El besugo me da hipo

Jesse Eisenberg

Fragmento

cap-3

SUSHI NOZAWA

Anoche fui con mamá al Sushi Nozawa, que está cerca de la casa de Matt. Pero no quiso que Matt viniera con nosotros y no pude seguir viendo mi serie favorita porque mamá dijo que, si no, llegaríamos tarde y que yo no imaginaba a quién se había tenido que camelar para conseguir la reserva.

En la entrada del Sushi Nozawa había una mujer antipática. Le pregunté a mamá por qué aquella mujer estaba tan enfadada y me dijo que era japonesa y que su cultura era así. La mujer que sirve la comida en el colegio también es antipática, pero no es japonesa. Quizá servir comida sea lo que cabrea a la gente.

En el Sushi Nozawa no había carta, y eso, según mamá, lo hacía distinguido. El chef del sushi estaba muy serio detrás de la barra y servía a la gente lo que él quería. También era antipático.

Lo primero que nos trajeron fue un paño húmedo enrollado, que desenrollé y me puse en el regazo porque mamá siempre dice que lo primero que hay que hacer en un restaurante fino es ponerse la servilleta en el regazo. Pero la servilleta estaba caliente y húmeda, y me sentí como si me hubiera meado encima. Mamá se enfadó y me preguntó si era tonto.

Entonces la mujer antipática nos trajo un pequeño cuenco con pescado rojo triturado en salsa marrón y dijo que era atún. Supongo que me contó una trola, ya que no sabía a atún, y me entraron ganas de vomitar en la mesa. Mamá dijo que tenía que comérmelo porque el Sushi Nozawa era «famoso por su atún». En la escuela hay un niño que se llama Billy, al que en secreto todos llaman Billy el Abusón, y pone pasta de dientes en la silla de la profesora antes de que entre en clase. También él es famoso.

Mamá dijo que tenían huevos, así que pedí dos, pero cuando la mujer antipática los trajo, no parecían huevos sino esponjas sucias, y escupí lo que tenía en la boca. Mamá dio un golpe en la mesa que hizo saltar los platos, yo me asusté y escupí otro trozo de esponja en las manos de mamá, y ella, gritando con una extraña voz susurrante, me dijo que el único motivo por el que habíamos ido al restaurante era que pagaba papá. Entonces me puse a llorar y de la nariz me salieron más trocitos de aquel huevo asqueroso mezclados con mocos. Mamá se echó a reír de un modo muy fino, me dio un abrazo y me dijo que me calmara.

La mujer antipática nos trajo unos platitos con pescado asqueroso sobre arroz. Le pedí a mamá que me apartara el pescado para poder comerme el arroz. «Genial, así salgo a más», dijo, y se comió mi pescado. Me gusta el arroz, mamá dice que es como el pan japonés pero sin corteza, lo que me encanta porque a mí no me gusta la corteza. También me gustó cuando mamá dijo: «Genial, así salgo a más», fue su frase más alegre.

Cuando la mujer trajo la cuenta, mamá le sonrió y le dio las gracias, aunque estaba fingiendo, porque no soporta que le traigan la cuenta. Cuando mamá y papá estaban casados, ella hacía como si fuera a pagar y cuando papá cogía la cuenta, como hacía siempre, soltaba trolas como: «¿Estás seguro? Vaya, gracias, cariño». Ahora que papá ya no come con nosotros, quizá yo debería hacer como si fuera a quitarle la cuenta y decir una mentira como: «¿De verdad? Vale, gracias, mamá», pero paso, porque las mentiras son para los adultos, que siempre están tristes.

La mujer antipática recogió la cuenta sin dar las gracias. Supongo que ella no estaba triste. Pero desde luego, estaba enfadada.

Sé por qué la gente que trabaja aquí está tan enfadada. Supongo que es como trabajar en una gasolinera, solo que en lugar de echar combustible a los coches, se lo echan a la gente. Y la gente come despacio y habla de sus ridículas vidas y ríen, pero cuando pasan los camareros, dejan de reírse y se callan como si no quisieran que nadie más oyese sus divertidísimos chistes. En cambio, cuando los camareros hablan de su vida, no se les permite decir lo mal que están, solo cosas buenas como: «Me va muy bien, ¿y a ti?». Y si dicen algo sincero como: «Me va fatal, trabajo aquí de camarero», seguramente los despedirán y acabarán aún peor. Así que tal vez es buena idea hablar con alegría. Aunque a veces es imposible. Por eso le doy al Sushi Nozawa 16 estrellas de 2.000.

cap-4

MASGOUF

Anoche fui con mamá a un nuevo restaurante llamado Masgouf. Dijo que era un restaurante iraquí y que como somos gente de mentalidad abierta, teníamos que ir y apoyarlo. Me pareció raro porque el hermano de Matt está en el ejército en el Irak de verdad y en su coche pone APOYA A LAS TROPAS. Así que me dio la sensación de que estábamos apoyando al restaurante, en lugar de al hermano de Matt.

Mamá me dijo que todas las mujeres de su club de lectura habían ido a ese restaurante, pero yo no entendía por qué nosotros también teníamos que ir. Tampoco entiendo por qué mamá va al club de lectura, porque no lee ningún libro y la víspera de las reuniones del club no para de decir «joder» y me pide que me meta en la Wikipedia. Luego me pide que le lea el resumen de la trama y le describa los personajes principales mientras ella pasa el aspirador, cosa nada fácil porque el aspirador hace mucho ruido y tengo que seguirla por toda la casa leyendo en voz alta con el ordenador en las manos.

El primer detalle extraño en el que me fijé cuando entré en Masgouf es que mucha de la gente que comía allí llevaba grandes máscaras negras que les tapaba toda la cara menos los ojos. Mamá me dijo algo decepcionada que esperaba que hubiera más gente «parecida a nosotros». Pero yo le dije que no sabíamos cómo eran porque ocultaban la cara con las máscaras. Entonces mamá me dio una colleja, que es lo que hace cuando hablo demasiado alto o demasiado bajo o cuando me río.

Después de mirar la carta mamá dijo entre dientes: «Joder, todo es seco». No estoy seguro de qué quería decir, pero creo que tenía algo que ver con el vino, porque cada vez que mamá abre una carta, lo primero que hace es mirar los vinos y soltar un suspiro de alivio.

Mamá dijo que pediría por los dos y que compartiríamos la cena, que es lo que hace cuando cree que la comida no estará buena. Cuando la camarera se acercó para tomar nota, mamá la miró como si fuera alguien sin hogar y preguntó:

–¿De dónde eres? –Cuando la mujer contestó: «De Irak», mamá dijo–: Oh, qué bonito. ¿Y de qué ciudad?

–De Bagdad –respondió entonces la mujer.

–Ay –exclamó mamá, como si la camarera estuviera llorando, pero no estaba llorando, sino sonriendo.

Así que miré a la camarera y le sonreí de oreja a oreja para demostrarle que no siempre estaba de parte de mi madre, pero al verme sonriendo, la mujer puso una cara rara, como si pensara que me estaba burlando de ella, y no era verdad. Entonces mamá me dio una patada por debajo de la mesa, la pierna me dolió toda la noche y un poco a la mañana siguiente, que es hoy.

Lo primero que la camarera nos trajo fue un extraño montón de arroz en un plato y un gran cuenco de puré de berenjena espeso en una salsa roja. Al verla a mamá le entraron náuseas, pero sonrió a la mujer y dijo:

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