Todo ser humano

Ferdinand von Schirach

Fragmento

Las cartas de Gerardo

El 4 de julio de 1776, las trece colonias británicas de Estados Unidos declararon su independencia de Inglaterra. El texto impreso tan solo ocupaba una página. Tras un breve párrafo empezaba con estas palabras: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Thomas Jefferson, el principal autor de la Declaración, había escrito que estas verdades eran «sagradas e indiscutibles», pero Benjamin Franklin tachó ambas palabras con tinta negra y escribió encima que eran: «evidentes».

En realidad, no tenían nada de evidentes.

Once años después de la Declaración de Independencia, cincuenta y cinco delegados de todo el país se encontraron en Filadelfia. Se reunieron en una casa, cuyas altas ventanas permanecieron cerradas pese al calor estival, y acordaron guardar silencio durante cincuenta años sobre lo que habían estado debatiendo. Lo que aquellos hombres discutían era la Constitución de los Estados Unidos de América. El edificio en el que se congregaron recibe el nombre de Independence Hall, aparece impreso en los billetes de cien dólares, la UNESCO le otorgó el título de Patrimonio Mundial Cultural y está considerado un lugar casi sagrado. Pero, por aquel entonces, veinticinco de los delegados poseían esclavos, y en esa joven nación vivían en régimen de esclavitud unos setecientos mil hombres, mujeres y niños. Alexander Hamilton, posiblemente el hombre más inteligente de todos los allí reunidos, había comprado hacía un par de años un libro —Leviatán, de Thomas Hobbes— y, en una carta dirigida a su padre, había escrito que los libros eran tan caros que pronto «tendría que vender un negro». George Washington, que presidía el encuentro, llevaba una prótesis dental de marfil y nueve dientes extraídos a esclavos de su propiedad.

Hubo que esperar hasta 1965, ciento ochenta y nueve años después de la Declaración de Independencia, para que el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson firmara la Ley de Derecho al Voto, es decir, la ley que otorgaba a los afroamericanos el pleno derecho a votar, sin que tuvieran que superar pruebas de alfabetización ni otros obstáculos formales. Hablaba de un «legado atroz de intolerancia e injusticia». Sin embargo, añadió, citando el himno del movimiento de los derechos civiles: We shall overcome, «Venceremos [en alusión a dicho lega

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