Dedicado a ti, mi amor

Chris de Wit

Fragmento

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Capítulo 1

Ciudad de Gouda, Holanda.

—¿Qué dicen, Ren? —preguntó, curiosa, una de las jóvenes.

La muchacha observó las cartas una vez más y suspiró.

—Dos individuos se están aproximando a nosotras.

Silvia, Kristel y Ashley, amigas inseparables de la infancia de Renata van den Berg, entornaron los ojos.

—Pero eso no augura nada interesante, cielo. Lo que anhelamos saber es si muy pronto tú conseguirás un novio.

Renata frunció el entrecejo.

—¿Y desde cuándo están tan ansiosas por mí? Las que tendrían que buscar al chico de sus sueños son ustedes.

—¡Puaj! —chilló Kristel—. No tengo tiempo para un memo.

—Tranquila, Kris. No todos son así.

Renata sonrió. La respuesta provino de Ashley, la gran romántica del grupo.

—Pues enséñame uno que valga la pena.

—Yo no me puedo quejar.

Silvia, la de la sonrisa matadora, expresaba la verdad. De las cuatro, era la que siempre tenía a un tío babeando por detrás. Era hermosa. Su cabello rubio y brillante enmarcaba un rostro labrado por un artista, en el que destacaban unos ojos color miel y una nariz respingona que dejaban a cualquier ejemplar del sexo opuesto babeando por los rincones.

—Bueno, si yo tuviese tus tetas…

—¡Kristel!

—Es que me asombra lo que un par de melones…

—¡No lo son! —gruñó Silvia—. Más bien, naranjas.

—Ah, bue…

Renata y Ashley empezaron a reír a carcajadas ante la eterna pulla entre Silvia y Kristel. Esta última envidiaba las bondades con que la naturaleza había dotado a su amiga, por la sencilla razón de que su cuerpo era muy fibroso. Practicaba muchísimo deporte y sus pechos no eran tan grandes como le hubiese gustado. De todos modos, Kristel aseguraba que eso era lo mejor, ya que podía desempeñar las disciplinas deportivas con comodidad.

—¿Podemos dejar de hablar de tetas y proseguir? —se quejó Ashley. Las demás asintieron y prestaron atención a las cartas.

Renata era tarotista y desde hacía media hora sus amigas habían arribado a su apartamento para participar, primero, de una tirada grupal y, después, de una individual.

La afición de Renata por el tarot provenía de su madre, quien la había educado en esa práctica alternativa desde pequeña con el objetivo de continuar con la tradición de las mujeres de su familia, quienes traspasaban ese conocimiento a las niñas de las siguientes generaciones.

En la actualidad y con veinticuatro años, la joven contaba con una clientela que le profesaba una gran lealtad. A su vez, había estudiado música en el conservatorio de Ámsterdam, donde hacía tres años se había diplomado. En ese entonces, como la urbe le había resultado demasiado grande, con el título en la mano decidió regresar a Gouda, su ciudad natal. Apenas arribada, había sido contratada como maestra de música en una escuela, donde impartía clases por las mañanas. A la tarde, se dedicaba a alumnos particulares, a quienes instruía en el piano. Renata los recibía en el subsuelo del edificio donde vivía para evitar molestar a los vecinos con el sonido del teclado. Y como si eso no fuese suficiente, dos meses atrás se había anotado en una escuela de disc jockey, cuyas clases comenzarían en veinte semanas.

Por lo tanto, Renata, entre tarot y música, ganaba dinero en forma independiente y no le debía un centavo a nadie.

Renata permaneció concentrada en las imágenes frente a sus ojos hasta que abrió la boca más grande de lo habitual.

—¿Qué pasa? —La voz de Ashley se oía ansiosa.

El frunce en los labios de Renata indicaba que estaba analizando la respuesta.

—Un muchacho se presentará en mi vida.

—¡Por fin! —exclamó Silvia con una enorme sonrisa—. El hombre que estamos esperando para ti.

Renata frunció el ceño.

—¿Puedes dejar de pensar en eso, por favor? Se trata más bien de una persona que requiere algo de mí.

—¿Clases de piano? —aventuró Kristel con su mente práctica de siempre.

—Puede ser…, la música lo rodea.

—¿Qué más? —insistió Ashley.

—Es raro, pero las cartas se niegan a ofrecer más información.

—¿Y si intentas hacer una tirada para ti sola?

—¡Ah, no, Kris! —espetó Silvia—. Primero quiero una para mí. ¡Porfis, Renata!

—Deja de ser tan egoísta, ¿quieres? —refunfuñó Ashley.

—Pero…

—¡Cállense las dos! —bramó Kristel.

Renata, abstraída de la pulla que sucedía a su alrededor, afirmó:

—Vendrá a mi casa.

—¡Un futuro cliente!

—Quizá, Kris, pero hay algo más.

—¿Qué? —preguntaron las tres a la vez.

—Necesita protección.

Al levantar la vista, chocó con tres pares de ojos que la contemplaban desorbitados.

—Si quieres, puedo ayudarte con unas clases de karate —susurró Kristel.

Renata meneó la cabeza.

—No se trata de eso.

—¿Y entonces de qué?

Se encogió de hombros.

—No tengo la menor idea.

Un profundo silencio siguió a sus palabras. Renata intuía que la aclaración llegaría a su debido momento, así que, ante la exclamación de disconformidad de sus amigas, levantó las cartas de la mesa y miró a Silvia.

—Tu turno. ¿Qué quieres saber?

Y las sonrisas regresaron.

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Capítulo 2

El timbre de la puerta sobresaltó a Renata, quien se apresuró a atender.

—Hola, mi querida. ¿Me prestarías un poco de azúcar?

La señora Lieke de Boer, su amable vecina de sesenta y cinco años y viuda desde hacía muchos años, la observaba a través de las gafas gastadas. Renata sonrió haciéndose a un lado para invitarla a entrar. Cada piso contaba con dos apartamentos, y el de Lieke se ubicaba enfrente del suyo.

—¡Claro que sí! Mis amigas acaban de irse y yo estaba ordenando el comedor.

—Disculpa que te moleste, mi niña.

—Usted jamás lo hace. Al contrario, para mí es un placer ayudarla. —Renata señaló el sofá—. Por favor, siéntese, que regreso enseguida de la cocina.

Agradecida, la mujer se arrellanó en el asiento.

—Eres muy generosa, Renatita. Debes tener cuidado de que la gente no se abuse de ti.

—Suelo toparme con personas estupendas, Lieke.

—Es lo que atraes, mi amor.

Con una taza repleta de azúcar entre las manos, la joven se acercó a la mesa del comedor y la depositó con cuidado sobre la superficie.

—No tengo motivos para quejarme. Mis padres están sanos y fuertes, y mis dos hermanos también. Además, nunca he tenido tantos alumnos particulares y en la escuela me va estupendo. Con mis amigas me la paso fenomenal y, encima, tengo vecinos maravillosos. Como usted.

La risa de la mujer la contagió.

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