Historias de una pandemia

Paco Moreno

Fragmento

Título

PRÓLOGO

Decía el médico francés René Leriche que “la salud es la vida con el cuerpo en silencio”, y así estábamos antes de que comenzara la pandemia de COVID-19. En silencio y quietud. Claro que era así, pero visto a posteriori. Porque para quienes vivimos ese último diciembre de 2019, ése en el que aún no conocíamos al nuevo coronavirus, las agendas eran ajetreadas, los compromisos demasiados, la cotidianidad un torbellino. Nos entreteníamos en una vida saturada de un sinfín de pendientes, encarrilados en rutinas inerciales sin distraernos con la posibilidad de que pudieran ser desviadas.

Algunos lo llamarían un rinoceronte gris: ahí estaba latente la amenaza de una pandemia; de una tormenta de varias toneladas y con filosos cuernos apuntándonos de frente, y nosotros, ilusos, sesgados, sin ningún tipo de preparación. Inmóviles. Ignorantes. Quietos en nuestra supuesta realidad dinámica, muy cómodos, pero realmente sin actividad, en silencio. Ocurriría en algún momento, sí, sin duda; era inminente. Pandemias ha habido varias, ésta no será la última. Enfermedades tenemos constantemente nuevas y ésta quizás ni siquiera será la peor. Pero los tiempos tan particulares, las circunstancias del mundo interconectado eran dignas de reconocer.

Especialmente en los últimos 20 años vimos emerger cinco epidemias que pusieron en alerta a la humanidad, dos precisamente por el coronavirus que desconocíamos; y, por si fuera poco, cada vez presentándose con menor intervalo de tiempo. Queda más que claro que los humanos, los únicos seres vivos con capacidad de crítica y conciencia, tenemos la destreza de decidir qué querer ver y qué no observar. Cuando oímos, pero no escuchamos. Y pues, por fortuna, también el rinoceronte estaba aparentemente anestesiado; al menos de frente parecía tranquilizado, en una perfecta ilusión óptica, ya que hoy, visto en el retrovisor, cambiaríamos esa incrédula suposición. Y quizás de ahí tendríamos que aprender la primera y más valiosa lección. Usar antifaz es sumamente riesgoso. Lo pagamos con la vida misma. Con nuestro mayor y único tesoro.

Pero como ya sabemos, no quedó de otra. Ese cuerpo que teníamos adormilado tuvo que dejar de hibernar. Los organismos internacionales, los sistemas de salud pública, el cuerpo de médicos y trabajadores de la salud, los torrentes de científicos y cada célula de cada ser, todos tuvimos que despertar. Romper ese silencio. Detener esa inercia. Y desde cada esquina del planeta esférico, en la individualidad y con la diversidad de voces, residieron no una pandemia, sino siete mil millones de versiones de pandemias.

Siete mil millones de testimonios que para los humanos del futuro resonarán al unísono, como una sola historia; pero cada uno de los (sobre)vivientes sabemos que el coro está realmente compuesto por una gigantesca cantidad de voces: con tonos, timbres, intenciones y volúmenes diferentes. Todos los que participamos en el escenario pandémico somos dignos actores de escribir el libreto, por derecho. Sí, el fenómeno fue uno, la función fue en singular, pero sólo se comprende a través del riquísimo caleidoscopio que construye la diversidad de interpretaciones de la misma realidad.

Y es que cada uno conocimos la COVID-19 con otros ojos, la tocamos con otros corazones, la procesamos con otras mentes y la sentimos con otras emociones; marcadas sí, en parte, por la latitud y las experiencias previas, sin duda por la vocación y los vínculos cercanos. Pero es que, incluso en una misma familia, nadie la vivió igual. Nadie la sufrió o enfrentó de la misma manera. Nadie la puede ni contar con las mismas palabras, ni entender con iguales explicaciones, ni superar de la misma forma. Por eso la compilación de narrativas individuales es esencial: conforman los matices de los archivos de esta pandemia. Muestran su complejidad. La hacen personal. Y lo más valioso es que no queden como historias aisladas, tal como fue el vivir y morir durante su desarrollo, sino que más bien se tejan en un conjunto; y que algunas sean rescatadas bajo un mismo contexto como lo ha hecho en este libro el doctor Francisco Moreno Sánchez en un esfuerzo admirable, y que es hoy, y será en la posteridad, extremadamente bien agradecido.

Varias células aisladas no forman un corazón que late. Lo dice de otra forma la poeta Muriel Rukeyser, “el Universo está hecho de historias, no de átomos”. Y quizás ahí precisamente está la esencia de la misión del médico: en resolver historias humanas embebidas entre los átomos de sus pacientes. Ahí, en ese momento en que el cuerpo deja el silencio y habla, cuando a veces grita, el médico pone atención y escucha la historia. Cura. Devuelve la tranquilidad a los “átomos”.

Y así fue tal cual el día en que hace varios años, tumbada en una cama de hospital, vi entrar al doctor Francisco Moreno Sánchez, quien dejando de lado lo que pasaba en su vida personal me escuchó y logró darme paz; a pesar de mi miedo supe que saldría adelante, que mi cuerpo regresaría al silencio gracias a la maestría tan diestra de mi médico. Sin embargo, años después, en marzo de 2020, al salir de su consultorio tras nuestra primera charla en torno a la apenas declarada pandemia, sentí un vacío en el pecho, un hoyo en el estómago, comprendí la preocupación de mi hoy amigo Paco: “El mundo ya cambió para siempre”, me dijo con aplomo y desesperación. Él veía lo que muchos difícilmente distinguíamos, lo que preferíamos negar. El mismo hombre de ciencia que con asertividad reordenó los “átomos” durante mi enfermedad, se avocaría ahora a dar certidumbre, a ser guía y vocero, y a escuchar cientos e incluso miles de historias pandémicas entre el caos, a regresarnos ese anhelado silencio: la tranquilidad.

Y en estas páginas tienes en un tono honesto y lleno de generosidad la posibilidad de ser parte de una heroica travesía, de conocer las aristas y la magnitud de la complejidad que se vivió durante los primeros dos años de pandemia: desde otra óptica, desde la auténtica perspectiva del doctor Francisco Moreno Sánchez. Historias de sufrimiento, de cansancio perpetuo, de muerte, de sacrificio, adaptación y también de triunfo y supervivencia.

Así, tienes en tus manos la voz de un gran médico que a través de estas letras deja entrever aciertos y visibiliza con precisión errores, para compartir y aprender; pero, sobre todo, para no olvidar. En este libro tienes la visión de un brillante infectólogo que con premura identificó el riesgo de ese rinoceronte amenazante y decidió, lleno de convicción, no permanecer en silencio; gracias por hacerlo: ya que “quien salva una vida, salva al mundo entero”, dice la Mishná, y él ha salvado sin duda muchos mundos. Encontrarás también el valor de un ser humano que, como confiesa, lleno de sensibilidad a través de su prosa, tuvo que enfrentarse a días y noches de decisiones difíciles sin perder de vista la misión por conservar la vida y la dignidad del prójimo. Que, en su narrativa, nos regala testimonios para reflexionar y crecer, para agradecer, honrar y recordar, y que trascienden porque existieron, por su enorme fragilidad. Y donde entre lín

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