada. ¡Qué insignificantes se sintieron las dos!
Isabel dejó escapar un suspiro y dijo por quinta vez:
—Voy a echar mucho de menos a Pat.
—Vamos, tienes un montón de amigas en tercero, y Pat estará de vuelta dentro de un par de semanas —le recordó Alison con un sentido común encomiable y poco habitual en ella.
Su prima asintió con la cabeza, pero siguió sintiéndose muy mal. Sí, tenía muchas amigas en el colegio, y muy buenas, pero no era lo mismo que contar con la compañía y el apoyo de su hermana gemela. Alison no entendía lo que significaba compartirlo todo, incluso las sensaciones y los pensamientos; estar tan cerca de alguien que casi forma parte de ti. ¡Cuánto le había costado separarse de Pat esa mañana! ¡Y cuánto le había costado a Pat quedarse en casa viendo que ella se marchaba!
—Me escribirás, ¿verdad? —le había preguntado su hermana gemela esa misma mañana, ansiosa—. Cada semana. Y cuéntame todas las novedades.
—Pues claro, pero la lástima es que no podrás responderme —se lamentó Isabel, dándole una palmada a la escayola que su hermana llevaba en el brazo derecho.
—No te preocupes por eso, Isabel —la tranquilizó el señor O’Sullivan—. Pat puede dictarme las cartas y yo las escribiré en su lugar. ¡Seré su secretaria!
El comentario de su padre las hizo sonreír, pero cuando llegó la hora de despedirse les entraron las ganas de llorar.
—Tenemos que ser sensatas —se apresuró a decir Pat al ver que a su hermana empezaba a temblarle la barbilla—. Muy pronto volveremos a estar juntas. Además, si se nos saltan las lágrimas, seguro que Alison tampoco podrá contenerse. ¡Ya sabes lo mucho que le gusta soltar una buena llorera!
Alison se tomó muy bien la broma y se echó a reír con ganas. Gracias a eso, la despedida de las dos gemelas fue más llevadera. A pesar de ello, el viaje de regreso al Santa Clara no le resultó a Isabel tan placentero como de costumbre.
—Oye, Isabel —dijo Alison, de repente—. ¿Esas de allí no son Bobby y Janet?
—¡Sí! ¡Y también está Hilary! —exclamó Alison, olvidándose por un momento de su tristeza y levantándose con tanto ímpetu que a punto estuvo de volcar la mesa—. Venga, Alison, ¡vayamos a saludarlas!
Las dos primas salieron corriendo al andén, mientras gritaban:
—¡Bobby, Janet, Hilary, esperadnos!
El grupito de alumnas de tercero se volvieron y, cuando vieron a sus amigas, sus rostros se iluminaron con una sonrisa.
—¡Hola, Isabel! ¡Hola, Alison! ¡Cuánto me alegro de volver a veros!
—¿Cómo han ido las vacaciones?
—¿No os parece genial estar de vuelta? Pero ¿dónde está Pat?
—Se ha roto el brazo —aclaró Isabel, abatida—. El derecho, y mamá ha pensado que lo mejor es que se quede en casa hasta que se le haya curado.
—¡Vaya, qué mala suerte! —se lamentó Hilary—. ¿Cómo se lo hizo?
Isabel sonrió.
—Se le metió en la cabeza que quería subir a la vieja cabaña del árbol que papá nos había construido cuando éramos pequeñas. Ya la advertí de que la rama no soportaría su peso actual y tuve toda la razón.
—Oh… —dijo Bobby—. Pobre Pat.
—No me parece un comportamiento digno de una alumna de tercero —opinó Janet, fingiendo estar sorprendida—. No, en serio: me sabe muy mal. ¿Cuánto tardará en volver?
—Dos o tres semanas, según ha dicho el médico —respondió Isabel—. Así que hasta entonces tendréis que aguantar que vaya con vosotras.
—Bueno, si son solo unos días creo que podremos resistirlo —repuso Bobby con una sonrisa traviesa—. Oh, fijaos, ¡ahí llega Jenny!
Las alumnas de tercero se volvieron y vieron acercarse a la buena de Jennifer Mills, de sexto, con su agradable sonrisa.
—¡Hola a todas! —saludó con alegría—. Supongo que ya os habréis enterado de que, además de capitana de deportes, este trimestre voy a ser la delegada de la escuela, así que, si tenéis algún problema o alguna duda, estaré encantada de atenderos.
—Gracias, Jenny —dijeron las alumnas de tercero con timidez.
Todas la a