Juego, luego existo

Ezequiel Fernández Moores

Fragmento

Corporativa

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A María Josefina Cerutti, por todo.

Y a Selvita.

Y a Mamama y a mi viejo.

Y a mis hijos Tomás, Manuela y Paloma.

Y a mis hermanos.

Y a Horacio Tato, Juan Carlos Pisano, Juan Antonio Giner y, a la distancia, a Alberto Laya
(porque me ayudaron a entender por qué elegí ser periodista).

EL MOHICANO NECESARIO

A diez mil kilómetros de distancia de Madrid, donde resido, un periodista me convoca desde hace años a las páginas de deportes de La Nación. Ezequiel Fernández Moores siempre me devuelve a la posición del lector que establece una relación de máxima confianza con el periodista. No suele ocurrir a menudo. En los últimos tiempos, el periodismo invita a la decepción, en gran medida porque se ha vuelto cómodo, confuso y asustadizo. Todo le produce miedo: la revolución tecnológica, la precariedad económica y la competencia de las redes sociales. Se ha iniciado un lamentable proceso donde se desanima la búsqueda y certificación de los hechos, donde el poder se favorece de un trato amable y los desfavorecidos rara vez encuentran amparo.

Resulta alentador el encuentro con Fernández Moores y sus columnas. Incluso en las escasas veces que no coincido con su opinión, le leo con gratitud, en primer lugar, por el respeto con el que trata a los lectores. Sus opiniones son firmes pero no dogmáticas. Su interés por los datos es tan relevante como su desinterés por la demagogia. Su estilo, sucinto y contundente, desestima la retórica en favor de una claridad admirable. Sus columnas no deleitan, exigen. Requieren que el lector abandone el confort y reflexione sobre un mundo que en muchos aspectos marcha decididamente mal.

Fernández Moores escribe en las páginas de deportes, pero su pulsión periodística es universal. Trata el deporte, y fundamentalmente el fútbol, con la seriedad que merece, cualidad cada vez más infrecuente. Al fútbol se lo suele mirar desde dos ventajistas posiciones: desde la frivolidad, en nombre del entretenimiento, y desde el interés económico, en nombre del negocio. Una tercera mirada hizo mutis desde que el fútbol es fútbol. Sorprende el desinterés de los intelectuales por un acontecimiento social, político y económico sin rival en la cultura popular contemporánea.

Un siglo y medio después de su aparición como pasatiempo para la clase obrera, el fútbol ha aprovechado su camaleónica facilidad para adaptarse a todos los cambios posibles —políticos, sociales, económicos y tecnológicos— y transformarse en un caleidoscopio de infinitas vertientes. Desocuparse de esta realidad, como generalmente ha ocurrido con los intelectuales, es lamentable. Tratar este colosal acontecimiento desde la frivolidad es rentable pero alienante. Colaborar en su desnaturalización y masajear las obsesiones mercantiles de sus nuevos propietarios —banqueros, jeques, oligarcas y la corte de pícaros que los acompaña— significa despreciar el carácter popular de un juego que ha transformado a los hinchas en consumidores, a las grandes organizaciones en colosos mercantiles y a los dueños en estrellas políticas. A estas alturas, el fútbol es una inquietante metáfora de nuestro tiempo: obsesiona a todo el mundo y privilegia a unos pocos.

Para Ezequiel Fernández Moores el fútbol, el deporte en general, es un asunto muy serio. No se equivoca. Tampoco se equivoca cuando nos transmite sus preocupaciones con estilo y rigor. No conozco un periodista latinoamericano que cultive más y mejor los datos en sus columnas. Su trabajo no es fácil. Fernández Moores considera, con razón, que se está arrebatando el fútbol a la gente, al pueblo llano, y que se está utilizando a la gente con fines poco confesables. En sus columnas asoma el amor por un juego maravilloso y su rechazo a todas las formas de corrupción, violencia y engaño que habitan en el fútbol.

En una época de regresión crítica y falsedades digeribles, Fernández Moores nos recuerda el papel del periodismo como elemento esencial de contrapoder, de la saludable naturaleza de un oficio que, por desgracia, pierde credibilidad a borbotones. Es probable, y ojalá me equivoque, que en su entorno lo vean como un mohicano, un periodista molesto que no hace concesiones, ajeno a las amables corrientes actuales, caracterizadas en el periodismo deportivo por el sometimiento a la avidez del poder.

La magnitud de su importancia se manifiesta en el trascendente valor de su trabajo. Como no podía ser de otra manera, el eje de la obra periodística de Fernández Moores se sitúa en Argentina y más concretamente en Buenos Aires. Sin embargo, la naturaleza de sus textos escapa al marco argentino, quizá porque enfoca su trabajo con un minucioso gran angular. No hay nada de contradictorio en esta consideración. Fernández Moores logra el pequeño milagro de conectar la mirada milimétrica del entomólogo con una visión universal del deporte. Es una característica de gran periodista, de periodista necesario, uno de los pocos que convocan a su audiencia sin importar ciudad, país o continente. Lo sé muy bien. Aquí, en Madrid, a diez mil kilómetros de distancia de Buenos Aires, cada columna de Fernández Moores me resulta tan próxima que parece escrit

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