Las elegidas

Jorge Volpi

Fragmento

CAPÍTULO I

I. La tierra prometida

 

 

1

En el principio dios creó los cielos y la tierra

y la tierra era desordenada y hueca

y la luz se abría sobre la faz del abismo

y el espíritu de dios se movía sobre la faz

de las aguas

y dijo dios sea la luz

y fue la luz.

Una luz blanca, arrolladora,

sobre un cielo infecundo

sin apenas nubes.

Donde el sol desmadeja la tierra estéril

el horizonte emerge como una cicatriz

o una frontera,

aquí y allá brotan matojos desplumados

por la resolana,

piedras renegridas, surcos yermos.

Una coralillo asfixia la estrechez de una roca:

dos alacranes se encabritan,

los espolones en ristre.

Y encima de ellos

la luz.

 

2

Y al final el Chino suplicó:

no, por tu madrecita santa

—en su boca un maullido y el maullido

llanto árido—,

Lobato lo oteaba con sus pupilas amarillas

como se otea una tepocata.

El Chino pedía clemencia

mientras el Víbora y el Mayo le rociaban

los sobacos, las ingles, el lomo, los cojones,

Lobato ni oía sus gañidos,

la llama aprisionada en su puño con ternura.

Un culatazo en la mandíbula

y el Chino no bramó más,

la lengua untada a la garganta.

Y fue así como la llama en manos de Lobato

se le desparramó al Chino con su cólera

y pintó sus sobacos, sus ingles, su lomo, sus cojones

con el amarillo del desierto.

 

3

LETANÍA DE ROSITA A LA MUJER POLICÍA

me dijo lárgate con ese señor de dientes anchos no temas él te conducirá con la Andrea tu prima en el gabacho te irá rete bien allá en el gabacho ahorrarás harto luego volverás o te quedarás allá con tu prima o con un gringo que te escoja por bonita por dulce por sumisa así me ordenó acompaña a ese señor de dientes anchos un bato igualito a mis hermanos a mis primos a mi padre fuiste elegida Rosita así me dijo y yo me sosegué y seguí a ese señor y apenas tuve miedo

 

4

…si fijas la mirada allá, muy abajito, distinguirás el pueblo en miniatura, las techumbres de lámina y asbesto, ¿ya las viste?, las bardas con las garigolas de las bandas, la arenisca y el chapopote diseminados por las calles, mira bien, como si te alzaras en globo aerostático y se te vinieran encima las casuchas idénticas a las que poblaban esa maqueta con ferrocarriles a escala que armabas cuando niño, sólo que aquí hace siglos que no hay ferrocarriles —ni juguetes—, ahora otea para allá, hacia ese edificio cuadrangular con el patio hundido bajo la resolana, desciende lento y contemplarás a las morritas que brotan apiñadas de la escuela, míralas con sus faldas tableadas, sus blusas blancas, sus suéteres verde bandera, sus coletas, sus carcajadas, mira cómo salen de la escuela dizque a comprar quesadillas, jícamas con chile, gansitos, cazares, papas con valentina, míralas qué sanas, qué robustas, desciende un poco para que avistes sus caderas y sus cinturitas mientras brincan al resorte, manotean por la avenida, se alocan con los galanes de las telenovelas, atisba sus pechitos redondeados, sus pieles café con leche, imagínalas mientras juegan a la roña y se exhiben ante sus compañeros —y ante los varones que como tú las saborean—, tantas morritas en flor, tantas, listas para que te pavonees enfrente de ellas, para que las esculques y las tientes, para que elijas a una, la más dulce, la más bonita, la más tierna, y te la lleves lejos, muy lejos, a la tierra de la leche y la miel…

 

5

Con su voz canalla el anciano le dice:

lárgate de aquí,

lárgate cuanto antes,

lárgate mientras puedas.

El Chino no distingue sus manos huesudas,

su cráneo pelado, sus ojillos glaucos,

su nariz de gancho, sus arrugas correosas,

sus encías de huitlacoche,

lo marea en cambio su olor a estiércol y

trementina

—su olor a eterno—

y se echa de hinojos,

la cabeza gacha, el sombrero en las manos,

temeroso de su ira.

Y el anciano le dice:

nada hay para ti en esta tierra.

El Chino asiente,

apenas se arrejuntó con la Salvina

y a la Salvina le gusta merendar

con sus hermanas.

Lárgate, truena el anciano

y el Chino musita:

cumpliré con tu palabra, mi señor,

haré como tú mandas.

 

6

Estos son los nombres de los familiares del Chino

y la Salvina

que se largaron de Tenancingo,

muy quedito,

camino de la tierra de la leche y la miel:

Luciano, primo del Chino, y su mujer, la Inés,

la Rosario y la Estrella, hijas de los anteriores,

el Mayo, sobrino del Chino,

y el Víbora, su compadre,

y la hermana del Mayo, la Evelia.

Al llegar al norte se detuvieron en las lindes

de la anchura,

donde los aguardaba un pollero de ojos desorbitados

que dijo llamarse el Gato,

el Chino y el Gato acordaron una suma

y la familia del Chino siguió al pollero

hasta un camión de redilas con media sandía

en el costado.

El Gato les dijo súbanse ya,

y la Salvina y la Inés, la Estrella y la Rosario,

Luciano y la Evelia, el Víbora y el Mayo,

y por fin el mismo Chino,

fueron deglutidos en sus vísceras.

Apelmazados en el muladar portátil,

otros ciegos fantasmas sudorosos

ansiaban cruzar las aguas como ellos

en voz baja.

El Gato atascó la puerta y la tiniebla se tornó

más húmeda, más torva:

los fugitivos hacinados

rumbo a la tierra de la leche y la miel.

 

7

No te enteras,

Chino,

las viejas

te mangonean

y tú ni en cuenta,

la Salvina una serpiente,

su familia de arañas,

y ni hablar de tus sobrinas,

trátalas como se merecen,

para eso las tienes,

para eso son tuyas,

Chino,

son tu única riqueza.

 

8

Cuando al fin se apearon el Chino le dijo

a la Salvina:

ahora sé que eres hembra de buen aspecto,

cuando te vean los de estos lares dirán

su mu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos