Un llamado a la misericordia

Madre Teresa de Calcuta

Fragmento

Introducción

En la vida de la Madre Teresa (1910-1997), como en la vida de muchos otros santos, se nos ofrece una teología de vida. No encontramos en sus escritos o discursos una explicación elaborada sobre el significado de la misericordia. Sin embargo, sí hallamos el rico legado de una espiritualidad de misericordia y compasión, tal y como ella los experimentó personalmente y los vivió en su servicio a los demás. Las numerosas y específicas maneras de vivir misericordiosamente de la Madre Teresa y de sus seguidores atraparon, incluso, la atención del mundo secular.

Curiosamente, misericordia no es una palabra que la Madre Teresa haya empleado frecuentemente en su vocabulario hablado o escrito. No obstante, ella se concibió como alguien en constante necesidad de la misericordia de Dios, no solamente de forma general, como una pecadora necesitada de redención, sino también específicamente, como un ser humano débil y con pecados que día a día dependía por completo del amor, la fortaleza y la compasión de Dios. De hecho, Jesús mismo le había dicho al invitarla a fundar las Misioneras de la Caridad: «¡Yo sé que tú eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque eres eso es que yo quiero usarte para mi gloria!». Esta fue la experiencia existencial de la Madre Teresa, tan profundamente enraizada en su corazón que se reflejaba en su rostro y en su actitud hacia los demás. Ella consideraba que los pobres, tal como ella misma, estaban necesitados del amor y la compasión de Dios, de su cuidado y su ternura. Se identificaba con facilidad con cualquier otro ser humano al llamarlo: «mi hermana, mi hermano». Su experiencia de estar «necesitada» frente a Dios la llevó a tener una visión de sí misma como una más entre los pobres.

El papa Francisco nos dice que el significado etimológico de la palabra latina para misericordia «es miseris cor dare, “dar el corazón a los míseros”, a los que tienen necesidad, a los que sufren. Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su corazón a la miseria del hombre».1

De este modo, la misericordia implica tanto lo interno como lo externo: el movimiento interior del corazón (el sentimiento de la compasión) y, después, como a la Madre Teresa le gustaba decir, «poner el amor en acción viva».

En Misericordiae Vultus (el documento oficial que establece el Jubileo Extraordinario de la Misericordia) el papa Francisco dice que la misericordia es «la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida».2 Él dice que su deseo para los años venideros es que «estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios».3

Esta idea implica que nuestra actitud no es de «arriba hacia abajo», por decirlo de alguna manera, donde nos consideramos superiores a aquellos a quienes servimos, sino que más bien reconozcamos quiénes somos: uno de los pobres, identificados con ellos de algún modo, estando, de cierta forma, en la misma condición. Y esto debe venir desde el corazón, desde el entendimiento que nos involucra a nosotros mismos.

La Madre Teresa es un maravilloso ejemplo de este principio

El papa emérito Benedicto XVI señaló la fuente de esta actitud en Deus Caritas Est: «La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo».4 Fue, de hecho, un encuentro con Cristo lo que hizo que la Madre Teresa se embarcara en una nueva misión, fuera de su seguridad de la rutina del convento. Jesús mismo la llamaba a ser su amor y compasión hacia los más pobres de los pobres, a ser su «imagen de la misericordia». Ella relató: «Escuché el llamado a dejarlo todo y a seguirlo a los barrios más miserables, a servirlo a Él entre los más pobres de los pobres... Sabía que este era su deseo y debía seguirlo. No había duda de que iba a ser Su obra». El papa Benedicto XVI continúa: «La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo, he de ser parte del don como persona».5

La Madre Teresa personificó este acto de dar

«Su corazón» —expresó la hermana Nirmala, sucesora inmediata de la Madre Teresa— «fue tan grande como el corazón de Dios mismo, lleno de amor, afecto, compasión y misericordia. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, fuertes y débiles, instruidos e ignorantes, santos y pecadores de todas las naciones, culturas y religiones encontraron una amorosa bienvenida en su corazón, porque en cada uno de ellos, ella vio el reflejo de su Amado Jesús».

La canonización de la Madre Teresa es aún más apropiada durante el Jubileo de la Misericordia, porque ella fue el vivo ejemplo de lo que significa aceptar la invitación del papa Francisco a la Iglesia: a «entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina».6 Al conocerla, los pobres, sin duda, tuvieron la oportunidad de encontrar al Dios de la misericordia. Conocieron a una persona que amó, cuidó y que tuvo la compasión y la habilidad para entender su dolor y sufrimientos. En su cara arrugada, los pobres —y todos aquellos que la conocieron— tuvieron la oportunidad de «ver» el rostro tierno y compasivo del amor del Padre por nosotros. Ellos supieron que ella los entendía, que era uno con ellos. En los apuntes de su diario del 21 de diciembre de 1948 (el primer día que ella estuvo en uno de los barrios marginados de Calcuta7 para comenzar su misión con los más pobres) se lee:

En la calle Agamuddin, tuve a varios niños con llagas. Allí una anciana se me acercó y me dijo: “Madre, gran Madre, usted se ha convertido en uno de nosotros, por nosotros, qué maravilloso, qué sacrificio”. Le dije que yo estaba feliz de ser uno de ellos —y realmente lo soy—. Ver las caras sufrientes de algunos de ellos iluminarse con alegría —porque la Madre ha venido—, realmente vale la pena después de todo.8

Las expresiones concretas de la misericordia, como se revelan en los evangelios, se conocen como las obras corporales y espirituales de misericordia. Como el papa Francisco dice en M.V.:

La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos de los demás, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.9

En respuesta al ardiente deseo del Santo Padre de «que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales»,10 Un llamado a la misericordia presenta las enseñanzas de la Madre Teresa acerca de las obras de misericordia y su práctica. Mi esperanza es que su ejemplo pueda, de acuerdo con los deseos del Santo Padre, «despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza».11 Ella vivió casi cincuenta años de su vida completamente dedicada al cuidado de los pobres y los marginados. Asombrosamente, durante esos casi cincuenta años se identificó por completo con los pobres a los que atendía a través de su propia experiencia de ser, aparentemente, no deseada y no amada por Dios. De una forma mística (mediante esta dolorosa «oscuridad» interior), ella sintió su mayor pobreza de ser «no deseada, no amada y descuidada». Por esta experiencia, no vio ninguna diferencia significativa entre ella y los pobres a los que cuidaba, pues: «La situación física de mis pobres dejados en las calles despreciados, no amados, desamparados, es la verdadera imagen de mi vida espiritual, de mi amor por Jesús y, sin embargo, nunca he deseado que este terrible dolor sea diferente».

Las siguientes páginas presentan algunos de los pensamientos y escritos de la Madre Teresa sobre cómo ella entendía la misericordia y las obras de misericordia. Con la misma importancia, presentan una selección de testimonios que ilustran cómo practicaba las obras corporales y espirituales de misericordia. Estas anécdotas revelan a la Madre Teresa vista a través de los ojos de aquellos más cercanos a ella, revelan el rostro de la misericordia.

Cómo surgió este libro y su estructura

Cuando surgió la idea de presentar a la Madre Teresa como un «icono de amor tierno y misericordioso», el enfoque más adecuado parecía ser mostrarla «en acción». Por lo tanto, la necesidad de representarla más como un ejemplo que como una simple maestra fue evidente desde el principio. Sus palabras, caracterizadas por su distintiva simplicidad y profundidad, reciben su debida importancia, pero, al mismo tiempo, revelar la coherencia de su ejemplo con esa enseñanza fue considerado crucial para el proyecto. La autenticidad de su vida pone de manifiesto la autenticidad de su enseñanza; así, sus enseñanzas son palabras de sabiduría que pueden servir como materia para la oración y la contemplación, y también como un impulso a la acción, un llamado a seguir su ejemplo.

Un llamado a la misericordia muestra la vida diaria de la Madre Teresa, quien hizo «cosas ordinarias con amor extraordinario», desde la perspectiva única de los más cercanos a ella. Testimonios dados por los testigos en el proceso de canonización de la Madre Teresa fueron elegidos para proporcionar ejemplos poderosos que darían un efecto aún mayor a su enseñanza. Con el fin de mantener la autenticidad, se ha tratado de hacer una traducción lo más literal posible de las anécdotas e historias narradas que refleje la particularidad del idioma de los testigos, a fin de preservar la notable influencia que la Madre Teresa tuvo en ellos.

El libro trata, por separado, cada una de las siete obras de misericordia corporales y las siete espirituales. Para cada una de estas obras, una breve introducción ofrece la perspectiva que tiene la Madre Teresa de estos actos corporales y espirituales, seguida de una selección de citas de sus escritos (cartas a las hermanas, a otros miembros de su familia religiosa, a colaboradores y amigos, exhortaciones y enseñanzas a sus hermanas, charlas públicas y discursos, así como entrevistas). También hay una rica selección de testimonios de los más cercanos a ella, aquellos que colaboraron con ella durante muchos años, ya sea en convivencia diaria «bajo el mismo techo» como sus hermanas u otros miembros de su familia religiosa, o también de ayudantes cercanos, colaboradores, voluntarios o amigos. Estos testigos estuvieron en una posición privilegiada para ver su trato con los pobres y con muchos otros que estuvieron en contacto con ella. Algunos testimonios son relatos de primera mano de cómo la Madre trató a la persona que está relatando la historia, mientras que otros relatos son de testigos que vieron cómo ella interactuó con otra persona.

Finalmente, también se incluye una breve sección de preguntas para reflexionar y una oración que están destinadas a impulsarnos a ser más abiertos a la misericordia de Dios en nuestra propia vida y también, siguiendo el ejemplo de la Madre Teresa, para estar más abiertos y dispuestos a extender esa misericordia a nuestros hermanos y hermanas. Las preguntas cumplen el propósito de «despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza»,12 como el papa Francisco pidió hacer. Mi esperanza es que cada uno de nosotros pueda responder a este llamado con humildad, docilidad y generosidad.

Con el fin de respetar la privacidad de los interesados, se proporciona una breve descripción general del testigo, en lugar del nombre de la persona. Estas descripciones se encuentran en las notas al final del libro. De esta manera, se mantiene la confidencialidad requerida y, al mismo tiempo, podemos presentar el texto con claridad y compartir el gran legado de las palabras y el ejemplo de la Madre Teresa con un público más amplio.

P. Brian Kolodiejchuk, MC

Postulador

Alimentar al hambriento

Capítulo I

«Vi a los niños —sus ojos brillando de hambre—; no sé si alguna vez han visto ustedes el hambre, pero yo la he visto a menudo». Como dejan claro estas palabras, la sensibilidad de la Madre Teresa hacia los que tenían hambre es evidente en la forma en que la conmovía su contacto directo con ellos. Su corazón se estremecía en lo más profundo frente a aquellos que sufrían verdadera hambre física, como es claro, especialmente, en la manera en que relataba las historias de sus experiencias con los hambrientos. Estas experiencias comenzaron cuando era niña. Su madre la había acostumbrado a ella y a sus hermanos a servir y a cuidar a la gente de la calle. Cuando presenciaba el hambre (o cualquier otra necesidad de los pobres), su reacción era: «Tenemos que hacer algo al respecto». Y entonces hacía todo lo posible (y a veces también casi lo imposible) para llevar alimento a los hambrientos. En ocasiones intentó, literalmente, «mover el mundo» para proveer comida a aquellos que morían de hambre.

El hambre puede ser algo lejano a nuestra experiencia o a nuestro entorno inmediato. Tal vez «conocemos» a los pobres que la sufren a través de las noticias perturbadoras de algún desastre lejano. Sin embargo, si «abrimos nuestros ojos para ver», como la Madre Teresa nos desafía, podríamos encontrar a mucha gente que sufre por no tener satisfechas sus necesidades básicas de sustento.

La Madre Teresa es conocida no por establecer grandes programas para resolver el hambre mundial (tan nobles y necesarios como son), sino por «alimentar a los hambrientos», uno por uno, a la vez. Sin embargo al hacerlo así, hizo una gran diferencia, primero en la vida de esos individuos y, por último, en el mundo.

Hay otra clase de hambre de la que la Madre Teresa comenzó a hablar, especialmente después de abrir sus casas en Occidente. A menudo repetía que la gente estaba «no solamente hambrienta de pan sino de amor». Aunque sufrir esta necesidad no se denomina comúnmente pobreza, ella se dio cuenta de que esta clase de pobreza era «mucho más difícil de eliminar». Así que también quiso aliviar esta «hambre de amor». Desafió a sus hermanas: «Ustedes están destinadas a ser ese amor y compasión para la gente de aquí [en Occidente]».

Cuando recojo a una persona de la calle, que tiene hambre, le doy un plato de arroz, una pieza de pan, he satisfecho... he eliminado esa hambre. Pero, para una persona excluida, que se siente indeseada, no amada, aterrorizada, la persona que ha sido desechada por la sociedad: esa pobreza es tanta y tan dolorosa, y esto me resulta muy difícil. Nuestras hermanas trabajan entre ese tipo de personas en Occidente.

Finalmente, la Madre Teresa halló otro tipo de hambre, tanto en países pobres como ricos, entre la gente de toda clase y contexto religioso. «La gente tiene hambre de Dios», acostumbraba decir. Esta realidad de «hambre espiritual» que ella experimentó profundamente y encontró a donde quiera que fue, la abordó de una manera simple y oportuna. Quería ser el «amor de Dios, su compasión, su presencia» a donde quiera que fuera, para que la gente al mirarla pudiera llegar a conocer al Dios que ella deseaba reflejar.

SUS PALABRAS

Es porque Él amó

[Jesús] antes de enseñar a la gente, tuvo compasión de la multitud y los alimentó. Hizo un milagro. Bendijo el pan y alimentó a cinco mil personas. Es porque Él amó a la gente. Tuvo compasión de ellos. Vio el hambre en sus rostros y los alimentó. Y solo entonces les enseñó.1

Más que nunca la gente quiere ver el amor en acción a través de nuestras humildes obras. Cuán necesario nos es estar enamoradas de Jesús para poder alimentarlo a Él en el hambriento y en el que vive en soledad. Cuán puros deben ser nuestros ojos y corazones para verlo a Él en el pobre. Cuán limpias deben estar nuestras manos para tocarle en el pobre con amor y compasión. Cuán puras deben ser nuestras palabras para ser capaces de proclamar las Buenas Nuevas a los pobres.2

El dolor del hambre

Hace algún tiempo una mujer vino a mí con su hijo y dijo: «Madre, fui a dos o tres lugares para mendigar algo de comer, porque no hemos comido en tres días, pero me dijeron que estoy joven y que debo trabajar para comer. Nadie me dio nada». Fui a buscar algo de comida y cuando regresé el bebé en sus brazos había muerto de hambre. Espero que no hayan sido nuestros conventos los que le negaron la comida.3

Todos hablamos del hambre terrible. Lo que he visto en Etiopía, lo que he visto en otros lugares; especialmente en estos días en lugares como Etiopía, cientos y miles de gentes enfrentan la muerte simplemente por [carecer de] un pedazo de pan, por [falta de] un vaso de agua. La gente ha muerto en mis propias manos. Y aun así nos olvidamos, ¿por qué ellos y nosotros no? Amemos otra vez, compartamos, recemos para que este terrible sufrimiento sea eliminado de nuestra gente.4

El dolor del hambre es terrible y es ahí donde ustedes y yo debemos ir y dar hasta que nos duela. Quiero que ustedes den hasta que les duela. Y este dar es el amor de Dios en acción. El hambre no es solamente de pan, el hambre es también de amor.5

El otro día recogí a una niña en Calcuta. Por sus ojos oscuros pude ver que tenía hambre. Le di pan y estaba comiéndoselo migaja por migaja. Le dije: «Cómete el pan, tienes hambre».6 Le pregunté por qué comía tan despacio. Ella replicó: «Tengo miedo de comer más rápido. Cuando termine este pedazo, pronto tendré hambre otra vez». Le dije: «Come más rápido y te daré más». Esa pequeña niña ya conoce el dolor del hambre. «Tengo miedo». ¿Ven? Nosotros no lo conocemos. Como pueden ver, nosotros no sabemos lo que es el hambre. No sabemos lo que es sentir dolor a causa del hambre. Yo he visto niños pequeños muriendo por [falta de] una taza de leche. He visto madres con un terrible dolor porque sus hijos morían en sus propias manos por causa del hambre. ¡No lo olviden! No les estoy pidiendo dinero. Quiero que ofrezcan de su sacrificio. Quiero que sacrifiquen algo que les guste, algo que les gustaría tener para ustedes mismos... Un día, vino una mujer muy pobre a nuestra casa. Dijo: «Madre, quiero ayudar, pero soy muy pobre. Cada día voy de casa en casa para lavar la ropa de otras personas. Necesito alimentar a mis hijos, pero quiero hacer algo. Por favor, déjeme venir cada sábado a lavar la ropa de sus niños por media hora». Esta mujer me dio más de mil rupias porque me ha dado su corazón completamente.7

Esta mañana fui a ver al cardenal de Marsella, quien está a cargo de Cor Unum, para pedirle[s] que manden comida para nuestra gente en África. Hay gran pobreza en África. El otro día nuestras hermanas escribieron que la gente llega frente a nuestra puerta buscando comida y muchos de ellos mueren de hambre. Si la situación continúa como ahora, muchos están en peligro de muerte; los niños están muriendo en los brazos de sus madres, ¡qué terrible sufrimiento! Así que fui con este cardenal para pedirle si podía enviar algo de comida para nuestras hermanas. Fue muy amable, me dijo que no se habían percatado de la presencia de los pobres, hasta que nuestras hermanas fueron para allá.8

El amor, para que sea verdadero, debe doler

Tuve la más extraordinaria experiencia de amor al prójimo con una familia hindú. Un caballero vino a nuestra casa y dijo: «Madre Teresa, aquí hay una familia que no ha comido por mucho tiempo. Haga algo». Así que tomé algo de arroz y fui para allá inmediatamente. Y vi a los niños, sus ojos brillando de hambre. Yo no sé si ustedes han visto el hambre alguna vez, pero yo la he visto muy a menudo. Y la madre de la familia tomó el arroz que le di y se fue. Cuando regresó le pregunté: «¿A dónde fue, qué hizo?». Ella me dio una respuesta muy sencilla: «Ellos [una familia musulmana] también tienen hambre». Lo que más me impactó fue que ella lo sabía. Y ellos ¿quiénes eran? Una familia musulmana. Y ella lo sabía. No llevé más arroz esa tarde porque yo quería que ellos —hindúes y musulmanes— disfrutaran el gozo de compartir. Pero ahí estaban esos niños irradiando gozo, compartiendo su alegría y su paz con su madre porque ella tenía amor para dar hasta que doliera, y pueden ver que ahí es donde comienza el amor, en el hogar, con la familia.9

El amor, para ser verdadero, debe doler, y esta mujer que tenía hambre sabía que su vecino también tenía hambre, y esa familia resultó ser mahometana. Fue tan conmovedor, tan real. Allí es donde la mayoría somos injustos con nuestros pobres: no los conocemos. No los conocemos, cuán grandiosos son, cuán amables, cuánta hambre tienen de ese amor comprensivo.10

Tenemos otra palabra, gratis. No puedo cobrarle a nadie por el trabajo que hago. La gente nos critica, dice cosas feas debido a esta palabra, gratis. El otro día leí en un artículo, escrito [por un sacerdote], que la caridad es como una droga para el pobre, que cuando le damos a la gente cosas gratis, es como darles drogas. Decidí que voy a escribirle y le preguntaré: «¿Por qué Jesús tuvo compasión de la gente?». Debió de haberlos drogado también cuando los alimentó con la multiplicación de los panes y los peces. Él vino a dar las Buenas Nuevas a la gente, pero cuando vio que tenían hambre y estaban cansados, primero los alimentó. Le haré una pregunta más: «¿Alguna vez ha sentido el hambre de los pobres?».11

Ustedes saben que cocinamos para miles de personas en Calcuta. Sucedió un día que una hermana se acercó a mí y me dijo: «Madre, no tenemos nada para cocinar». Eso nunca había ocurrido antes. Entonces, a las nueve en punto, llegó un camión lleno de pan. El gobierno había cerrado las escuelas ese día y nos envió el pan. Vean de nuevo, la preocupación de Dios. Incluso cerró las escuelas, pero no iba a dejar morir a los que tienen hambre. La ternura y preocupación de Dios.12

Queremos servir

El otro día, una familia guyarati vino a Dum Dum,13 donde tenemos gente discapacitada, niños desnutridos y pacientes con tuberculosis. La familia completa vino con comida preparada. Hubo un tiempo en que las personas nunca hubieran pensado en acercarse a esta gente. Cuando vinieron, les dije a las hermanas que les ayudaran a servir. Para mi sorpresa, ellos dijeron: «Madre, queremos servirles nosotros». Para ellos este es un acto excepcional, porque los vuelve impuros. Algunos de ellos incluso eran ancianos. Nada les impidió hacerlo: increíble que una familia hindú dijera e hiciera tales cosas.14

Juntos podemos hacer algo hermoso para Dios

El amor es para hoy, los programas son para el futuro. Estamos aquí hoy, cuando venga el mañana, ya veremos lo que podemos hacer. Alguien está sediento de agua hoy, hambriento de comida hoy. Mañana no los tendremos si no los alimentamos hoy. Así que preocúpense por lo que deben hacer hoy.15

Nunca me confundo con lo que los gobiernos deben o no deben hacer. En vez de desperdiciar mi tiempo [en] esas preguntas, digo: «Déjenme hacer [algo] ahora». El mañana puede nunca llegar, nuestra gente puede estar muerta mañana. Así que si hoy necesitan una rebanada de pan y una taza de té, se los doy hoy. Alguien andaba buscando errores en nuestro trabajo y dijo: «¿Por qué siempre les dan el pescado? ¿Por qué no les dan la caña para pescar?». Así que le dije: «Nuestra gente ni siquiera puede estar de pie debido al hambre y la enfermedad, mucho menos podrían ser capaces de sostener una caña para pescar. Pero seguiré dándoles pescado de comer y cuando estén lo suficientemente fuertes y puedan ponerse en pie, se los entregaré a usted para que les dé la caña de pescar». Y creo que eso es compartir. Allí es donde nos necesitamos unos a otros. Donde, tal vez, ustedes no sean capaces de hacer lo que nosotros sí podemos; sin embargo, lo que ustedes pueden hacer, nosotros no podemos. Pero si ponemos esas dos obras juntas, entonces podremos hacer algo hermoso para Dios.16

El otro día, un grupo de niños hindúes de un colegio vino de muy lejos. Todos los ganadores del primero y segundo lugares fueron y le pidieron a la directora que les dieran el dinero en vez de los premios. Así que ella puso todo el dinero en un sobre y se los dio. Entonces todos pidieron: «Ahora, llévenos con la Madre Teresa: queremos darle el dinero para sus pobres». Vean qué maravilloso es que no usaran el dinero para ellos mismos. Porque hemos creado esta conciencia, todo el mundo quiere compartir con los pobres. Cuando acepto dinero o un premio o cualquier cosa, siempre lo tomo en nombre de los pobres, a quienes ellos reconocen en mí. Creo que tengo razón, porque, después de todo, ¿quién soy yo? Yo no soy nadie. Son los pobres a quienes ellos reconocen en mí y a quienes ellos les quieren dar, porque ellos también ven lo que hacemos. Hoy la gente en el mundo quiere ver.17

Tremenda hambre de amor

En Etiopía y en la India cientos de personas mueren solo por [falta de] un pedazo de pan. En Roma y en Londres y lugares como esos, la gente muere de soledad y amargura.18

Como pueden ver, tenemos la idea errónea de que solo el hambre de pan es hambre. Hay un hambre mucho mayor, mucho más dolorosa: el hambre de amor, de sentirse querido, de significar algo para alguien. El sentirse indeseado, no amado, rechazado, creo que son un hambre y una pobreza mucho mayores.19

Tenemos casas en toda Europa y los Estados Unidos y otros lugares donde no hay hambre de pan. Pero hay una tremenda hambre de amor, un sentimiento de ser indeseado, no amado, relegado, rechazado, olvidado. Hay personas que han olvidado lo que es una sonrisa, lo que es el toque humano. Creo que esa es una gran, gran pobreza... Y es muy difícil eliminar esa pobreza a la vez que se [satisface esa] hambre de pan, o desnudez, o una casa hecha de ladrillos. Creo que esa es la mayor pobreza, la peor enfermedad, la situación más dolorosa de hoy en día.20

En otra ocasión caminaba por las calles de Londres, por un área pobre donde trabajan nuestras hermanas. Había un hombre en una terrible condición sentado allí, se veía muy triste y solo. Así que caminé hacia él, lo tomé de la mano y le pregunté cómo estaba. Cuando lo hice, me miró y me dijo: «Oh, después de tanto tiempo siento el calor de una mano humana. Después de tanto tiempo, alguien me toca». Entonces sus ojos se iluminaron, y comenzó a enderezarse. Tan pequeño detalle trajo a Jesús a su vida. Había estado esperando por mucho tiempo una muestra de amor humano, pero, en realidad, fue una muestra del amor de Dios. Estos son hermosos ejemplos del hambre que yo veo en esas personas, los más pobres de los pobres, los ignorantes e indeseados, los no amados, los rechazados y los olvidados. Ellos tienen hambre de Dios. Esto es algo que ustedes, los sacerdotes, deben encontrar continuamente, porque no solo es el hambre de la gente que sufre físicamente, sino también una gran hambre de las personas que sufren espiritual y emocionalmente, que sufren en su corazón y en su alma, especialmente los jóvenes.21

Terrible hambre de la Palabra de Dios

«¿Dónde está esa hambre en nuestro país?». Sí, hay hambre. Tal vez no la de un pedazo de pan, pero hay una terrible hambre de amor. Hay una terrible hambre de la Palabra de Dios. Nunca olvidaré cuando fuimos a México y visitamos a familias muy pobres. Toda esa gente que vimos apenas si tenían algo en sus hogares y, sin embargo, nadie pidió nada. Todos nos pidieron: «Enséñenos la Palabra de Dios. Denos la Palabra de Dios». Estaban hambrientos de la Palabra de Dios. Aquí también en todo el mundo hay hambre de Dios, especialmente entre la juventud. Y es allí donde debemos encontrar a Jesús y satisfacer esa hambre.22

SU EJEMPLO: Los testimonios*

Cargamos la comida sobre la cabeza y caminamos por el agua

En 1968 hubo una gran inundación en Calcuta, fuimos en nuestro camión por la noche para llevar alimentos a la gente afectada en Tilyala. Cargamos la comida sobre la cabeza y caminamos por el agua. En un momento la corriente casi se llevó a la hermana Agnes, así que la enviamos de regreso al camión. Estábamos empapadas hasta los huesos y congelándonos. Cuando regresamos a casa a las tres de la mañana, la Madre estaba esperándonos en la puerta. Había calentado agua para que todas nos bañáramos y nos preparó una taza de café caliente para calentarnos. Nos conmovió mucho el cuidado tierno y cariñoso de la Madre por nosotras, sus hijas.23

Llenar la taza de medir rebosante y apretada

La Madre se nos unió para hacer canastas de Navidad para los pobres. ¡Cómo levanté mi mente a Dios al ver a la Madre llenando las tazas medidoras rebosantes y apretadas! Se podían escuchar las voces: «Madre, aún tenemos muchas canastas por hacer». «Dios enviará», era su respuesta. Montones de canastas, no sobró ni una. La fe y confianza en Dios de la Madre eran algo viviente, se habían convertido en parte de ella, uno podía sentirlo, sí, uno podía ver que la Madre tenía un Amigo cercano, poderoso y fiel, trabajando con ella todo el tiempo. Uno de los principios de la Madre: “Dar lo que Dios tome y tomar lo que Él da, con una gran sonrisa”. Sin duda fue difícil para mí, sin embargo, cuando se hace generosamente, se convierte en un toque del amor de Dios.24

Otros dudaron, pero no la Madre

Me conmovió profundamente cuando millones [de refugiados de Bangladesh] se volcaron hacia la India y a ella los números no le importaban [esto es, no la desanimaban]. De una manera u otra lo hacía. Ella solo decía: «Hagamos lo que podamos», mientras hacía todo lo posible para que cada sacerdote y hermana la ayudaran. «¿Por qué? Porque es la obra de Dios. Estos niños están sufriendo, muriendo. Debemos hacer algo al respecto». Salía y se preocupaba por conseguir suficiente pan, por obtener comida. Llamaba a las hermanas aparte, averiguaba, trataba de obtener ayuda médica, especialmente cuando la epidemia de varicela estalló en el campamento de Salt Lake. Ahí había doscientos mil en aquel momento. Inmediatamente tenía que encontrar a alguien que les ayudara. Estaba sedienta, impaciente por descubrir otras formas de conseguir más personas que vinieran y les ayudaran. Para mí, esto era otro ejemplo de su profundo amor, que podía abrazar al mundo entero como la buena «Madre» que era. Cuando todo el mundo estaba aterrado por el flujo de millones de refugiados que llegaban a la India, esta pequeña mujer, tan débil, se adelantó a incitarnos a ayudarles. Su actitud total era: si es para Dios, no puedo fallar. Otros dudaron, pero no la Madre.25

Un mensaje de paz en Beirut

En agosto de 1982, la violencia en Beirut estaba en su culmen. La Madre llegó el 15 de agosto, en el tiempo en el que los bombardeos y el fuego de artillería estaban en su peor momento. A menudo había dicho a otros: «No usemos bombas y pistolas para vencer al mundo, sino irradiemos la paz de Dios y extingamos todo el odio y el amor por el poder en el mundo y en el corazón de los hombres». La Madre halló a las hermanas a salvo en Mar Takla, al este de Beirut. A través de la Cruz Roja, se enteró de que había niños enfermos física y mentalmente en un hospital psiquiátrico al oeste de Beirut. Las bombas habían dañado el hogar y los niños sufrían mucho descuido. Al escuchar estas noticias, y a pesar de los repetidos recordatorios de los líderes de la Iglesia respecto a lo insegura que era la situación, la Madre estaba resuelta a sacarlos del peligro. No obstante, debido a que habían abierto fuego, no pudo cruzar la Línea Verde hacia el oeste de Beirut para hacerlo. En su gran fe, oró por un cese al fuego. ¡Y sucedió

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos