Esperanza del venado

Orson Scott Card

Fragmento

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Créditos

Título original: Hart’s Hope

Traducción: Paula Tizzano

La presente traducción es propiedad de Ediciones B, S. A.

1.ª edición: junio, 2016

© Orson Scott Card, 1983

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-464-0

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Mapa 1

Mapa 2

PRÓLOGO

1. PALICROVOL SE CONVIERTE EN REY EN SU CORAZÓN

2. LA NIÑA QUE MONTÓ EL VENADO

3. LA APARICIÓN DE BELLEZA

4. LA PROMETIDA DEL REY

5. EL REY CAUTIVO

6. LA ESPOSA DEL GRANJERO

7. EL NACIMIENTO DEL HIJO DE PALICROVOL

8. LA CASA DE DIOS

9. EL HOMBRE DE LOS OJOS DE ORO

10. EL CANTO DEL MERCADER

11. LA PUERTA DE LAS MEADAS

12. LAS DULCES HERMANAS

13. LADRONES

14. SIRVIENTES

15. EL HOYO

16. EL SABOR DEL PODER

17. JAULAS

18. LA DANZA DE LA DESCENDENCIA

19. LAS COMPAÑÍAS DE LA REINA

20. LOS USOS DEL PODER

21. EL FUTURO DE OREM

22. EL NACIMIENTO DE JUVENTUD

23. LA LIBERACIÓN DE LOS DIOSES

24. EL TORREÓN MENOR

25. LA VICTORIA DE LOS CIEN CUERNOS

26. LA IRA DEL REY

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Dedicatoria

A Mark Park,

quien conoce al Reyecito,

de todo corazón.

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Mapa 1

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Mapa 2

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PRÓLOGO

PRÓLOGO

Oh, Palicrovol, el de la muerte y la venganza en los ojos: te escribo porque, a lo largo de los siglos, hay historias que has olvidado, y otras que no cono-ciste. Te las contaré todas, y puesto que son ver-dad, detendrás tus manos colmadas de armas, y ya no buscarás la muerte del niño Orem, el Carniseco, llamado el de Banningside, o también el Reyecito.

EL REBELDE EXILIADO Y LA PRINCESA FLOR

Ésta no es la primera de las historias, pero sí la primera que debo contar, porque si la recuerdas me escucharás hasta el final.

Él se acercó a ella en el jardín, donde sus doncellas estaban adornándola con flores, tarea que debían hacer durante cada día de la primavera.

—¿Cuál es el nombre de la pequeña? —preguntó.

Sus doncellas la miraron, solicitando permiso para responder. Ella hizo un gesto con la cabeza a la sarcástica dama llamada El-frío-de-las-aguas-del-oeste, quien sabría decir las palabras adecuadas.

—Nuestra señora sabrá cómo se llama este hombre que se pasea tan ufano por el jardín sagrado, y se arriesga a conocer los secretos que sólo saben los eunucos.

El hombre se mostró un tanto sorprendido.

—Pero se me dijo que podía pasear libremente por la ciudad...

Las doncellas la miraron una vez más, y esta vez ella escogió a La-que-se-inclina-hacia-atrás-desde-la-cuna, cuya voz era aguda y extraña.

—Puedes caminar por donde corresponde a un varón, mas debes pagar el precio a que éstos corresponde.

Para su sorpresa, el hombre no mostró temor. Por su osadía era un loco. Por su torpe acento era extranjero. Por su presencia en el jardín sagrado era nuevo en la Isla-donde-el-verano-sólo-dura-un-día-en-las-montañas. Pero sobre todo, por su rostro era poderoso, hermoso y bueno, y por eso señaló con la cabeza a Nacida-entre-la-lluvia-de-pétalos-de-lila.

—Estás en presencia de la hija mayor del Rey-que-surca-el-mar-sobre-el-lomo-de-uncisne —dijo Mesmisfedilain con su voz más aterciopelada.

De inmediato el extranjero se hincó de rodillas e inclinó la cabeza, mas no la espalda. Algo extraordinario. Ella hizo un gesto a Verdad-sin-tormento.

—Si eres rey en tu propia tierra, Hombre, ¿por qué te postras? Y si no eres rey, ¿por qué tu espalda erguida desafía a la muerte?

—Soy Palicrovol —respondió el hombre—. Estoy en una batalla que va más allá del trono o de la muerte. Mi enemigo es Nasilee, quien gobierna en Burland por derecho de sangre.

Verdad-sin-tormento aceptó el desafío de sus palabras.

—Si gobierna por derecho de sangre, ¿cómo osas oponerte a él? Responde con sinceridad, pues de tu lengua pende tu vida.

—Porque soy un hombre de bien —fue su respuesta— y Nasilee es uno de los que gobierna por derecho de sangre, pero se gana el odio de todos los hombres de bien. Así y todo, no me habría rebelado si los dioses no me hubiesen elegido.

—Si los dioses te han elegido, ¿por qué eres un exiliado aquí en la Isla-donde-el-verano-sólo-dura-un-día-en-las-montañas?

Palicrovol se puso en pie de un salto. Por un momento la pequeña temió que pretendiera hacerle daño, y temió aún más que se propusiera escapar. Pero en cambio él extendió los brazos y entonó como pudo la historia de la batalla. En el lenguaje de ella las palabras sonaron burdas, pero no tardó en advertir que la torpeza se debía a que estaba traduciendo un poema. Tú conoces el poema. Le contó que estaba de pie sobre la cima de una colina al caer la noche, antes de la batalla, y que ante él se extendían las fogatas de los mayores ejércitos jamás conducidos a la guerra en Burland, y vio que, ganase o perdiese, perecerían demasiados hombres. No habría ejército capaz de defender las fronteras contra las incursiones provenientes de las montañas de tierra adentro, o las costas contra las incursiones provenientes del mar. Así que ordenó a su gran general Zymas que dispersara a sus hombres y que se ocultaran antes del alba. Que todos piensen que Palicrovol es un cobarde y luego Palicrovol vendrá y ganará la batalla cuando el costo sea ínfimo y el premio mayor. Por aquellos días Palicrovol era sabio.

Y ella le sonrió, pues él era un buen rey.

—¿Puedo vivir entonces? —le preguntó.

Ella asintió.

—¿Con mis atributos de toda la vida intactos?

Las doncellas ahogaron sus risas, pero ella no rió. Sólo asintió, con gravedad, una vez más.

—Entonces arriesgaré mi vida de nuevo y te diré que sólo eres una niña, pero que jamás he visto en toda mi vida belleza tan perfecta.

Ella señaló a Nacida-entre-la-lluvia-de-pétalos-de-lila.

—Desde luego que es hermosa, Casi-rey-de-Burland. Ella es la Princesa Flor.

—No —repuso él—. No hablo de su rostro inimitable ni de las flores que tan toscas se ven al lado de su exquisita piel, ni de la forma en que su cabello se ondula como la tierra recién arada bajo la luz del sol. Digo que posee la perfecta belleza de la mujer que jamás mentirá en toda su vida.

Él no podía saber, a menos que un dios se lo hubiera dicho, que ella hizo el juramento más terrible cuando a los cinco años la ofrendaron al mar. Estaba sujeta a la verdad, y aun cuando no le había dicho una sola palabra, él la había mirado y lo había visto.

—No es una mujer —apuntó Nacida-entre-la-lluvia-de-pétalos-de-lila—. Sólo tiene once años.

—Me casaré contigo —anunció Palicrovol—. Cuando tengas veinte años, si soy rey de Burland te enviaré a buscar y vendrás a mí, ya que soy el único rey del mundo capaz de soportar la belleza de una esposa que no le ha de mentir.

Entonces ella se puso de pie, dejando que las flores cayeran por doquier, ignorando la respiración contenida de sus doncellas. Extendió la mano y la posó sobre la cintura del hombre, y él abrió su mano hacia ella.

—Palicrovol, me casaré contigo seas rey o no.

Palicrovol respondió:

—Mi señora, si no soy rey por entonces estaré muerto.

—No creo que mueras jamás —replicó ella.

Y entonces las doncellas rompieron a llorar, pues ahora se había prometido en matrimonio, y eso no podría deshacerse por mucho que su padre se afligiera o enfureciera al conocer su decisión.

Pero a Palicrovol nada le importaban sus lamentos.

—Mi señora —dijo—. Ni siquiera sé tu nombre.

Ella hizo un gesto a La-que-se-inclina-hacia-atrás-desde-la-cuna. No podía decir su propio nombre porque en aquella época su nombre aún no era verdad.

La-que-se-inclina-hacia-atrás-desde-la-cuna logró hablar a pesar del llanto y pronunció el nombre de la Princesa Flor.

—Aquí-está-la-mujer-que-en-su-rostro-posee-la-dicha-de-todas-las-mujeres. En-su-corazón-el-dolor-de-todas-las-mujeres.

Palicrovol repitió el nombre en voz baja, observando los labios de ella.

—Enziquelvinisensee Evelvinin —dijo.

Ella escuchó con regocijo, ya que, con su amor, estaba segura de que algún día esas palabras serían verdad, aun cuando temiera el camino que la conduciría hasta su nombre.

—Enviaré por ti —declaró Palicrovol— y para mí valdrás más que la Corona de Asta.

Se marchó y la Princesa Flor le esperó. En toda su vida jamás se ha arrepentido de su compromiso matrimonial, ni del terrible precio que pagó por él, ni ha mentido jamás a Palicrovol, aun cuando tú deseaste que ella mintiera, incluso cuando le ordenaste, tan cruelmente, que callara.

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1. PALICROVOL SE CONVIERTE EN REY EN SU CORAZÓN

1

PALICROVOL SE CONVIERTE EN REY

EN SU CORAZÓN

Ésta es la historia de cómo Dios enseñó a aspirar al trono a un hombre sin ambición.

EL SUEÑO DE ZYMAS

Zymas era el brazo derecho del Rey, su ojo derecho y —según decían los irreverentes— también el cojón derecho del Rey. Zymas nació siendo caballerizo, pero primero su fuerza, luego su talento y por último su sabiduría le valieron tal fama que ahora era general de todos los ejércitos del Rey, y el terror de Zymas se propagaba a lo ancho y a lo largo de Burland.

Sólo disponía de quinientos soldados, entre caballería e infantería, pero en esa época una aldea tenía cinco familias, y una ciudad, cincuenta, y quinientos soldados bastaban para someter a todo aquel que hiciera falta. Y si algún grupo de barones o condes aunaba sus fuerzas insignificantes para superar en número a las de Zymas, igualmente estaban condenados al fracaso. Si había diez de estos barones, con toda seguridad uno se había unido a la rebelión como agente del rey, dos como hombres de Zymas, y el resto colgaría de la horca antes de que terminara el mes.

Zymas había conocido días de gloria en la frontera, donde las tribus salvajes de las montañas del interior se destruyeron contra las puntas de lanza de su ejército. Y hubo días de gloria en el litoral, cuando las incursiones provenientes del este estrellaron sus embarcaciones y perecieron a centenares antes de que pudieran trasponer la línea de la marea. ¡Oh, Zymas era un guerrero imponente! Pero ahora que todos los enemigos exteriores del Rey habían sido vencidos y pagaban tributos, Zymas conducía a sus hombres desde la montaña a la costa, no para defender a Burland de los ataques, sino para proteger a los recaudadores de impuestos, para castigar a los desobedientes y aterrorizar a los débiles e indefensos.

Había quienes decían que Zymas no tenía corazón, que mataba por placer. Otros creían que no tenía pensamientos propios, y que jamás llegó a cuestionar la menor orden del Rey. Pero todos se equivocaban.

Zymas acampó durante la noche con su medio millar de hombres sobre las orillas del Burring, el tramo alto del río, donde los lugareños seguían llamando Banning a la corriente. La aldea era demasiado pequeña para tener nombre: cuatro familias, que en los libros estaban registradas como «la séptima aldea cerca de Banningside». Según los registros, el poblado no había pagado su tributo de mil litros de áridos. Eso generaba resentimientos y era un mal ejemplo para las otras aldeas. Zymas estaba allí para castigarlos. A la mañana siguiente iría con sus cincuenta soldados de infantería, rodearía la aldea y pediría la rendición. Si se rendían, serían colgados. Si no, recibirían escupitajos y penderían sobre el fuego, o los haría sentarse sobre estacas afiladas, o algo por el estilo. Eso era lo normal por entonces; hombres, mujeres y niños, lo normal. Zymas pensaba en el día siguiente y sentía que su corazón se le escurría como siempre, para no avergonzarse.

Cuando por fin su corazón quedó vacío, se tendió sobre el suelo frío y durmió. Pero esa noche su sereno reposo se vio perturbado por un sueño. Se sorprendió de estar soñando, se sorprendió aun durante el sueño, ya que soñar era algo a lo que había renunciado largo tiempo atrás. Fue un sueño sumamente sagrado, ya que en él vio a un viejo ciervo caminando penosamente por un bosque. ¿Por qué sufría? Del vientre del venado pendía una rata colgada de los dientes y a cada paso el ciervo temblaba de dolor. Zymas extendió su mano para quitar la rata, pero una voz lo detuvo.

—Si quitas la rata, ¿qué mantendrá cerrada la gran herida que tiene el ciervo en sus entrañas?

Zymas miró con atención y vio que los dientes de la rata unían los labios de una herida larga y perversa que amenazaba con desgarrar al venado desde el pecho hasta el fondo del vientre. Y sin embargo sabía que la rata estaba envenenando la herida.

Entonces un águila feroz se lanzó desde las alturas y se posó brutalmente sobre el lomo del animal. Zymas supo de inmediato qué debía hacer. Tomó el águila entre sus manos, le dio vuelta y empujó sus garras bajo el ciervo. Éstas se extendieron, asieron los bordes de la herida y los cerraron con más firmeza aún que los dientes de la rata. Entonces, todavía cabeza abajo, el águila devoró la rata, hasta el último pedazo. El venado se salvó porque Zymas había puesto al águila en su sitio.

—Palicrovol —dijo la voz y Zymas supo que se refería al águila.

—Nasilee —dijo el águila y Zymas supo que se refería a la rata.

Nasilee era el nombre del rey. Palicrovol era el nombre del conde de Traffing. Entonces Zymas despertó y permaneció en vela el resto de la noche.

Antes del alba, tomó a sus cincuenta hombres y se encaminó hacia la aldea, y los pobladores se rindieron en un instante. El patriarca de la pequeña aldea trató de explicar por qué no se habían pagado los impuestos, pero Zymas había oído las mismas excusas cientos de veces. No escuchó al anciano. Ni los lamentos de las mujeres, ni el llanto de los niños. Sólo vio que cada uno de ellos estaba de pie ante él con el rostro de un gran venado viejo, y supo que su sueño no se debía al azar.

—Hombres —habló, y aunque no gritó todos escucharon su voz.

—Zymas —respondieron. Lo llamaban por su nombre, porque él había hecho que éste fuese más noble que cualquier título que pudieran darle.

—Nasilee mordisquea las entrañas de Burland como una rata, y nosotros somos sus dientes.

Azorados, no supieron qué replicar.

—¿El rey verdadero cuelga a estos indefensos?

Uno de los hombres atinó a decir, sin saber a qué clase de juego los desafiaba Zymas:

—¿Sí?

—Tal vez lo haga —respondió Zymas—, pero si él es un rey verdadero, prefiero seguir a un rey falso que sea bueno, y hacer de él un monarca legítimo, para que el pueblo no tenga que temer la llegada del ejército de Zymas.

A los soldados les resultaba inconcebible que Zymas pudiese expresar semejante traición, pero no tan inconcebible como la idea de que estuviese mintiendo o bromeando. De modo que Zymas se iba a rebelar contra el Rey. ¿Habría algún hombre que eligiera unirse al Rey en contra de Zymas?

Zymas les dejó escoger libremente, pero los quinientos marcharon con él y se alejaron de los sorprendidos pobladores, rumbo a Traffing. No les dijo a quién pensaba poner en lugar del Rey. El sueño había dicho Palicrovol, pero Zymas quería ver al hombre por sí mismo antes de ayudarlo en su rebelión. Los sueños suceden con los ojos cerrados, pero Zymas sólo actuaba con los ojos abiertos.

EL GUARDIA Y EL ENVIADO DE DIOS

En las tierras de Traffing, en el invierno letal, una figura de manto blanco caminaba como un fantasma sobre la nieve. El guardia de la fortaleza del Conde tembló atemorizado hasta que vio que se trataba de un hombre, con el rostro enrojecido por el frío y las manos hundidas en un manto para abrigarse. Los fantasmas no temen al frío. El guardia lo sabía. Detuvo al hombre y lo hizo bruscamente, porque había sentido miedo.

—¿Qué quieres? Ya es casi de noche, y no trabajamos el día del Festín de las Ciervas.

—Me envía Dios —anunció el hombre—. Traigo un mensaje para el Conde.

El guardia se enfureció. Lo había escuchado todo acerca de Dios, cuyos sacerdotes eran tan arrogantes que negaban a las Dulces Hermanas, e incluso al Ciervo, aun cuando el pueblo conocía su poder desde mucho antes que a esta deidad de moda.

—¿Lo harás blasfemar contra la mismísima dama del Ciervo?

—El pasado acabó —dijo el Enviado de Dios.

—¡Acabaré contigo si no te marchas! —exclamó el guardia.

El Enviado de Dios se limitó a sonreír.

—Desde luego, no me conoces —dijo. Entonces, de pronto, ante los ojos del guardia, el Enviado de Dios extendió las manos en súplica y el madero del portal se partió en dos y la puerta se abrió ante él.

—¿No le harás daño? —preguntó el guardia.

—No te inclines —lo detuvo el Enviado de Dios—. Vengo por el bien de Burland.

—¿Conque de parte del Rey? —El guardia odiaba al rey lo suficiente como para escupir en la nieve, a pesar del temor que sentía por este hombre capaz de partir una cerca sin siquiera tocarla—. El bien de Burland jamás es el bien de Traffing.

—Esta noche sí lo es —concluyó el Enviado de Dios.

De pronto estalló el crepúsculo, como si una corriente caliente descendiera por las laderas del cielo, y desde ese instante el guardia mismo se convirtió en un Enviado de Dios.

LA PROFECÍA

—¿Estabas invitado? —preguntó Palicrovol.

El Enviado de Dios miró a su alrededor y al hombre semidesnudo sentado ante el fuego sobre unas rocas cubiertas de hielo.

—Estoy

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