La sombra

John Katzenbach

Fragmento

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Título original: The Shadow Man

Traducción: Cristina Martín, Laura Paredes y Raquel Solà

Primera edición: septiembre 2010

© 1995 by John Katzenbach

© Ediciones B, S. A., 2010

© Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-4579-9

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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La Historia es una pesadilla de la que intento despertar... —dijo Stephen.

James Joyce, Ulises

Contenido

Contenido

1. Una muerte interrumpida.

2. Sueño.

3. El contable de los muertos

4. Esperanza

5. Cazadores y cazados

6. Oraciones para los muertos

7. Urgencia

8. La mujer que mintió

9. El Helping Hand

10. Cómo funcionan las cosas

11. Un hombre preciso

12. En un mundo perfecto

13. Un tercero

14. La H omitida

15. El hombre desaparecido

16. El gallina de la sala

17. Algo ajeno al mundo que él conocía

18. Las cartas que te han tocado

19. La advertencia del querubín

20. El hombre liberado

21. Odio

22. La llamada esperada

23. El hombre que una vez enseñó a matar

24. El historiador

25. El tatuaje

26. La tetera

27. La mañana

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Ninguna novela se concluye sin recibir alguna ayuda. Algunas veces esta ayuda es técnica, como la de los lectores que revisan los primeros borradores o el manuscrito y señalan los errores cometidos. Otras veces es menos tangible pero igualmente importante (los niños que te dejan tranquilo cuando preferirían que salieras con ellos a lanzar unas canastas). Para completar este libro he contado con la inestimable ayuda de mis amigos Jack Rosenthal, David Kaplan y Janet Rifkin, Harley y Sherry Tropin, cuyos comentarios han contribuido a mejorar la versión final.

Hay muchos libros extraordinarios que tratan sobre el Holocausto, cada uno de ellos más desgarrador, más conmovedor, más frustrante, más sorprendente, si cabe, que el anterior. No pretendo hacer una lista con todos los que he examinado, pero hay uno que merece la pena mencionar. Cuando empecé a cultivar las semillas de las ideas que finalmente se convirtieron en esta novela, el difunto Howard Simon de la Universidad de Hardware me dio su ejemplar de una obra realista extraordinaria: The Last Jewis In Berlin, de Leonard Gross. Las personas que estén interesadas en conocer lo que es la verdadera inventiva y valentía harían bien en leerlo.

Como siempre, mi mayor deuda es para con mi familia, por lo que este libro está dedicado a ellos: Justine, Nick y Maddy.

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1

Una muerte interrumpida

A primera hora del atardecer de lo que prometía ser una noche sofocantemente calurosa de pleno verano en Miami Beach, Simon Winter, un anciano cuya profesión durante años había estado relacionada con la muerte, decidió que ya era hora de acabar con su vida. Por un instante no le agradó ser la causa del sucio trabajo que iba a dejar a los demás; aun así, se dirigió sin prisa hacia el armario de su habitación y sacó un revólver detective special calibre 38 de cañón recortado, lleno de rasguños y rozaduras, de una pistolera de piel marrón, ajada y manchada de sudor. Abrió con un chasquido el tambor y sacó cinco de las seis balas, que a continuación metió en un bolsillo. Estaba convencido de que, con este acto, despejaría todas las dudas que cualquiera pudiera plantearse respecto a cuáles habían sido sus intenciones.

Con la pistola en la mano, empezó a buscar papel y bolígrafo para escribir una nota de suicidio. Esto le llevó varios frustrantes minutos, puesto que tuvo que apartar sábanas, estrujar pañuelos y revolver corbatas y gemelos en un cajón de la cómoda. Finalmente, encontró una única hoja pautada que quedaba en un cuaderno de notas y un bolígrafo barato. «Muy bien —se dijo—, sea lo que sea lo que tengas que decir, tendrá que ser breve.»

Intentó pensar si necesitaba algo más y, mientras lo hacía, se detuvo ante el espejo para examinar su aspecto. No estaba mal. La camisa a cuadros que vestía estaba limpia, como el pantalón caqui, los calcetines y la ropa interior. Consideró si debía afeitarse y se frotó la mejilla con el reverso de la mano que sostenía el arma, sintiendo a contrapelo la barba incipiente, aunque al final decidió que

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