Te amaré por siempre (La mujer que adoro 3)

Katherine Méndez

Fragmento

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Prólogo

Hoy es mi cumpleaños, al fin tengo dieciocho años. Se terminó, finalmente podré escapar de este infierno. No soporto esta casa, esta vida. No quiero estar cerca de ese hombre. ¿Por qué tiene que ser mi padre? La felicidad me invade, seré libre y estaré con ella, con la mujer de mi vida. Es hermosa, buena, inocente. Es mía. Sus ojos verdes me miran rebosantes de amor. Su cabello negro y largo que siempre huele a fresa. Al caer la noche, nos iremos juntos. Cuando todos se hayan dormido, la buscaré y ya nada ni nadie nos separará. El amor de mi vida es ella. Mi Elena.

Ya el reloj marca la medianoche, voy a su encuentro. En el puentecito cerca del riachuelo, allí donde nos vemos siempre, en ese mismo lugar donde la hice mía tantas veces, donde me entregó su inocencia, y yo le entregué la mía. La felicidad golpea mi pecho, estoy a segundos del resto de mi vida.

La espero y la espero, y no llega ¿Dónde está? Han pasado cerca de dos horas y no aparece. Una luz de una linterna me sobresalta. Es ella, al fin llegó. Los pasos son cada vez más cercanos. ¿Qué carajo? Es él, Jake Donar.

—¿Qué haces aquí, Christopher? ¿Te ibas con esa sirvienta? Estás loco. Un hijo mío, un Donar, jamás estará con una gata así.

Me lo enfrento con fuerza, le grito en la cara que me deje en paz, pero no logro nada, me abofetea, y sus hombres, sus matones, me llevan a casa arrastrando.

Han pasado algunos días de esa noche y no sé nada de Elena. El sonido de la puerta me saca de mis pensamientos. Es el cartero. Trae una carta para mí. Es de ella, debe de ser de ella.

Leo el mensaje, son unas pocas líneas. En este me dice que se fue con otro. No puede ser. No lo creo. La risa de mi padre me golpea en los oídos, sus ojos me miran con ironía.

—Es una mujerzuela, ya te lo había dicho. Esas sirvientas son así —dice, y me deja perdido. Él ganó, tiene razón. Elena no me quiere.

De nuevo la desesperación golpea mi alma, me siento ahogado, no respiro. De pronto descubro que estoy soñando, de nuevo sueño con esa noche. ¿Por qué, Elena? ¿Cómo pudiste? Han pasado más de dos años y no la olvido, su fantasma me persigue. Quisiera olvidarla, pero no sé cómo. No encuentro cómo.

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Capítulo 1

Canario

Voy en la Range Rover a gran velocidad, le estoy sacando todo lo que tiene, nunca antes había corrido tanto, y lo peor no solo es ver las miradas atónitas y asustadas de Alexa y Henry que me acompañan, lo peor es que viajo sin rumbo. No sé dónde buscarla, estoy perdido, afectado, deseando que algo calme mi angustia, pero sé que es imposible, solo ella puede hacerlo. Tenerla en mis brazos, saber que no la he perdido. En este momento, me siento como un saco viejo, de esos trastos dañados que arrojas al contenedor de basura porque ya no dan más, así estoy ahora. Me duele todo: el cuerpo, los ojos, el corazón. Y estoy en la confusión más grande de mi vida. Es imposible pensar que se haya ido por su gusto. ¡Joder! Ese hombre le ha hecho daño en todas las formas posibles, sin embargo, él le quitó al malnacido de Felipe de encima, quizás aún le agradezca eso, y aunque me duela, Eduardo fue su marido, con quien iba a tener un hijo.

Fue su primer hombre. ¿Quedará algo? Tal vez lleva años añorando que él cambiara. Saco esas ideas de mi mente, es una locura. ¡Dios! Eso no puede ser. Eso significaría mi fin. En este instante de dudas, hay tantos sentimientos encontrados en mi alma… Me siento como una licuadora de emociones, y lo peor es que casi todas me ofrecen un escenario horrible, a mí sin ella, sin sus besos, sin sus abrazos, sin sus sonrisas. No puedo vivir si no la tengo. En mi mente, repaso todo lo que hemos pasado juntos y me niego a creer que algo pueda remplazarlo, y menos un malviviente como ese. No lo creo.

Ella me ama, de eso no puedo dudar. ¿Cómo voy a dudar? Recuerdo nuestro último día en el cielo. Ahora lo entiendo todo: el carro aparcado frente de aquel restaurante, el miedo de Julieth, su entrega única, sus despedidas, su actitud extraña. Lo sabía, ella me iba a dejar. Por todos los santos, ¿con qué la estará chantajeando? Debe de estar aterrorizada. Seguro que me está llamando. Llorando porque no estoy. Nerviosa porque yo sufro. Así es ella, siempre pensando en mí. ¡Dios! Ayúdame a encontrarla, a volver a tenerla. Me siento ahogado, cansado, y creo que muerto.

Una pregunta de mi acompañante me vuelve a la poca conexión entre mi realidad y mi estado de pensamiento profundo.

—Rubio, ¿adónde vamos? —me cuestiona Alexa casi en un susurro.

—No lo sé, estoy perdido. No tengo idea. No sé dónde buscarla. Tampoco sé si ella quiera volver conmigo.

—¿De qué hablas? —inquiere claramente confundida.

—No sé, tal vez Julieth se fue por su gusto. Él fue su primer hombre.

Al escuchar mis propias palabras, creo que ya perdí el poco juicio que me quedaba. ¿Cómo puedo creer que ella aún lo ama?

—¿Estás loco? Ella detesta a ese hombre. De hecho, nunca lo quiso. Él la abusó desde que era niña. ¿Cómo crees que pueda amarlo? —me habla con molestia, miedo y angustia. Esto nos va a enloquecer a todos.

—No me hagas caso, estoy desesperado. Me estoy muriendo, ya no sé lo que digo.

Me quedo callado un rato, tratando de recordar lo que ha pasado. Sé de las amenazas de Eduardo en la nota que dejó en mi portátil. En esa decía que se la llevaría, luego la actitud extraña de Arcoíris y la camioneta negra con vidrios ahumados en Miami. Mientras tomo una curva, intento hacer memoria. Era una Chevrolet con placa TEXAS CJD 5692. Allí está la placa en mi cabeza. Saco el móvil y marco al detective Duarte:

—¡Buenas tardes, detective! Soy Christopher Matheus. Secuestraron a mi mujer. Necesito su ayuda. Le estoy enviando una placa, es del carro que nos perseguía. El individuo se llama Eduardo Carvajal.

—Tranquilo, lo vamos ayudar. Me comunicaré con los equipos policiales de Texas para intentar encontrarla. Pero no vaya hacer una locura.

—Detective, creo que ya me conoce. Haré lo que haga falta para salvar a mi mujer. Solo le pido que me ayude para que tengan indulgencia conmigo cuando recojan los putos restos de ese maldito —le digo, y cuelgo.

Arcoíris

Voy en el puto carro del infierno. Después de tanto tiempo, me siento perdida, nerviosa, con deseos de morir. Había conocido el cielo con mi canario, y hoy de nuevo el infierno me persigue. ¡Dios! ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil para mí? ¿Acaso no merezco ser feliz? El terror me paraliza. Cada instante la velocidad aumenta, conduce como un loco, parece no importarle. Cada movimiento brusco me provoca golpes y tumbos en el asiento. Al ver la carretera me es familiar; yo he viajado a este lugar. Me lleva a Texas. ¡Joder! No. Me juré no volver allí, y hoy este miserable me trae de nuevo, no sé para qué, pero quiero morir. Solo eso quiero. Estoy tan tensa que cada sac

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