Por mí

Laimie Scott

Fragmento

por_mi-1

Prólogo

Hace tres años…

Tenía un encargo que cumplir esa noche. Se trataba de uno rápido y sencillo. No le llevaría más de veinte minutos. Tenía la dirección y los objetivos. Tres, en concreto. Después, desaparecería hasta que volvieran a precisarla. Así era su vida: la de una sombra. La de un fantasma que solo existía cuando alguien necesitaba sus servicios. Y, en cierto modo, lo agradecía. Le iba bien. Había interceptado una llamada desde la casa a una pizzería del centro. Era la ventaja de que hubieran pinchado los teléfonos hacía unos días y, de esa manera, poder enterarse de todo; o de casi todo. Siempre que podía, solicitaba un poco de colaboración por parte del cliente. Al fin y al cabo, era el gran beneficiario de su trabajo.

Permanecía apostada en una esquina sin perder de vista la pizzería. De vez en cuando, echaba alguna mirada al reloj para saber la hora. Iba bien de tiempo. Siempre le gustaba trabajar con este y tenerlo de sobra para abandonar el lugar del encargo. Dentro de veinte minutos, le habían asegurado desde el local, tendría el pedido en la puerta. Vio que un chico salía con el paquete en su mano, y lo metía en el compartimento trasero de la moto. Por el tiempo que habían tardado, ese debía ser. Se subió a su propia moto, una Kawasaki Z750 R negra mate. Arrancó, y siguió al repartidor. Confiaba en que fuera este al que debía alcanzar. Enseguida, comprendió que así era, dada la dirección que llevaba.

Mantuvo cierta distancia para no levantar sospechas. Aunque estaba convencida de no hacerlo: esos chicos trabajaban a comisión y, en ocasiones, arriesgaban su cuello por cobrar más. No lo perdió de vista hasta que llegó a su destino, una zona residencial a las afueras de la ciudad. Aminoró la velocidad de su motocicleta buscando la casa en cuestión. Lo vio detenerse, apagar el contacto del vehículo, y disponerse a coger la pizza. Fue el momento en el que ella se le acercó con determinación. Sin vacilar.

—Disculpa...

El chico se volvió, y permaneció quieto observándola. Le sonrió; su mirada la recorrió de los pies a la cabeza con un gesto de complacencia. Una tía atractiva, sexy, y a la que no le importaría atender.

—¿Tú dirás?

—¿Esta es la zona residencial de L’Allegro? Soy nueva en la ciudad, y me han dado esta dirección. —Le acercó el móvil para que el chico lo pudiera leer.

Él se acercó confiado, sonriente y dispuesto a ayudarla. La miró a los ojos un segundo y, a continuación, todo se volvió oscuro. Ella se apresuró a sujetarlo y a llevarlo detrás de unos setos, que servirían para su propósito. Lo había dejado inconsciente. No había necesidad de más. Nunca la reconocería a pesar de haberla visto porque, con cada trabajo que terminaba, ella cambiaba de aspecto por completo. Sin perder tiempo, se puso la cazadora de él y la gorra con el logo de Giulio’s, y se dirigió a su moto para coger la pizza. Estaba caliente y desprendía un olor exquisito. De buena gana, se la comería ella misma. Bueno… a lo mejor, después de acabar su encargo.

Caminó hacia la casa donde estaban sus objetivos. Esperaba que no le dieran demasiados problemas. Suponía que se trataría de agentes que los estarían protegiendo. Se palpó la parte de la espalda para controlar su arma. Nunca fallaba. Ni dejaba nada al azar.

La casa era de dos plantas, con una verja que daba a un jardín. Allí, había diversas figuras decorativas y un par de juguetes. Este hecho no pasó desapercibido para ella, pero vació su mente de toda posibilidad. Se colocó la gorra hasta las cejas, y pulsó el timbre. Sujetaba la caja de la pizza con ambas manos en un primer momento, aunque le resultaría más simple hacerlo con una y, con la otra, apretar el gatillo.

La puerta se abrió; no esperaba encontrarse a una niña de ocho años, o tal vez de diez. Morena, con el pelo recogido en una cola de caballo. Una sonrisa de lo más agradable y una mirada brillante y llena de vida.

—Hola, ¿traes la pizza? Es para mi cumpleaños.

Al momento, un tipo alto y fornido salió en pos de la niña. Estaba acompañado de otro más normalito en cuanto al físico, y del que ella dedujo que debía ser el padre de la pequeña.

—Vaya...

Se quedó sin aliento, sin capacidad de reacción por primera vez en años. ¡Joder! ¿Qué coño era aquello? ¿Se habría equivocado de casa? Se preguntaba esto revisando la dirección de la nota que aparecía pegada en la tapadera de la caja.

—Por favor, vuelve con tu padre —le dijo el tipo alto a la niña, con un gesto serio y con una voz fría.

—Felicidades.

—Deja a la señorita, Anabel. A todo el mundo le dice que hoy es su cumpleaños. Disculpa —expresó el otro hombre, que tenía los mismos rasgos que la nena—. Vuelve con tu madre mientras yo pago tu pizza —le dijo a la pequeña, mientras miraba al tipo que le guardaba la espalda—. Dígame, ¿cuánto es?

—¿Es usted Giorgio Rocaforte?

El hombre pareció dudar al escuchar la pregunta. Contempló a la repartidora sin entender nada.

—Sí, claro. Yo soy el que ha pedido la pizza.

—De acuerdo. Es mejor que entremos, y le explique de qué va todo esto.

—Un momento, ¿qué...? —intervino el otro tipo.

En menos de un minuto, el hombre fornido estaba tumbado inconsciente en el recibidor de la casa. Y ella le pedía tranquilidad al padre de la pequeña.

—Escúcheme. Estoy aquí para cumplir mi trabajo.

—Ya, bueno, pues deme la pizza y...

—No se trata de eso. Es algo más serio y grave para usted y para su familia. ¿Podemos sentarnos? Tengo que darle un mensaje de un conocido suyo.

—Cariño, ¿qué pasa? —La voz de una mujer se escuchó en el pasillo camino de la entrada de la casa.

—No se preocupe, señora. Todo está controlado.

—¿Quién es esta chica?

—La que trae la pizza para el cumpleaños de la pequeña Anabel. Y, de paso, un consejo que su marido y usted deberían aceptar de mi parte. Si quieren seguir vivos.

Aquellas últimas palabras hicieron palidecer a la mujer, que estuvo a punto de desmayarse, de no ser por la rápida intervención de su marido.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó otro hombre desde el final del pasillo—. ¿De qué va todo esto? —inquirió mirando a la joven con incredulidad.

—Va de salvarles la vida a todos —le aseguró ella, apuntándole con el arma que había extraído de la parte posterior de sus vaqueros—. Escúchenme. Solo les pido eso.

Dos horas más tarde, Liza respiraba aliviada, en parte. Sabía que no cumplir un contrato en su mundo traería consecuencias, y muy graves. Pero estaba acostumbrada a cuidar de ella misma desde hacía años. No la asustaba en lo más mínimo lo que iba a suceder en cuanto informara que había cancelado el trabajo. Y lo mejor era que había conseguido

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos