Cuando fuimos fugaces (Bilogía Fugaces 1)

Paula Ramos

Fragmento

g-1

Abril de 2023

Prólogo

Creo que hay algo mágico en volver al sitio donde una vez fuiste feliz, a pesar de que digan que debes tratar de no hacerlo, porque si regresas te das cuenta de que ya nada es como era; supongo que se debe a los recuerdos.

Los recuerdos.

Lo que conlleva esa peligrosa palabra... Si la buscas en el diccionario, encontrarás una definición concisa relacionada con una sucesión de imágenes sobre hechos del pasado que quedan en la mente. Sin embargo, con el tiempo, he aprendido que abarca más, mucho más. Los recuerdos no solo son algo visual; son un olor, una melodía, incluso el tacto mismo puede dispararlos. Aunque no quieras, ahí están. Pero por primera vez, estos me reconfortan, me abrazan y consuelan de una forma que no podría haber imaginado. Hacía bastante que no me pasaba, y me sorprendo de que sea aquí, donde pensé que, al volver, todo se desataría de una dolorosa manera.

Continúo andando sobre la arena con los pies descalzos, que de vez en cuando se mojan por el agua del mar que llega a la orilla, arrastrando algunas pequeñas conchas consigo.

La playa está desierta, pero es normal en esta época del año. Hago una mueca que se convierte en una sonrisa.

«Aquí la vida se mide en veranos», como decía mamá, y como Grace siempre repetía cuando todavía era demasiado niña para entender a qué se refería. Un pequeño pueblo costero donde la vida se multiplica en los meses de junio, julio y agosto. Luego, todo se sume en una calma que muchas veces nos desesperaba de pequeñas, pero que luego, con la locura del verano, en cierto modo echábamos de menos.

Observo varias gaviotas revolotear sobre el mar mientras continúo avanzando por la orilla. Entonces la música llega a mis oídos y me detengo. Viene de uno de los chiringuitos, que está abierto porque, aunque todavía no sea verano, aquí, en Mojácar, los primeros turistas llegan en cuanto empieza el buen tiempo.

A pesar de la distancia, reconozco la melodía y noto una avalancha de sentimientos. «Big Girls Don’t Cry», de Frankie Valli and The Four Seasons, me transporta directamente a ese verano. Ese verano en el que éramos unas crías obsesionadas con Dirty Dancing. Ese verano que dio el pistoletazo de salida a nuestras vidas...

Pensar en todo lo que ha pasado desde entonces me da hasta vértigo. Es casi siniestro que sea justo esa canción la que suena en el preciso momento en el que yo estoy paseando por aquí.

«Ironías de la vida», diría mamá.

Pero lo que no sé cómo catalogar es la silueta que, al girarme decidida para dejar la playa, descubro observándome a pocos metros de distancia.

Cojo aire.

Los rumores eran ciertos.

Él permanece observándome desde ahí sin despegar su penetrante mirada de mí. Y es que sigue igual. De alguna manera, sigue igual. Su pelo alborotado, su piel dorada por el sol. La cicatriz de su mandíbula, sí, sigue siendo visible porque continúa afeitándose, como siempre.

Como si no hubiera pasado el tiempo, y eso... eso es mentira.

Ha pasado, y aunque no quiera admitirlo, en realidad somos dos desconocidos. Aunque él también esté apreciando las similitudes de mi aspecto en comparación a la última vez... a la última vez que nuestros caminos se cruzaron, ya no somos las mismas personas.

Tengo un nudo en la garganta, en el pecho. ¿Cómo puede alguien removerte tanto por dentro? ¿Esto es real? ¿Está sucediendo de verdad? ¿O es tan solo una ilusión que desaparecerá delante de mis narices en cuanto pestañee?

Entonces avanza. Hacia mí. Como tantas otras veces en nuestra historia. Porque tenemos una. Y no consigo borrarla, aunque tampoco sé si le he puesto el suficiente empeño.

—Hola —dice cuando me alcanza.

Su voz. Controlo las ganas de cerrar los ojos.

Es como el rasgar de las cuerdas de una guitarra. Como el primer roce de la aguja con el vinilo.

—Hola —contesto mirándole fijamente, y percibo su lenta sonrisa triste—. No sabía que habías vuelto...

—Tan solo estoy de paso.

Asiento.

—No sabía que estabas aquí —añade.

Sonrío con pesar.

—También estoy de paso —le explico brevemente, pero sé que sabe que en esa contestación informal hay mucho más. Como yo sé que lo hay en la de él.

Nadie me sabe leer tan bien como él, y viceversa.

Su mirada sigue estudiándome y noto que mi cuerpo quiere acercarse. Romper la distancia entre ambos. Parece que nos vimos ayer, pero también que han pasado miles de años.

En ese extraño silencio y cruce de miradas, decide volver a hablar.

—Siempre llenos de casualidades fugaces, ¿verdad? —pregunta.

Y me es imposible no pensar en ello, en ese verano. Ese verano en el que todo cambió.

g-2

 

Dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderás siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y te impedirán, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejarás de intentarlo. Te rendirás y buscarás a esa otra persona que acabarás encontrando. Pero te aseguro que no pasarás una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más.

PAULO COELHO, El Zahir

g-3

Ese verano, julio de 2011

Ava

Cuando llegué al punto de encuentro, no había nadie, pero eso no era ninguna novedad. Estos dos no sabían lo que era la puntualidad, así que me senté sobre el murete blanco y me puse a trastear las diferentes canciones del MP3 esperando que aparecieran.

La primera fue Miriam, llegó como un torbellino y con una gran sonrisa en el rostro, que se acentuó cuando vio el look que había escogido para esa noche.

—Veo claras referencias a Baby.[1] Me encanta —dijo, aupándose a mi lado y asintiendo como clara aceptación de mis shorts vaqueros cortos y del bañador, pero, al contrario de la protagonista de nuestra última obsesión, que lo llevaba con una cinta de color coral, el mío era negro.

Creo que me quedaba mucho mejor en contraste con mi pelo pelirrojo.

Habíamos descubierto esa película especial gracias a una de las incontables sesiones de cine de mi madre, pues una vez al mes proponía una noche de chicas en la que ella, Grace y yo veíamos una película antigua acompañadas de variada comida basura que, como bien decía mamá, era «necesaria para estar avispadas y comentar las cintas».

A mi madre le apasion

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