El corazón dormido (Enredos de temporada 2)

Vanesa Cantero

Fragmento

el_corazon_dormido-1

Capítulo 1

Londres, 1818

Aún no se había preparado para lo que sucedería aquel día.

El aire no era cálido y la humedad penetraba hasta sus huesos. Los años que había vivido en América lo habían desacostumbrado rápido al clima inglés, y esa primavera se presentaba tanto o más desapacible que cualquiera de las muchas que recordaba en Londres antes de embarcarse a probar suerte en el nuevo continente.

Se había visto en el compromiso de aceptar aquello. Se había dicho a sí mismo que solo se trataba de unas pocas semanas que transcurrirían pronto y que podría volver al país que lo había acogido cuando se había marchado siguiendo su instinto, ese que le había dicho que allí triunfaría y olvidaría el desastre que casi pudo haber acabado con él. Solo tenía que hacer un pequeño esfuerzo durante esos días, y ni siquiera durante demasiadas horas seguidas, pero tendría que tirar de toda su fuerza de voluntad porque se trataba de ella y eso sería difícil de solventar. Si era sincero consigo mismo, no era un esfuerzo mínimo, era inmenso.

Charles se acercó a él y le tocó en el hombro.

—Cavendish —dijo para anunciar su presencia—. Me complace ver que has decidido unirte al delicado placer que resultan los bailes de temporada en Londres.

—De buena gana lo hubiera rechazado —respondió él a la vez que estiraba el cuello, a la espera de encontrarse con el rostro que ansiaba—, bien sabes que no es algo que me plazca.

—Parece como si América te hubiera hecho olvidar nuestras buenas costumbres. Desde tu regreso no has hecho más que darme argumentos para que opine que no anhelabas volver a tu hogar.

—Nada más lejos de la realidad. Tengo mucha estima a nuestra tierra, pero no a ser la comidilla de todos. En especial, de las damas.

—Compréndelo, James —continuó Charles—, has hecho fortuna en estos tres años. Y ahora, que has heredado el título de vizconde de tu difunto hermano, eres el mejor partido de la temporada. Tanto tu madre como la mía estaban deseosas de que regresaras. Ambas coinciden en que aquí lograrás comprometerte y en que yo iré tras de ti; al menos, es lo que mi madre no para de repetir.

—Mi buen amigo, sabes que no tengo interés en el matrimonio. Lo tuve una vez, pero...

Sus palabras desaparecieron entre el rumor que se alzó cuando ella hizo su entrada en el salón. Iba arropada por varias mujeres y cualquier otro no hubiera reparado en su presencia, pues no era ni de lejos más hermosa que las demás, pero brillaba. Para él resplandecía y creía haberlo olvidado durante años; sin embargo, en ese momento, comprendió que le había costado no pensar en ella y, también, que le sería imposible borrar de su cabeza la sonrisa de esa mujer.

Aunque ni ese vestido ni ese peinado le hacían justicia. Ni siquiera bajo esa luz tan poco favorecedora podía dejar de pensar que ella era una estrella que lo deslumbraba. Era alta, más que la mayoría de las mujeres. Su cabello color tierra se encontraba prisionero en uno de aquellos interminables recogidos que no le gustaban. El resto de ella no había cambiado. Su rostro cuadrado resultaría algo duro para algunos hombres, pero para él seguía siendo igual de atractivo. Sus ojos castaños eran tanto o más despiertos que antes, pues brillaban sagaces. Su largo, esbelto y pálido cuello le hizo recordar aquella única vez que lo había besado y acariciado, y sintió que la lengua se le pegaba al paladar cuando recordó sus labios, aquellos rectos y finos labios con los que había soñado tantas veces.

Se había quedado paralizado. Entreabrió la boca, sabía que tenía que decir algo, ¿o tal vez debía moverse? No lograba recordarlo. ¿Qué venía a continuación? No estaba seguro. Su mirada se cruzó con la de ella durante un segundo, justo hasta que la muchacha se sonrojó y giró el rostro.

—¡Corten!

El grito proveniente de Mike hizo que recordara dónde se encontraba. Durante unos segundos había olvidado quién era. Se había metido en la piel de James Cavendish, hijo menor de un vizconde arruinado y protagonista de la novela ambientada en el período de Regencia de mayor éxito del momento. Había vuelto a ser Benjamin Carrigan, actor de moda en Hollywood, que había aceptado regresar a su tierra natal para encarnar el papel de héroe del libro superventas del año.

—Uf, espero que no nos obligue a repetir la toma —dijo su compañero—. Yo creo que ha quedado bien aunque no te hayas movido. ¿Qué te ha pasado? No has visto la señal, ¿verdad? Te has metido tanto en el papel que tu cara de atontado era muy convincente y has olvidado lo que debías hacer.

Movió la cabeza de un lado hacia el otro, a sus oídos llegaba el parloteo de ese hombre sin que le prestara atención.

—Perdona..., ¿qué decías?

—Tampoco me estabas escuchando. ¡Vamos, tío! —exclamó el chico que interpretaba a Charlie (cuyo nombre no lograba recordar) y lo golpeó en el hombro.

Benjamin lo miró con hastío. Había conocido a aquel tipo el día anterior, pero se comportaba con él como si fueran amigos íntimos. Se había metido demasiado en el papel de colega del protagonista, y Ben odiaba eso.

Una de las ventajas de ser una superestrella era que no había tenido que hacer ninguna audición y, gracias a su agente, se había saltado todos los ensayos. Tenía tantos compromisos que había llegado al rodaje cuando ya llevaban unos días. Mike había rodado varias secuencias con el elenco femenino, pues el guion tenía unas cuantas escenas en las que los hombres no intervenían y aquello le había venido bien. Hubiese sido complicado si hubiera tenido que ensayar con ella.

Durante el vuelo a Inglaterra, se había estudiado el guion. Era fácil, no tendría problemas con el papel, pero sí con las tomas que rodaría con ella, que eran la mayoría. Sobre todo, la de la página 87, que incluía un beso bajo la lluvia. Daba gracias por que Mike no hubiera insistido en que ensayaran esa escena, y Ben no dejaba de preguntarse qué pasaría cuando tuvieran que rodarla, cuando no le quedase más remedio que besar a Olivia. No sabía a qué le temía más: si a su reacción o a la de ella.

***

—¡Corten!

Olivia escuchó el grito de Mike y buscó la manera de no continuar. Necesitaba un momento a solas y lo precisaba de inmediato. Se dio un tirón disimulado a las extensiones que le habían puesto en el peinado y logró que se le descolocara. No era mucho, pero le daba margen para pedir irse al camerino unos minutos; tiempo que Mike aprovecharía, seguramente, para realizar un plano detalle del vestuario femenino o, tal vez, un primer plano de Ben y su reacción al verla, y ella no tendría que presenciarlo.

—Mike —dijo dirigiéndose hacia el director. Ya había trabajado con él en dos películas y sabía que nunca se demoraba en los rodajes. Solía aprovechar los contratiempos a su favor, por lo que Olivia estaba segura de que no obstaculizaría el rodaje si le pedía un parón, aunque fuera mintiendo, porque él improvisaría una toma para ahorrar tiempo—. Creo que se me ha movido el peinado. Necesito unos minutos. —El director hizo una seña y gritó un nombre, pero ella lo interrumpió—: En mi camerino.

Esperaba que Mike no hubiese pillado que mentía ni se hubiera percatado de su malestar; de lo contrario, le echaría en car

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