Prólogo
MÃa arrugó la nariz nada más sentir el escozor del vodka bajar por su garganta. Se habÃa sentido mucho más liviana desde que aceptó acudir al pub de moda en Barcelona junto a sus amigas y compañeras de trabajo. Era muy complicado mantener la ansiedad controlada cuando la vida la ponÃa entre la espada y la pared con situaciones cada vez más complicadas. Quizá por eso no dudó en asentir con la cabeza esa misma mañana, en el pasillo de la redacción, en el momento que Bárbara sugirió que necesitaban una noche de chicas.
TenÃa la cabeza embotada y el corazón herido. Cualquier mujer en su situación se habrÃa escondido debajo de las mantas de la cama a esperar que, con suerte, el dolor de su pecho desapareciera. Por supuesto, MÃa no era tan fatÃdica. Casi siempre optaba por permanecer en movimiento, incluso en las peores épocas, y una mala relación no iba a hundirla.
—Odio esto de no poder bailar —se quejó Vega, una de sus amigas, mientras se atusaba la larga y ondulada melena rubia con los dedos—. ¿Por qué la gente se cree que la pista debe ser una jungla donde reclamar una pareja sexual? MÃralos, no dejan de refregarse los unos con los otros.
A su lado, MÃa lanzó un vistazo en dirección a la pista de baile. La gente solÃa acoplarse allà para rozarse con todo el que se pusiera a tiro. Sonrió. Nunca habÃa encontrado satisfacción alguna en menear las caderas al son de los últimos éxitos de reguetón, pero sabÃa que Vega vivÃa por y para el perreo, y eso de estar encerrada en una discoteca sin poder bailar la ponÃa de mal humor.
—¿Qué tal si pedimos otra ronda de chupitos? —sugirió MÃa, y se relamió los labios. Esa noche estaba dispuesta a cogerse la borrachera de su vida. E iba por el buen camino, porque empezaba a reÃrse de todo y le costaba enfocar a quien tenÃa delante—. Invito yo.
—¡Pero que esta vez sea vodka de piruleta! —Bárbara, su otra amiga, se acercó de inmediato a la barra.
—La última ronda y se acabó, por favor —dijo Martina.
La única que parecÃa contener aún un poco de sentido común era ella, Martina. De las cuatro, era la más sensata junto a MÃa, pero a veces le tocaba ser el ancla de aquel barco que nadaba a la deriva en un mar repleto de alcohol.
El camarero les sirvió una fila de chupitos que sujetaron antes de brindar y llevárselos a los labios. MÃa jadeó al sentir el resquemor en su garganta. Tan desacostumbrada como estaba a beber, el alcohol le quemaba por dentro. O tal vez estaba reparando aquellas heridas abiertas que Luis le habÃa dejado a modo de recordatorio.
Por unos instantes recordó lo que le habÃa dicho ese dÃa. «Estás enferma. Necesitas ir a terapia. No es normal que seas un témpano de hielo». Sus palabras sà que quemaron. De la misma forma que si le hubiese caÃdo encima una ola gigante de lava. «No voy a perder más mi tiempo en alguien como tú».
MÃa se frotó la cara y respiró hondo. No lo culpaba. Apostaba a que ningún hombre volverÃa a acercarse a ella en cuanto supiera que era un pedazo de piedra insensible que no se excitaba con nada ni con nadie. La libido y ella eran incompatibles. Agua y aceite. A veces sà que le apetecÃa tener sexo, pero enseguida se bloqueaba y se cerraba en su mundo.
Luis no era el único que, en los últimos dos años, la habÃa hecho sentir un bicho raro. Ella ya iba a terapia, hablaba semanalmente con una psicóloga increÃble, pero a la hora de dar el último paso, no era capaz. Su cuerpo la traicionaba, se enfriaba. Y hacÃa sentir mal a las dos partes implicadas.
—Dios —Bárbara, a su lado, la sacó de su ensoñación—, ¿habéis visto semejante maromo? —Señaló a un rubio muy alto que se habÃa acoplado en la esquina de la barra, algo cabizbajo—. Porque estoy casada, sino le entraba ahora mismo.
—Qué cerda —Vega se carcajeó de su amiga—. Si no tienes posibilidades. Es demasiado guapo, y te aseguro que esos solo van a por las rubias tetonas a las que no les importará si las deja insatisfechas.
—¿Y por qué las iba a dejar insatisfechas? —cuestionó Bárbara, de pronto muy interesada.
Vega cogió aire antes de expresar su opinión.
—Porque los tÃos guapos follan fatal.
—¿Eso lo sabes porque…?
—Una vez me lie con uno que estaba igual de bueno que ese y te aseguro que no llegué a sentir ni cosquillas. —Vega se encogió de hombros—. No valen la pena.
—Hugo es guapo —intervino Martina, sonriendo con diversión—. Ya sabemos por qué a veces pareces amargada.
MÃa, viendo venir la tormenta que iba a desatarse, se escabulló con la excusa de ir al baño a refrescarse.
Adoraba a sus amigas, pero tenÃan una tendencia insana a buscarse las unas a las otras solo por el gusto de oÃr sus propias réplicas. Vega estaba saliendo con Hugo, su jefe en la redacción, y sÃ, era un hombre guapÃsimo. No como el rubio de la barra —que le lanzó una mirada curiosa al pasar por su lado—, sino más bien clásica. Bárbara estaba casada con un piloto francés que todavÃa no sabÃa pronunciar bien las erres, tenÃan un hijo y buscaban el segundo. Por el contrario, Martina salÃa con el director de Serendipity Magazine, donde todas trabajaban, y estaba intentando convencerlo de que ya era hora de casarse.
Todas ellas guardaban algo en común: habÃan encontrado el amor. La única que faltaba era MÃa y se negaba en rotundo. Odiaba la idea de volver a caer en las garras de un sentimiento tan traicionero. Por más que tratase de solucionar sus propias limitaciones, no iba a conseguirlo si cuando tenÃa que demostrarlo, más allá de estar ahÃ, su cuerpo la saboteaba y la hacÃa ver como una anomalÃa.
Entró al baño, se mojó la cara y se quitó los restos de pintalabios con un poco de papel. Total, ya no le hacÃa falta. Esa noche solo pretendÃa salir un rato, beber y volver a casa a dormir la mona. Salir un poco de la rutina asfixiante de esa semana en la que Luis ya no estaba; ni él ni sus besos ni sus caricias.
Solo vacÃo.
Nada más salir, le dio con la puerta a alguien. Sus oÃdos captaron el quejido masculino que le hizo soltar un rápido «ayvacuántolosiento» que sonaba un poco pastoso debido a su borrachera. Alzó la mirada un poco y se cruzó con la cara más bonita del mundo.
Y no estaba exagerando.
Ese hombre —el rubio de la barra— la contemplaba con la sombra de una sonrisa en los labios. Sus ojos azules resplandecÃan como dos zafiros perdidos en mitad de la nieve. Su nariz era algo amplia, su mentón cuadrado, sus labios carnosos y el pelo le caÃa en mechones desordenados por el rostro. En su oreja izquierda brillaba un pendiente de plata en forma de cruz, que colgaba de una argolla. Pero incluso cuando su rostro era simétrico y armonioso, lo que más le llamó la atención de él fue el pequeño lunar que la saludaba desde la esquina de su ojo.
—No pasa nada —repuso él, y su voz era ronca, muy sexy—, es normal que no me hayas visto.
—Esto me pasa por ir con prisas.
—¿Tienes que volver con tu novio?
MÃa notó una sacudida en el estómago. SabÃa que tenÃa que sentirse mal por Luis, pero la reacción de su cuerpo se debió a que escucharlo le estaba provocando diversas emociones muy confusas en ese instante.
Tragó saliva y negó con la cabeza.
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