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Auto engaño

Luisa R. López Madueño

Fragmento

Título
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El engaño es motivo de estudios antropológicos, un rompecabezas de la psicología evolutiva, el eslabón perdido de la psicología forense, herramienta para el camuflaje de la naturaleza, la entrada al infierno de los religiosos.

Más allá de todo el interés que nos provoca la falta de verdad —como para poner de cabeza a la Tierra y todo lo que la habita—, la realidad es que no manifestar la verdad es parte de la coexistencia del hombre. Si echamos un vistazo a la evolución humana, o a la de cualquier ser vivo y sus relaciones, nos percataremos de las numerosas formas en que se evidencia la falta de veracidad, por más inocentes, justificadas o no, conscientes o inconscientes que éstas sean.

Con el paso de los años, los decenios y los siglos el hombre se desarrolló, creó sus propios lenguajes, por lo que naturalmente se complejizaron sus procesos mentales. Eso hizo que la falta de verdad se fuera sofisticando con interesantes e innumerables formas de proyectar la realidad. Después, el lenguaje fue uno de los factores más importantes.

Por ello, en la radiografía de la falta de veracidad, encontramos en nuestro idioma al menos tres palabras que se refieren a lo mismo, pero con diferentes procesos: la mentira, el engaño y el autoengaño, que se pueden mezclar.

A estas tres palabras las caracteriza la falta de verdad, sin embargo, hay un elemento en especial que las hace diferentes: la intencionalidad o voluntariedad de hacer creer una verdad cuando no lo es. Es éste el punto de divergencia principal para su diferenciación.

LA MENTIRA

Comencemos por definir este concepto, tan conocido por cada uno de nosotros: «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente». Digamos, pues, que es un acto elaborado de nuestro pensamiento, en el cual se utiliza como recurso el lenguaje para evitar revelar la verdad. El propósito del que miente es que su interlocutor se crea, en toda la medida de lo posible, lo que le han dicho como verdad.

La mentira es parte de la naturaleza del ser humano y es uno de los recursos lingüísticos de antaño más utilizados para sobrevivir física y emocionalmente, cuando la realidad —es decir, la verdad— es amenazante, vergonzosa; o simplemente se usa la mentira para asimilar algunas circunstancias.

Aun así, la mentira ha sido castigada en muchas culturas, legal y moralmente, porque no es aprobada por la sociedad; sin embargo, cuando se descubre una mentira, ésta se convierte en el centro de la crítica de las personas que nos rodean, y es sumamente difícil escaparse de la seducción de sus pretensiones.

Por esta razón, y desde que el hombre se congrega en sociedad, la mentira ha sido satanizada y castigada por la ley social y moral; aunque los niveles de los castigos varían en cada cultura. No hay nada peor que estar del otro lado de la mentira, es decir: estar en el lugar del engañado, ser víctima de ella y sobre todo recibirla de aquellos en quienes se ha depositado la confianza; eso significa vivir una de las mayores decepciones.

Con todas sus implicaciones morales y legales, el profesor Robert Feldman, en su libro The liar in your life (El mentiroso en tu vida), menciona: «Mentimos entre dos y tres veces en los primeros 10 minutos de la primera conversación con alguien que acabamos de conocer».

Alarmante cifra, ¿verdad? Apenas conocemos a alguien y ya estamos tratando de que tenga la mejor versión de nosotros, aunque esto signifique no decir la verdad. Este simple ejemplo nos hace entrar en razón y asumir que convivimos con la mentira en todos lados y en muchos momentos: nos mienten, mentimos y nos mentimos todo el tiempo; consciente o inconscientemente, la mentira es parte del día a día, de eso no hay duda.

Sin embargo, hay mentiras cuyo umbral de aceptación social es mucho mayor que el de otras, como las «mentiras piadosas», aquellas que no por ser «piadosas» dejan de ser faltas a la verdad, pero que socialmente tienen cierto grado de justificación, sobre todo cuando la bondad está de por medio.

«El fin justifica los medios», dice un refrán popular, y en este caso, ¿la mentira también? Una cosa es estar del lado de la justificación de la mentira, pero otro asunto es cuando se encuentra en el lugar del engañado. Hazte la siguiente pregunta: ¿te gustaría ser engañado «piadosamente» por tu propio bien?

La respuesta queda a discreción de los valores de cada quien, y es aquí donde se abre la tertulia sobre la diversidad de opiniones. Se escuche como se escuche, la realidad es que hay una inmensa cantidad de personas que prefiere no saber la verdad a conocer la cruel realidad, total, «ojos que no ven…».

Pero esto es sólo a nivel conductual, es decir, lo que reflejan los actos de las personas en el momento en que se da la situación, porque a nivel de conciencia la respuesta es totalmente contraria.

En mi experiencia profesional y basada en los resultados de la gran mayoría de mis pacientes, un buen número prefiere saber la verdad; sin embargo, a la hora de tenerla en sus narices, la resistencia, dolor y sufrimiento es tal que evidentemente desearían tener la verdad al menos maquillada.

Para demostrarlo, decidí hacer una encuesta informal en 24 horas entre los 18 mil usuarios que tengo en mis cuentas de redes sociales. La pregunta fue la siguiente: «¿Qué prefieres, una mentira piadosa o una cruda verdad?».

De 382 participantes, 368 personas contestaron preferir la cruda verdad, y sólo 14 eligieron una cruda mentira.

De ahí se desprende el propósito de este libro: conocer unas cuantas de las múltiples formas en las que preferimos engañarnos con un cuento, que conocer el guion de la realidad.

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El catedrático español José María Martínez Selva, autor de La psicología de la mentira, nos cuenta que «la tolerancia social ante una mentira viene delimitada por las consecuencias»; mientras que Evelin Sullivan, en El pequeño gran libro de la mentira, anota que el engaño debe cumplir con algunos puntos para ser socialmente tolerable.



Una mentira socialmente tolerable
—según Evelin Sullivan— debe ser:

Ingeniosa o divertida.

Que se exprese de forma simpática.

Que no la percibamos como dañina o nos sintamos ofendidos por ella.

Que la consideremos inofensiva.

Que el mentiroso sea débil, víctima; que se encuentre bajo circunstancias injustas y sus consecuencias sean leves.


Del argot del diario convivir del ser humano, podría hacer un resumen de muchos tipos de mentiras, algunos ya propuestos por diversos autores; pero las encuadraré en dos tipos para no meternos en tanto embrollo, ya que hay cantidad de libros al respecto con excelentes referencias científicas.

1) Inofensivas, sin grandes consecuencias o para prevenir un daño. Dice Patrick White que «Una mentira, sin embargo, no encierra una cabal malicia cuando se profiere en defensa del honor». Tratando de justificar a las famosas mentiras piadosas antes mencionadas, que al fin y al cabo no dejan de ser mentiras, pero en esto tiene mucho que ver lo que dicen los mencionados autores acerca de la aceptación social. Hay mentiras que para no hacer sentir mal a alguien (por ejemplo, decir «buenos días» cuando no consideramos que lo sea para nosotros); referirle a alguien lo bien que se ve para no hacerlo sentir mal (lo sé, algunos lo llaman hipocresía); para evitar dar mayor explicación sobre algo; para salvarnos el pellejo de algo sin importancia; para evitarle un daño mayor a alguien más, etcétera.

2) Inventarse el cuento. Deliberadamente creamos un cuento —con un sinfín de detalles que dependen de la habilidad de cada mentiroso—, en el que se involucra principalmente el lenguaje verbal, y por default el no verbal, para lograr embaucar a la víctima. Muchas veces mentir deliberadamente tampoco tiene una grave repercusión para el otro, pero sí tiene una intención de protección, adaptación, aceptación, sobrevivencia, congregación, etcétera; y si bien perfectamente «el mentiroso» podría decir la verdad y enfrentar las consecuencias, prefiere evitar la verdad, aunque cargue con la culpa de la mentira.

En resumidas cuentas, la mentira, al ser parte de la vida social del ser humano, ha sobrevivido aunque sea condenada legal y religiosamente; es, pues, la mentira una forma adaptativa para sobrellevar las peripecias de la conducta y las emociones.

En estudios que se han realizado al respecto, se dice que también el género (masculino o femenino) es un indicativo de las mentiras, veamos: las mujeres mienten para subir el autoestima del otro, sentir que ayudan más y apoyan al otro, en cambio los hombres para demostrar su hombría y virilidad.

Estas reminiscencias de los roles primitivos en el cerebro, nos descubren en el inconsciente al proyectar la mentira.

EL ENGAÑO

La mentira es la sofisticación de la falta de verdad que se da a través del lenguaje, por consiguiente, el engaño es la sofisticación de la mentira. Engañar significa envolver al otro haciéndole creer algo como verdadero cuando no lo es; ese «envolvimiento» se puede dar a través de todos los sentidos, los que no necesariamente implican el uso del lenguaje, por eso se vuelve más especializada.

El engaño es aún más elaborado, porque su acción es más repetitiva y constante hasta que se logra embaucar por completo al engañado. La intención de engatusar es total. La parte negativa de esta sofisticación de la mentira es su intención: hay un intento por hacer daño de manera voluntaria. Hoy en día, me atrevo a asegurar que absolutamente todos hemos sido «víctimas» del engaño de forma directa e indirecta, por una persona o por un sistema social, y por este último invariablemente todos salimos raspados.

Así, el engaño cada día se vuelve más complejo, aprovechándose aún más de la inmersión masiva tecnológica a la que estamos expuestos. Es muy fácil para los medios de comunicación y grandes dirigentes mundiales hacernos comer platillos suculentos de faltas a la verdad, decorados con verosimilitud como un manjar de alta cocina que saborearemos sin cuestionar, muchas veces hasta disfrutando el platillo, cayendo redonditos ante el engaño.

El engaño en estas dimensiones se puede llegar a colar en los diferentes niveles de procesamiento mental, que el inconsciente no logra detectar e incluso se puede llegar a creer algo como una realidad. Entramos, entonces, en la dimensión de la «Matrix», donde lo que vemos y creemos se toma como la realidad. Frente a situaciones como ésas podemos afirmar que al engaño lo encontramos en todos lados, a cada instante, y es cuasi inevitable estar expuestos a ello.

Como la mentira, también existe un tipo de engaño que resulta útil cuando se trata de cubrir las necesidades de sobrevivencia, como lo hace el grueso de los seres vivos en el planeta. El resto lo encontramos escondido, descarado, sublime o maquillado en los perfiles de las redes sociales, en los filtros de las fotografías digitales, en las noticias, la política, las relaciones, incluso en las formas tóxicas de amar «apachemente».

AUTOENGAÑO Y MIXTIFICACIÓN

Continuando con la evolución de la falta de verdad, cuando el engaño aumenta su nivel de complejidad, se llega al autoengaño. Dice Dostoievski en su obra de Los hermanos Karamazov: «Quien se miente y escucha sus propias mentiras, llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él, ni alrededor de él». Y así es como el autoengaño todavía se especializa más y se convierte en un término llamado mixtificación. Ésta es la versión más extrema del autoengaño, donde quien se cree el cuento lo adopta enteramente como su gran y última verdad, en grados inimaginables. El cuento se vuelve su historia real.

En este sentido, el autoengaño o mixtificación se refiere a la peor y más compleja de las formas que hay en las faltas a la verdad: cuando nos engañamos a nosotros mismos, cuando nos creemos una «verdad» acerca de algo que no es congruente con nuestra entera realidad, pero sí va acorde con nuestro sistema de homeostasis interno para sentirnos mejor.

El célebre pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés Donald Woods Winnicot (Reino Unido, 1896-1971) lo describe como un «Yo falso» que todos poseemos, digamos que es un autoengaño natural integrado que aparece cuando la realidad es tan amenazadora y frustrante para encararla, que nos construimos un cuento de fantasía, entonces el Yo lo constituye como verdad para poder continuar lo más ajustadamente posible.

Realmente resulta muy complejo definir las fronteras del autoengaño, simplemente basta con tratar de encuadrar en un contexto objetivo la palabra «realidad»: ¿qué nos dice realmente cuál es la realidad?, más aún si estamos sujetos a infinitos canales de percepción o sujetos a nuestra limitada biología en un universo que es mucho de lo que alcanzamos a percibir.

En teoría, lo que conocemos como realidad es un autoengaño que se escapa de nuestras manos, empezando por la forma más primaria que tenemos de autoengañarnos, el contenido onírico por excelencia: los sueños; y si como dice Calderón de la Barca, La vida es sueño, por lo tanto, ¿la vida como la percibimos es un entero autoengaño?

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Fragmento de La vida es sueño,

de Pedro Calderón de la Barca

Pero no nos iremos a temas tan complejos, nos quedaremos con mirar la complejidad de la realidad percibida por nuestros cinco sentidos desde la visión más objetiva posible, y con menos filosofía que amenaza con perdernos en ese frenesí.

Regresando a la superficie del autoengaño, cuando se da, es justo el momento en el que parece que el ego no puede soportar una realidad. Esa es la razón por la que el autoengaño se toma su acomodado lugar dentro de la psique humana, porque le conviene, porque el ser humano no puede siquiera osar enfrentar una realidad y la negación en su máxima expresión es el recurso más fuerte que tendrá para aferrarse al cuento que ha decidido contarse sobre sí mismo y todo lo que lo rodea.

El científico Robert Trivers dice que la calidad del autoengaño ha ido aumentando como un acto de supervivencia para la mentira, ya que ésta o el mismo engaño no pueden mantenerse «vivos» eternamente en un ser. Él se refiere a que mantenerse con todos los procesos verbales y no verbales, que se involucran en la conciencia para sostener una mentira, resultan a la larga realmente agotadores y por lo mismo la verdad puede ser descubierta —tarde o temprano— por la parte engañada. Al ser esto una amenaza para quien miente o engaña, la persona llega al grado de autoengañarse para terminar de poner todo su cuerpo en una modalidad de mentira entera autoasumida, y así proyectar desde todas sus formas de proyección que lo que dice es verdad. Complejo y maquiavélico, ¿verdad?

Trivers también menciona: «La función capital del autoengaño es poder engañar más fácilmente a otros, por cuanto la credulidad en el propio cuento lo hace más convincente para los demás». Sin embargo, y para desgracia del autoengañado, esto no asegura engañar al otro (ni siquiera se lo cuestiona, se traga todo el cuento entero, tanto, que basta con que él se lo crea), en muchas ocasiones es evidente que la persona se está autoengañando sin tener consecuencias funestas sobre los demás.

Lo más triste es cuando vemos desde fuera esta realidad, porque al final el que realmente se está haciendo daño es el que se cree su propio cuento, el que se construye la historia incorrecta y todavía se la cree como si fuera la última verdad, afirmando estoicamente lo que asimila que es. Este comportamiento sólo habla de la enorme tristeza, vacío, falta de amor y aceptación del que se está autoengañando, y se muestra

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