Ruination. Una novela de League of Legends

Anthony Reynolds

Fragmento

ruination-4

PRÓLOGO

Helia, Islas Bendecidas

Erlok Grael aguardaba el comienzo de la Elección al margen de sus compañeros.

Esperaban en un pequeño anfiteatro al aire libre, entre los destellos del mármol blanco y los remates de piedra bañados en oro de aquella obra arquitectónica. Helia lucía llena de orgullo su opulencia, como si adoptara una actitud provocadora ante la brutalidad de la vida más allá de las costas de las Islas Bendecidas.

Los demás se reían y bromeaban juntos, sumidos en un nerviosismo colectivo que los unía todavía más, mientras Grael permanecía solo y guardaba silencio con una mirada intensa. Nadie le dirigía la palabra ni lo incluía en ninguna de aquellas bromas que se hacían entre cuchicheos. Eran pocos los que reparaban en su presencia siquiera; las miradas pasaban de largo sin detenerse en él, como si no existiese. Para la mayoría de ellos, no existía.

A Grael no podía importarle menos. No tenía el menor deseo de compartir sus conversaciones intranscendentes, ni tampoco sentía celos de aquella camaradería juvenil. Hoy era el día de su momento triunfal. Hoy lo iban a recibir en el seno del círculo de confianza, como aprendiz en los escalafones más altos y secretos de la Hermandad de la Luz. Se había ganado su lugar allí más que de sobra. Ningún otro de los alumnos presentes se le aproximaba siquiera. Podrían ser de fortuna y nobleza, mientras que él procedía de una familia de porqueros analfabetos, pero entre ellos no había ninguno que tuviera sus dones ni que fuese tan digno.

Llegaron los maestros, fueron ocupando uno por uno la escalinata central y provocaron el silencio en el grupo de aspirantes. Grael los observó con el ardor de un brillo hambriento en la mirada. Se humedeció los labios y saboreó el prestigio y la gloria que muy pronto lloverían sobre él, sumido en la expectación ante todos aquellos secretos a los que no tardaría en tener acceso.

Los maestros ocuparon su sitio en las gradas inferiores del anfiteatro con expresión solemne y sin quitar ojo a los grupos de iniciados allá abajo, en la arena. Finalmente, y tras una pausa excesiva con el fin de aumentar el suspense, un maestro de aire pomposo y con una piel pálida y húmeda que le daba el aspecto de un sapo —el patriarca Bartek— carraspeó para aclararse la garganta y dio la bienvenida a los graduandos. Su ampuloso discurso estuvo cargado de solemnidad y de digresiones de autobombo, una perorata a la que Grael asistió con un velo en la mirada.

Llegó por fin el momento en que los maestros elegirían a los alumnos a los que iban a tomar bajo su protección como aprendices. Allí había líderes de todas las grandes disciplinas y adscripciones de la Hermandad. Representaban a las Ciencias Arcanas, las diversas escuelas de lógica y de metafísica, los Archivos Sacralizados, los Astrofuturólogos, la Oratoria de Hermes, la Geometría Esotérica, los Buscadores y otras ramas de estudio bien diversas. De una forma u otra, todas ellas estaban al servicio del propósito ulterior de la Hermandad: recopilar, estudiar, catalogar y poner a buen recaudo los artefactos arcanos más poderosos que existieran.

Aquella era la auspiciosa congregación de algunas de las mentes más brillantes del mundo, y, aun así, Erlok Grael tan solo se fijaba en una de ellas: la jerarca Malgurza, maestra de la Llave. Tenía la oscura piel repleta de arrugas, cenicientos los cabellos que antaño eran de ébano. Malgurza era una leyenda entre los iniciados de Helia. No acudía todos los años a la ceremonia de la Elección, pero, cuando asistía, siempre lo hacía para admitir a un nuevo aprendiz en el seno del círculo de confianza.

Trajeron la Vara de la Elección y se la entregaron en primer lugar a la jerarca Malgurza, la maestra de mayor reputación de entre todos los presentes. La tomó con una de sus manos nudosas y ajadas y provocó una oleada de murmullos entre los pupilos. En efecto, Malgurza iba a escoger a un aprendiz aquel día, y la sombra espectral de una sonrisa se asomó a los labios de Grael. La anciana recorrió con su mirada rapaz los grupos de candidatos, que contuvieron el aliento, todos a una.

El nombre que pronunciase tendría la grandeza por destino, se uniría al núcleo de una élite santificada con un futuro asegurado. La expectación le provocaba tics nerviosos en los dedos a Erlok Grael. Había llegado su momento, y ya estaba prácticamente con el pie en el aire para dar un paso al frente cuando la jerarca por fin se pronunció con una voz ronca, tan áspera como un licor añejado en barrica de roble.

—Tyrus de Hellesmor.

Grael pestañeó. Por un segundo, antes de que la fría realidad del rechazo cayera sobre él, pensó que podría tratarse de alguna clase de error, pero se le vino encima como una cuba de agua helada en la cara.

El alumno elegido lo celebró con un grito de alegría que se mezcló con un estallido de susurros y exclamaciones sofocadas. El recién nombrado aprendiz dio un paso al frente bajo una lluvia de palmaditas en la espalda y ascendió corriendo los escalones del anfiteatro para ocupar su lugar detrás de la jerarca Malgurza con una amplia sonrisa en la petulante expresión de su rostro.

De cara al exterior, Grael no dio muestra de reacción alguna, aunque se había quedado peligrosamente inmóvil.

El resto de la ceremonia transcurrió sumido en un surrealismo difuso y anestesiado. La Vara de la Elección pasó de maestro en maestro, que fueron eligiendo a sus nuevos aprendices. Nombre tras nombre, el grupo de candidatos alrededor de Grael fue menguando hasta que se quedó solo. La multitud de maestros y de antiguos compañeros lo miraba desde arriba, como un jurado a punto de anunciar su ejecución.

Ya no había tics nerviosos en sus manos. La vergüenza y el odio se retorcían en su interior como un par de serpientes enzarzadas en un forcejeo mortal. Con un clic definitivo, la Vara de la Elección quedó sellada de nuevo en el interior de su estuche, y se la llevaron unos asistentes vestidos con túnicas doradas.

—Erlok Grael —dijo Bartek con una sonrisa en la mirada—. Ningún maestro te ha solicitado, pero, si algo hay que caracteriza a la Hermandad, es su benevolencia. Se ha reservado un lugar para ti, una tarea que, tenemos la esperanza, te enseñe lo que tanto necesitas, mucha humildad y, al menos, un atisbo de empatía. Con el tiempo, quizá, alguno de los maestros se digne a tomarte com…

—¿Dónde? —lo interrumpió Grael, lo cual provocó murmullos y sonidos de desaprobación, pero tampoco le importó lo más mínimo.

Bartek apuntó su bulbosa nariz hacia él y lo miró con la expresión de quien, sin querer, acaba de pisar algo bastante desagradable.

—Servirás como ayudante de rango menor de los Guardianes de los Umbrales —anunció con un brillo de malicia en los ojos.

Hubo sonrisas burlonas y alguna carcajada contenida entre sus excompañeros. Los «segadores», tal y como los conocía el alumnado de manera despectiva, eran lo más bajo de entre los escalafones inferiores, tanto en sentido figurado como literal: patrullaban y hacían guardia en los lugares más profundos de las catacumbas bajo el suelo de Helia. Sus filas estaban formadas por aquellos que se habían granjeado la ira de los maestros, ya fuese por algún error polí

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