Mesa para una

Caro Saracho

Fragmento

Mesa para una

Introducción

Tengo 31 años y estoy soltera. No estoy sola, no estoy deprimida, no tengo baja autoestima ni estoy amargada. No estoy enojada con la vida ni le guardo rencor a los hombres. No me siento incompleta ni defectuosa, no me preocupa comer sola en un restaurante ni ir a un concierto sola, ni me siento mal por estar sentada en medio de cuatro parejas que hablan de sus hijos.

No trazo mi camino para encontrarme al amor de mi vida en la próxima esquina ni me preocupa entrar al cine sola. Tampoco es que sea demasiado exigente ni que me dé aires de grandeza o que esté esperando a que el príncipe Harry venga por mí (y qué bueno, porque mientras escribía este libro le dio por comprometerse).

Simplemente estoy soltera. En este momento de mi vida, como en muchos otros, estoy soltera. La cosa es que yo no tengo problema con eso, al contrario, disfruto de mi soltería como en otros momentos he disfrutado de la vida en pareja. Y eso es porque disfruto la vida conmigo, con mis amigas o con alguien que valga lo suficientemente la pena como para compartir mi oxígeno.

Igual de lindo es caminar tomados de la mano hacia el atardecer que caminar contigo y tus pensamientos un domingo por la tarde mientras te comes un helado, y ambos escenarios merecen ser disfrutados y valorados por lo que son, un momento especial que nos toca vivir, solos o acompañados. Siendo sincera, es muy divertido reírte sola de tus chistes que nadie más entendería.

Si escogiste este libro de entre los miles de libros que lo rodeaban (tan buenos como el Pequeño Cerdo Capitalista, que todas deberíamos leer si queremos sobrevivir solteras), es porque tú, como yo, naciste sin el gen de conformarte con menos de lo que sabes merecer.

Es así de fácil, algo se torció en tu biología y llegaste a este mundo con la clara convicción de buscar tu felicidad y la de nadie más, decidida a no seguir las pautas que otros pretenden dictarnos. Y es lo mejor que te pudo pasar.

Tú, como yo y muchas más, somos mujeres capaces de encontrar nuestra propia felicidad, de hacernos reír, de consolarnos, de apapacharnos, de darnos orgasmos y abrocharnos el cierre de cualquier vestido. Si has llegado hasta aquí soltera, independientemente de tu edad o tus circunstancias, es porque has sabido usar ese gen faltante a tu favor; has decidido ser tú misma y no conformarte; has querido ser auténtica y seguir luchando contra la marea de miradas de lástima de tus amigas, los comentarios ponzoñosos (aunque bienintencionados) de tus tías y la discriminación de los hoteles que no saben reservar para una sola persona. A las solteras (y solteros, que esta lucha no tiene género) nos toca navegar en una sociedad que no está diseñada para mujeres independientes, que no sabe cómo manejarnos y que desde los tiempos de Moisés ha intentado meternos en cintura.

Después de muchos años viviendo en soltería me queda claro que son los demás los que tienen un problema con eso, pero somos nosotras las que tenemos que seguir luchando contra el impulso de rendirnos ante lo que la sociedad nos ha hecho creer que debemos ser y hacer.

Tú, como soltera empoderada, has tenido que dejar ir prospectos que, aunque eran perfectos en papel, no te llenaban. Has tenido que ignorar a las cucarachas disfrazadas de mariposas que nacen del aburrimiento emocional para no conformarte con algo que no mereces. Has tenido que despedirte de las historias de oficina que, aunque te hayan entretenido un rato, nunca fueron tu plan de vida y de esos ex novios a los que amaste profundamente, pero que dejaron de ser una pareja real para ti, huyendo de la zona de confort que representan.

Y sin darnos cuenta hemos tenido que luchar contra un esquema social que nos ha hecho creer que debemos ser mamás y esposas a cierta edad y hemos tenido que readaptar nuestros propios sueños porque, claro, cuando teníamos diez años jurábamos que nos íbamos a casar a los veintitantos y ahora nos enfrentamos a la vida real.

Sabes que naciste sin ese gen (seguramente leíste la columna de “Nací sin el gen de hacerme la difícil”, publicada originalmente en Actitudfem.com), pero carecer de ese gen es mucho más poderoso y va más allá de negarte a ser un ratón escurridizo; conlleva una predisposición genética a no conformarte, a ser auténtica, a buscar tu felicidad fuera de los límites de lo que los otros consideran correcto. Si te identificaste con esa columna, es porque no te funcionan esas convenciones sociales en las que una mujer no puede decir lo que quiere y no estás dispuesta a seguir las reglas de alguien más.

Sin embargo, la tentación de quedarte ahí, de aceptar un medio número más chico y hasta tragarte la idea de que puedes caminar con ese zapato que aprieta, es terrible y ejerce una presión que no siempre nos hace tomar las mejores decisiones, y que incluso puede dejarnos atoradas durante años en historias que no son para nosotras (y que, obvio, no nos hacen felices).

Por eso quise escribir este libro, para que sepas que no eres la única, que tu lucha es la de muchas y que no estamos locas ni somos raras. Somos muchas las que nacimos sin el gen y necesitamos empezar a creernos que nuestra forma de vida, auténtica y libre, es tan válida como cualquiera. Necesitamos empezar a conquistar espacios para la gente soltera, cambiar las políticas de los all inclusive y las instituciones sociales que se empeñan en hacernos sentir incompletas y defectuosas. También necesitamos asumir nuestra soltería no como un estado de transición sino como una forma de vida, como algo que se decide ser y no te resignas a ser, porque conformarte con menos de lo que sabes que mereces no sólo es mediocre, sino que te hará infeliz toda la vida. Y es momento de que todas (y todos) los que vivimos bajo esta filosofía nos sintamos orgullosos de ella.

Si sigues soltera, es porque no te has topado a la naranja, la verdadera, la correcta, por la que te vas a querer exprimir todo el jugo. O porque ya te la topaste, ya te exprimiste, y cuando no hubo más que exprimir, la dejaste ir porque, para ti, tu felicidad y tu estabilidad son más importantes que vivir acompañada.

Y poco a poco has desarrollado ese superpoder que es la soltería. Y digo superpoder no por el hecho de que puedas salir de fiesta todo el fin de semana sin darle explicaciones a nadie o porque puedas acostarte con quien quieras o gastar tu dinero en ti y en nadie más, sino porque sobrevivir a la marea de miradas de lástima y citas a ciegas que te organizan tus amigas y hacerte de un departamento con un único crédito es toda una hazaña. De verdad.

Bien lo escribió Helen Betya Rubinstein en su artículo “La discriminación que sufren las personas solteras” (“Is There Something Odd About Being Single?”), publicado en The New York Times en octubre de 2017: “[…] Prosperar como soltero no desafía las convenciones del género ni la sexualidad, pero sí rebate la noción de que las relaciones románticas deben tener prioridad por encima de otro tipo de relaciones.”

Prosperar como soltera es un desafío, y lo estás logrando. Pero necesitamos ir u

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