Hijos gordos

Martha Alicia Chávez

Fragmento

Hijos gordos

Introducción

¿Por qué uso el término gordo en lugar de obeso? Porque, siendo honestos, en la vida real a la persona con sobrepeso se le llama “gordo”. Cada uno de estos términos conlleva una carga emocional particular y muy distinta; de ahí mi decisión de usar el término gordo, porque pretendo que cada vez que lo mencione el lector se conecte con la realidad que experimenta quien como niño vivió esta situación y que tal vez como adulto la sigue viviendo. No obstante, dejo bien claro que en todo momento y sin excepción alguna, cada vez que uso este término lo hago con absoluto respeto.

Existe una diferencia entre sobrepeso y obesidad. El primer término se refiere a un exceso de peso de 10 a 20% del ideal y sano, de acuerdo con criterios como la edad y la estatura. La obesidad, en cambio, implica un exceso mayor a 20% del peso ideal. En este libro usaré ambos términos de manera indistinta, mencionando uno y otro con el mismo significado.

Ser gordo conlleva una carga social, familiar y, por ende, personal. A lo largo de la historia, y de punta a punta del planeta, la obesidad ha adquirido un papel muy significativo en diferentes niveles y formas. En algunas culturas, sociedades y épocas, ha tenido y aún conserva un significado de aceptación, de belleza y hasta de estatus social. En otras, representa algo socialmente despreciable y se convierte en una causa de vergüenza.

Hace algunas décadas, las madres hacían todo lo posible por que sus bebés y sus niños estuvieran gordos, lo cual se consideraba signo de hermosura, fortaleza y salud. Incluso en los adultos se le daba este significado. Tras años de investigación sobre los efectos del sobrepeso, en la actualidad se ha llegado a darle el lugar que le corresponde como factor determinante en el desarrollo de graves problemas de salud.

En otro sentido, alrededor de la obesidad ha surgido un sinnúmero de movimientos sociales y financieros contradictorios: por una parte, los grandes capitales invertidos en toda clase de empresas, instituciones y productos que pretenden eliminarla, y por otra, los grandes capitales invertidos en la promoción de alimentos y hábitos de vida que la crean y la perpetúan. La obesidad, pues, está siempre acompañada de grandes contradicciones e incongruencias.

Eso sucede en el ámbito económico y social, pero dentro de la familia un hijo gordo tiene distintos significados y diversas funciones que mueven profundas fibras y dinámicas de relación de todos sus miembros. Estas dinámicas familiares, a su vez, contribuyen a la perpetuación del problema. Es este aspecto, el familiar, en el que enfocaré el tema de este libro.

Si bien es cierto que para crearla existe un componente puramente alimentario (y en algunos casos uno orgánico), en la primera parte de este libro trataré los componentes emocional y familiar que siempre la acompañan, así como las principales patologías y los trastornos asociados con la obesidad y la comida.

Por último, el anexo fue escrito por la reconocida nutrióloga Margarita Chávez (que, además, honrosamente, es mi hermana). En él expone el aspecto orgánico y nutricional, así como diversas propuestas útiles y sencillas para que los padres puedan apoyar a sus hijos obesos a dejar de serlo y a llevar una vida sana.

SER GORDO EN DISTINTAS ÉPOCAS
Y CULTURAS

Como mencioné, ser gordo tiene y ha tenido distintos significados en diversas culturas y épocas. Es de suma importancia y por demás interesante revisar algunos de estos significados antes de profundizar en el rol que la obesidad juega en el interior de quien la padece, así como en las relaciones sociales y, sobre todo, en las familiares.

Hace varios siglos, las tribus nómades musulmanas acostumbraban poner especial atención en las mujeres grandes, ya que el hecho de que una mujer fuera gorda era reflejo directo de la riqueza de su marido, quien supuestamente debía tener una buena fortuna para mantener a su esposa bien alimentada.

Desde el punto de vista médico, primero Hipócrates (460 a. C.), y luego Galeno (140 d. C.), ambos galenos griegos, estudiaron exhaustivamente la obesidad y presentaron sus teorías sobre ella, describiéndola como una enfermedad y un factor determinante de graves trastornos físicos e, incluso, de muerte.

Aproximadamente en el año 680 a. C., el pueblo espartano, conocido por sus reglas y su disciplina sumamente rígidas, era en extremo estricto e intolerante con las personas obesas. Mensualmente se llevaba a cabo una revisión de los jóvenes y si alguno mostraba aunque fuera un poco de sobrepeso se le obligaba a seguir un riguroso y extenuante programa de ejercicios. En relación con los adultos, la intolerancia hacia la obesidad se manifestaba en el hecho de que quien la padeciera era desterrado de inmediato. Así vemos que en Esparta esta condición era simplemente imperdonable.

En cambio, durante los siglos XVI y XVII, la obesidad era considerada símbolo de atractivo sexual, salud y fecundidad. Esto también se presentó en épocas anteriores, aunque no de manera tan marcada.

En su libro The Mauden Queen (La reina de Mauden), el escritor inglés John Dryden expone que las actitudes de las mujeres inglesas de esta época pueden encerrarse en esta expresión: “Estoy decidida a crecer gorda hasta que cumpla los cuarenta y luego desaparecer del mundo cuando aparezca mi primera arruga”.

El famoso pintor Peter Paulus Rubens elegía a sus modelos entre las mujeres que pesaran por lo menos 100 kilos. Así pues, en ese momento de la historia, el sobrepeso era considerado valioso y deseable.

Más adelante, en el siglo XVIII, sobre la base de las teorías expuestas por Hipócrates y Galeno, entre otros, se retoma la perspectiva de la obesidad como un síntoma de enfermedad sostenida por los médicos de la época, y como signo de inmoralidad por la religión católica, que incluso la asoció con el pecado capital de la gula.

En la época actual, en diversos rincones del mundo, encontramos culturas que le dan al sobrepeso un significado completamente distinto del que se le confiere en el mundo occidental.

En Mauritania, país situado al noroeste de África, existe una fascinación por la obesidad en las mujeres, la cual les asegura un buen matrimonio (a los 12 o 13 años) y un buen estatus social para toda su familia. Para lograrlo, perdura hasta nuestros días una tradición que data del siglo XI: se trata de una práctica llamada leblouh. Cuando llegan a la edad de siete años aproximadamente (en ocasiones desde los cinco años), las niñas son llevadas por varias semanas, durante las vacaciones escolares o en la época de lluvias —cuando la leche de camello es más abundante—, a un campamento y encomendadas a una mujer llamada engordadora, cuya única misión consiste, precisamente, en engordarlas hasta el límite. Las niñas son sometidas a una dieta extrema, altamente cargada de grasas y carbohidratos, con el fin de hacerlas ganar peso en el menor tiempo posible. Cuantos más kilos les ponga encima y cuanto más rápido, la engordadora obtendrá un mejor pago.

Las grandes cantidades de grasas y carbohidratos que componen dicha dieta le proporcionarán a las niñas de 14 000 a 16 000 calorías diarias, nueve veces más de lo que se considera sano consumir a esa edad. Estos altos niveles calóricos se obtienen del siguiente tipo de alimentos y cantidades por día:

• Cinco litros como mínimo de leche de camello o de cabra.

• 40 bolitas grasosas elaboradas con dátil, maní y cuscús.

• Una especie de atole elaborado con dos kilos de maíz machacado y mijo, dos tazas de mantequilla y unos 15 litros de leche de camello.

• De 500 gramos a un kilo de grasosa carne de cordero.

Con frecuencia, las niñas ya no pueden más y vomitan, pero si lo hacen son obligadas a tragar su propio vómito. Para distraerlas del deseo de vomitar y presionarlas para que obedezcan y coman, las engordadoras llevan a cabo una torturante práctica que consiste en atrapar los dedos de la mano o del pie de las niñas entre dos palos y apretarlos con gran fuerza, lo cual les causa un enorme dolor.

En épocas modernas, se obtienen en el mercado negro hormonas y medicamentos que aumentan el apetito, con el fin de acelerar el proceso. La dieta por sí misma provoca graves trastornos de salud, como diabetes, afecciones cardiacas y del páncreas, artritis y otras enfermedades que se agravan todavía más como efecto secundario del uso de estas hormonas y medicamentos. Todo esto lleva a muchas niñas incluso hasta la muerte.

Asimismo, se les requiere estar físicamente pasivas todo el día, con el fin de no crear masa muscular ni quemar las tan valoradas calorías que su dieta diaria les aporta.

“El tamaño de una mujer es proporcional a la cantidad de espacio que ocupa en el corazón de su marido.” Ésta es la arraigada creencia que lleva a estas comunidades a realizar semejantes prácticas. Por supuesto, las niñas sufren, pero se les enseña que ser gordas las hará felices y les traerá grandes beneficios a ellas y a toda su familia; por lo tanto, todo eso se hace por su bien.

Aun cuando en años recientes tanto grupos de activistas como médicos de todo el mundo, y de Mauritania misma, han luchado para erradicar la tradición del leblouh, la lamentable realidad es que todavía se practica.

En otro rincón del mundo, en las etnias del Pacífico Sur, al norte de Australia, existe también una costumbre parecida a la anterior. A las mujeres jóvenes que se consideran las más bellas de la tribu se les encierra en una jaula donde se les alimenta durante tres a seis meses con yuca, tapioca y otros productos altos en grasas y calorías, para que alcancen el peso que el gran jefe Utame Alunda desea, el cual es mínimo de 120 kilos. Cabe aclarar que el jefe es un hombre feo, viejo y flacucho que sólo pesa 34 kilos.

En contraposición, en Occidente la obesidad es totalmente inaceptable, motivo de rechazo, burla y vergüenza. Como resultado de ello, hace un par de décadas comenzó a crearse una especie de obsesión por la delgadez, que alcanzó su clímax en la década de 1990, bajo la negativa influencia de la industria de la moda que presentaba modelos cada vez más delgadas. Muchas de ellas, presionadas por los diseñadores y las compañías para bajar más y más de peso, desarrollaron graves trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia, de los cuales hablaré más adelante. La influencia de estas ultra delgadas modelos que día a día bombardeaban visualmente a gran cantidad de jóvenes, propició el desarrollo de dichos trastornos en muchos de ellos, principalmente mujeres, aturdidas con la ilusión de alcanzar esa apariencia porque el mundo de la moda sentenciaba que eso era lo correcto. “¡Esto es la belleza!”, proclamaban.

La aparición de trastornos alimentarios en jóvenes de todo el mundo llegó a un punto alarmante que ha llevado a varios países (Israel fue el primero) a promulgar leyes que prohíben a modelos muy delgadas, con un índice de masa corporal menor a 18.5, aparecer en pasarelas o en cualquier tipo de publicidad. De igual manera, se castiga con altas multas económicas, e incluso con cárcel, a diseñadores, fotógrafos y a cualquier personaje de la industria de la moda que incite la extrema delgadez por medio de su publicidad o por la presión que ejerce sobre sus modelos.

Por otra parte, en nuestra sociedad actual abundan diversas etiquetas, prejuicios, estigmas y estereotipos relacionados con los obesos: que son perezosos, tiernos, simpáticos, sucios, dulces, malos, chistosos e, incluso, pecadores. Como veremos en las historias que presentaré, los niños obesos sufren burlas y rechazo, los adultos tienen mayor dificultad para conseguir un empleo o ascender de puesto y la discriminación que padecen no sólo se limita al mundo laboral, sino que se extiende a todos los aspectos de su vida.

De tal forma, mientras que en algunos lugares del mundo la obesidad es altamente deseada, en otros es altamente rechazada. Sea como sea, es un tema que mueve profundas fibras en el ser humano, adquiere importantes significados familiares y sociales, y provoca intensas reacciones psicológicas. Por todo ello, es que vale tanto la pena verla de frente, explorarla y penetrar profundo en sus misterios.

En las siguientes secciones de esta introducción analizaremos algunas estadísticas y algunos temas de corte clínico relacionados con la obesidad, para los cuales conté con la colaboración de Margarita Chávez Martínez.

LA OBESIDAD, EL MAL DE NUESTROS TIEMPOS

Las estadísticas indican que México ocupa ya, desde el año 2011, el primer lugar en obesidad infantil. Sin embargo, no fue sino hasta el 25 de enero de 2012 cuando el presidente Felipe Calderón declaró en forma oficial que México estaba afectado por esta epidemia (enfermedad que afecta simultáneamente a muchas personas). En la actualidad, en nuestro país hay 4.5 millones de niños, entre cinco y 11 años de edad, excedidos de peso.

El doctor Eduardo González, del Instituto Mexicano del Seguro Social, afirma que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la obesidad en México ha alcanzado ya el grado de pandemia (enfermedad de todo un pueblo) y sus víctimas principales son los niños.

Epidemia o pandemia, la obesidad en nuestro país está directamente relacionada con casi 200 mil muertes al año, pues es un importante factor de riesgo para padecer enfermedades crónico-degenerativas como la diabetes mellitus tipo 2, que, de acuerdo con cifras oficiales, es la primera causa de decesos en México. La obesidad conduce además a diversas enfermedades del corazón, cerebrovasculares, hipertensivas, etcétera.

ESTADÍSTICAS DE SOBREPESO Y OBESIDAD
EN EL MUNDO

Actualmente, a nivel mundial, hay 1 600 millones de personas que padecen sobrepeso, y 400 millones más, son obesos.

Debido a que la obesidad va en aumento en el mundo entero, la OMS la ha calificado como la pandemia del siglo XXI.

En tres décadas —entre 1980 y 2008— la obesidad se ha duplicado en el mundo. En América Latina, entre los años 1995 y 2011 la cantidad de personas obesas mayores de 15 años, creció 91%. En Europa, tan sólo en 2011, los niveles de obesidad entre hombres y mujeres adultos se triplicaron.

El 21 de febrero de 2012, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) dio a conocer su reporte informativo sobre este tema, basado en estudios recogidos por la International Association for Study of Obesity (IASO). Sus resultados son verdaderamente alarmantes:

• Al menos una de cada dos personas tiene sobrepeso u obesidad en más de la mitad de los países pertenecientes a la OCDE. (Los países miembros de este organismo internacional son: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Corea, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Luxemburgo, México, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, República Eslovaca [Eslovaquia], Suecia, Suiza y Turquía.)

• Japón y Corea presentan sólo 4% de población obesa.

• Estados Unidos y México, en cambio, tienen un alarmante 36%.

• En España, el Instituto Nacional de Estadística, en su boletín informativo de abril de 2012, nos indica que 16% de la población es obesa. Sin embargo, la OMS califica a este país con 24% de obesidad. Además, España se ha situado aho

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