Caricias del infierno (Trilogía del Fuego Sagrado 3)

Lena Valenti

Fragmento

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I

No sé ni cómo me siento ahora mismo.

Me embarqué en esta aventura creyendo que mi compañero era bueno, confiaba en él a pesar de ser consciente de sus misterios. 

Me enamoré de él a ciegas. 

Sería falso no reconocerlo: estoy enamorada de Adonis, para mi desgracia.

Y ahora es como si me hubieran abierto los ojos para comprobar que el mundo que creía aprendido no es lo que yo pensaba, porque el demonio más peligroso, el más voraz, lo he tenido encima, dentro, al lado y en todas partes imaginables. Saber lo del nacimiento bizarro de Adonis, teñido de fantasía y terror, me ha dejado sin palabras, aturdida y emocionalmente devastada. 

Las advertencias estaban ahí en las palabras de Antón, en el secretismo de Adonis, en su dificultad para darle la espalda a alguien, para confiar en mí. Él siempre ha sido un demonio, el problema ha sido mío por pretender creer que, en el fondo, no lo era. Que es bueno, noble y que podía sentir algo por mí. Pero eso también ha sido falso. Solo recordar cómo le hacía el amor a Drugia hace que mi pecho arda con unos celos terribles y una decepción punzante y criminal. 

Más allá de esto, que es lo que me tiene la moral comida, y de meditar cuál debe ser mi siguiente paso y cómo protegerme no solo de él, sino de la Corte, es evidente que mi movimiento más inmediato es cuidarme y ocultarme de la brujería del fascinador.

Él, aparte de Adonis, es mi principal amenaza, una más para añadir al saco.

Por eso he salido del monasterio con los artilugios que me ha dado Mariagna para mi protección: un muñeco de barro kolossoi con cuernos y rabo, alfileres en los ojos y en el pene. Recuerdo que mi abuela tenía algunos en su baúl, pero no como este. También me ha dado una tabulae con un escrito grabado en latín para proteger a la persona que la entierre. Es decir, a mí.

He seguido sus consejos de inmediato y he ido al cruce de caminos de tierra que hay en dirección a la torre vigía. El mismo cruce donde Adonis me atropelló, donde empezó su más que sospechoso ardid. Porque ahora lo veo todo como un embrollo mental: los miembros de la Corte pueden entregar a sus familiares en sacrificio, como le sucedió a Tania. Si Adonis es de la Corte y es hijo secreto de uno de sus reyes, ¿podría haber entregado a Tania? Si sabe quién soy yo, ¿cuánto tardará en decírselo al Demogorgon y al Rey? ¿Por qué no lo ha hecho ya? ¿Es un paripé lo que está haciendo conmigo? ¿Ha estado riéndose de mí todo este tiempo? ¿Busca venganza o solo la aprobación de su verdadero padre cuya identidad, en realidad, conoce y me oculta? ¿En serio ha sido tan cínico y mentiroso conmigo? 

Se me oprime el corazón al pensar así de mal de él, pero sería una ilusa si no lo hiciera. Adonis nació con cuernos y rabo, con el físico de un demonio real, hijo de un miembro de la Corte. Y lo hizo en un lugar sacro, en la Murtra.

¿Qué significa eso? ¿Es bueno o malo? Ya no tengo nada claro.

Casi ha anochecido. Son las nueve y, después de enterrar la tabulae, he venido hasta el lugar donde todo empezó y cambió hace cuatro años. 

Es curioso, porque la torre sigue siendo un vigilante silente, aunque nada eficaz, dado que aquí no hay nadie que pueda socorrer si sucediera cualquier cosa.

Aun así, ya he superado mi miedo a estar sola. He dejado la moto aparcada arriba y he vuelto a descender el pequeño terraplén hasta llegar al lugar de los hechos. 

Está muy bien marcado con el estramonio, que ya ha crecido. La marca del Demonio, según me informó Adonis. Cuando me abrazó hace unos días y me dijo que yo era fuerte y empoderada y que él me iba a ayudar en todo, fue cuando más caí en su embrujo y en su hechizo de amor. Y ahora tengo la necesidad de romperlo. Pero no es tan fácil. Por eso, en este instante, debo encargarme solo de lo que puedo controlar.

Así que enciendo la linterna del móvil y aprovecho para hacer un agujero justo debajo de donde ha crecido la planta. Escarbo con la mano libre hasta que el hoyo es lo suficientemente profundo como para guardar el muñeco vudú. Huele a tierra húmeda.

—El Demonio nunca dará con la presa que no puede ver. —Esas son las palabras que me ha dicho la madre Mariagna que repita mientras lo entierro—. El Demonio no deseará a la presa que no huele. —Ahora cubro el kolossoi con tierra y recoloco el estramonio encima. Repito las frases tres veces.

Cuando acabo, apago la luz de la linterna y me sacudo las manos para limpiarlas de la tierra.

—Una cosa menos, Ares —me digo para animarme.

Pero no lo siento, porque Adonis me ha partido en dos. Me hizo creer aquí mismo que yo era importante para él y que iba a cuidar de mí, y lo único que ha hecho ha sido mentirme, darme de lado y esquivarme para que jamás me acerque lo suficiente a él como para saber que era el hijo del Demonio.

Porque, si lo descubría, le jodía la tapadera. Porque la Corte no sabe quién es, o eso tengo entendido. Ha debido de hacerlo por eso, porque no se me ocurre otro motivo de peso.

Me incorporo lentamente y percibo la humedad en mis mejillas. Estoy llorando por su culpa. Me seco las lágrimas con un manotazo rabioso e inspiro hondo.

Al menos, espero que esto me saque de encima definitivamente al fascinador y a su demonio de los sueños.

—Hola, señorita Parisi. Por fin solos.

Me doy la vuelta sorprendida porque reconozco esa voz de inmediato. Cada célula de mi cuerpo se pone en guardia y cuando nuestros ojos se enfrentan, su presencia me aterra.

Frunzo el ceño y doy un paso atrás para guardar distancias. Está más cerca de lo que quisiera. ¿Cómo ha venido hasta aquí? No he oído llegar ningún coche.

—¿Angol? ¿Qué haces aquí?

No me contesta. Me repasa de arriba abajo y asiente como si lo que viera le gustase mucho.

—Eres muy hermosa, señorita Parisi. Incluso sin ropas de lujo encima, sigues siendo muy atractiva.

Carraspeo, aún aturdida por su presencia incómoda. No lo entiendo. ¿Me ha estado acechando?

—Lo mismo digo —contesto siguiéndole el juego. Angol es un animal inclinado a la persecución. Lo veo, lo intuí desde el primer momento en que lo vi. Sus modales son forzados e impostados porque deben ocultar unos instintos más que cuestionables: los de un sádico y un sociópata. Lleva unas deportivas oscuras, unos pantalones negros tipo Dockers y una camiseta gris oscura de algodón de manga corta. Es tan rubio que el tono claro de su pelo resalta más con los tonos oscuros que usa para vestir. Sus ojos de ese marrón whisky no brillan. Parecen enfadados, como si yo le debiese algo—. ¿A qué has venido?

—Oh, a nada. —Se encoge de hombros de ese modo que denota hastío y también prepotencia. Sus manos están ocultas en los bolsillos delanteros. Fija su mirada en mi muñeca, que ya no luce el brazalete de virtuosa, y eso provoca que frunza el ceño decepcionado—. Solo quiero adelantarme a los acontecimientos. Pero… —mira alrededor, como si el lugar le incomodase—, no acabo de comprender qué estás haciendo en este lugar, escarbando en la tierra. ¿Es un ritual, tal vez?

—Puede.

—Conozco muchos rituales —asegura. Cómo no los va a conocer si está rodeado de brujos y demonios. <

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