Prólogo
Victoriano Salado Álvarez: una vida de libros
Sólo entre libros vi siempre a don Victoriano Salado Álvarez, entre libros, su ambiente natural.
Artemio de Valle-Arizpe,
Don Victoriano Salado Álvarez
y la conversación en México
Vida y obra
El 13 de octubre de 1931 Victoriano Salado Álvarez fallecía en su departamento ubicado en la calle Tabasco, en la colonia Roma de la Ciudad de México, debido a una septicemia causada con lo que bien pudo haber sido una “muela matriculada”, como El Pensador Mexicano Fernández de Lizardi expresaba en boca del Periquillo e irónicamente Victoriano toma como motivo de uno de los cuentos de esta recopilación.1 Símbolo de amor, como lo es en aquella pieza que nuestro autor dedica con fino sarcasmo a la profesión dental, es símbolo a su vez de muerte en alguien que, para seguir con las comparaciones, siempre fue un escritor incisivo, de mordedura franca y afilada. Cultivado humanista, por momentos teólogo, por momentos anticlerical, liberal convencido y antirrevolucionario, apasionado mexicanista en el exilio, hombre de libros y observador activo de la vida pública de su país, polemista al tiempo que espiritual, don Victoriano fue un escritor que siempre tuvo una relación ambigua, y un tanto amarga o tormentosa, con el destino. Entre libros había estado su vida entera y ese día de octubre entre ellos yacía tendido; los “viejos amigos de tantas vigilias, ahora le velaban el hondo sueño…”2
El 30 de septiembre de 1867, a poco más de tres meses del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo en el Cerro de las Campanas, en un pueblecillo de los Altos de Jalisco llamado Teocaltiche nacía Gerónimo Victoriano Salado Álvarez, primer nombre éste que, según sus palabras, “me habría gustado haber recibido”3 de acuerdo con el santoral de ese día. Otra de las ironías de su vida: al parecer nunca se dio cuenta que la fe bautismal le había destinado el mismo que al célebre traductor de la Biblia llamada Vulgata.4
Criado en una familia humilde pero ilustrada, en un pueblo en el que perduraba un fuerte nacionalismo liberal por haber resistido a los franceses en 1864, nuestro autor despertó su temprana afición por los libros merced a su “santísima madre”, que enseñó las letras al niño Victoriano con el “Silabario de San Miguel”, uno de los métodos de lectura más usados en el México del siglo XIX. Poco faltó para que dominase el “arte de decorar” —como se llamaba a la capacidad de juntar las letras de coro o de corrido— en una de sus visitas a casa del abuelo paterno, también de nombre Victoriano, con las Cartas de relación de Hernán Cortés. Esta experiencia marcó su vida a los escasos tres o cuatro años de edad y le abrió, como él mismo confiesa, “las puertas del cielo”,5 un cielo tan estrellado que le hizo brillar “el tesoro que tanto había ambicionado […y] que había de explotar durante mi vida entera”.6
Viendo en esto el presagio de una temprana comunión, su madre y su abuela paterna le pusieron al alcance la tradicional colección de libros piadosos: “un libro trunco llamado Vida y Excelencia de Nuestra Señora la Virgen María”,7 que el niño Victoriano descifraba todas las tardes con diletante emoción, junto a la Religión demostrada, de Jaume Balmes, Los gritos del infierno, de Joseph Boneta o La familia regulada, del padre Arbiol, además de memorizar la vida del santo de cada día en el Año Cristiano Mexicano, del editor José M. Fernández de Lara. Ello no impidió, no obstante, el contacto con la literatura ilustrada de su abuelo paterno, viejo escribano liberal, ardiente defensor del pueblo en tiempos de la Intervención, de cuya biblioteca el inquieto Victoriano se las ingenió para hacerse con la llave. Revistas literarias como El Museo Mexicano, de Ignacio Cumplido, órgano literario de la Academia de Letrán; colecciones de periódicos como El Siglo XIX, de Cumplido, o El Monitor Republicano, de Vicente García Torres; novelas como Malvina, de Sophie R. Cottin; Pablo y Virginia, de Jacques-Henri Bernardin de Saint Pierre, u otras como Red Gauntlet, de Walter Scott, El manto verde de Venecia o Cándido, de Voltaire, sus primeros acercamientos con la novela histórica y filosófica, fueron poco a poco forjando su temple ideológico y literario, fungiendo como “minas cargadas con que derribaba el edificio que había alzado la piedad de mi abuela”.8
Contaba con escasos ocho años de edad y ya había salido de su tercera escuela, a petición expresa del profesor a sus padres: “nada más tenía que enseñarme”,9 recuerda Salado de su modesto mentor Francisco Gómez Carrión. Al año siguiente ingresó al colegio fundado por el cura local José María Rodríguez y arraigó su afición por la cultura clásica sembrada por su difunto abuelo, “excelente poeta latino”,10 de quien se había encontrado el borrador de una traducción a O Navis, de Horacio. Debido tanto a su abuelo como a Rodríguez y al cura José María Galaviz —del mismo colegio— el niño, casi adolescente Victoriano, se inició en complejas traducciones de Virgilio, de Juvenal y de Cicerón, entre otros, descubriendo una más de sus grandes vocaciones: la de latinista y filólogo clásico, que seguirá cultivando hasta sus últimos días si bien no con la destreza e inquietud de espíritu de esos años de formación: “Ya necesito diccionario —confiesa en sus Memorias— para traducir pasajes que antes habría leído ‘a libro abierto’ y sólo afronto con serenidad el latín de la Biblia o el de alguna ley; pero como perfume que contuvo un ánfora antigua, conservo el recuerdo de mi niñez, que me sirve en las tareas diarias y aprovecho como línea de conducta”.11
Sus credenciales en este colegio, pero sobre todo su habilidad para traducir “de corrido” una epístola de Cicerón, le merecieron un lugar en el Liceo de Varones de Guadalajara, ciudad adonde el joven Victoriano emigró a los catorce años, en 1881. Entre los estudios de Teología en el Seminario Conciliar —que prefería su madre— o las opciones disponibles en el Liceo de Varones: Medicina, a la que se veía entonces como “la profesión más noble, más bella y más lucrativa”,12 y Derecho —discreta predilección del padre—, Victoriano se inclinó por esta última. Se licenció y rápidamente se incrustó en los círculos literarios tapatíos con gentes como Esther Tapia de Castellanos, Manuel Puga y Acal, José López Portillo y Rojas, Enrique González Martínez, Manuel Álvarez del Castillo, y otros, que poco a poco le fueron abriendo las puertas del periodismo en órganos como El Diario de Jalisco, Juan Panadero, El Correo de Jalisco, Flor de Lis, La República Literaria y, a partir de 1896, como corresponsal del recién fundado El Imparcial, de Rafael Reyes Spíndola, que le abriría a su vez las puertas de la capital de la República.
Un talento precoz, un entendimiento maduro, una memoria prodigiosa o un fruto “cortado verde”, como decía al hablar de aquellas dotes don José María Vigil cuando se le preguntaba acerca de su paisano, tenían que producir, además de una niñez “reservada y escéptica antes de tiempo”,13 un nombre que a temprana edad había alcanzado amplio reconocimiento en el firmamento literario. Con tan solo treinta años, Salado Álvarez protagonizaba casi en solitario una férrea polémica contra algunos de los más prestigiosos escritores de su tiempo: Salvador Díaz Mirón, Bernardo Couto, José Juan Tablada, Amado Nervo, Jesús E. Valenzuela, y otros, que le atajaron en nombre del naciente modernismo mexicano. La postura de nuestro autor en favor de un realismo literario de cuño balzaciano o galdosiano, y del nacionalismo de Ignacio Manuel Altamirano, fue reunida en su primera obra De mi cosecha, en 1899. Dos años más tarde aparecería aún con pie de imprenta en Guadalajara —pero con el pie físico de su autor en la Ciudad de México— De autos. Cuentos y sucedidos, amena colección de relatos breves, que alimentan buena parte de esta compilación. Estas dos obrillas —sus primeras— valieron la atención de uno de los más eminentes editores del entresiglos XIX y XX mexicano: el catalán Santiago E. Ballescá.
Encargado de la monumental épica de la historia liberal mexicana escrita en cinco tomos, México a través de los siglos (1882-1887), coordinada por Vicente Riva Palacio; así como de la positivista México, su evolución social (1900-1902), de Justo Sierra Méndez, y de la publicación póstuma de El Zarco, de Altamirano (1901), el editor catalán puso enseguida los ojos en el recién llegado para encomendarle, en 1902 —a sus escasos treinta y tres años de edad—, la difícil tarea de “popularizar” gran parte del contenido de los últimos dos tomos de la obra dirigida por Riva Palacio,14 esto es, el período histórico que va de la última dictadura de Santa Anna hasta el fin del Segundo Imperio (1851-1867), en una novela histórica que el jalisciense, siguiendo los pasos de Walter Scott, de Manuel Fernández y González, pero sobre todo, de Benito Pérez Galdós, titulará Episodios nacionales mexicanos, divididos en dos grandes series de tres y cuatro tomos, respectivamente.
Concluida esta saga en 1906, nuestro autor se dedicó a atender cargos públicos, sobre todo en la diplomacia. De 1908 a 1909 fue llamado como primer secretario de la Legación Mexicana en Washington; en los comienzos de la Revolución Mexicana Francisco I. Madero lo nombró ministro plenipotenciario de las repúblicas de Guatemala y El Salvador. Fue enviado a Brasil a finales de 1912, donde ejerció como embajador hasta que en octubre de 1914 Venustiano Carranza disolvió el cuerpo diplomático y nuestro autor se quedó sin empleo.15 Comenzó así un largo peregrinar de cerca de ocho años en el cual tuvo que alimentarse, principalmente, de lo que en uno de sus artículos llamó “el pan amargo del destierro”.16
Salado comenzó su exilio en Europa en diciembre de 1914 con la intención de reunirse con su familia en Bruselas, a la que había sorprendido el inicio de la Primera Guerra Mundial. Se trasladó luego a España donde permaneció poco más de un año, para partir a América entre finales de 1915 y principios de 1916. Estuvo en La Habana unos meses antes de instalarse casi dos años entre Costa Rica, Honduras y El Salvador. En octubre de 1918 —enfermo y sin recursos— se embarcó a San Francisco, California. Poco tiempo habría de pasar para que la vida comenzara a sonreírle sutilmente, cuando la noticia del asesinato de Carranza en mayo de 1920 irrumpió sobre su mesa con el añorado tema del fin del destierro. Sin embargo, por diversas circunstancias, Salado Álvarez no regresaría a México hasta casi tres años después, embarcándose el 3 de mayo de 1923.17
Durante su estancia en la capital de Estados Unidos como primer secretario de la Legación Mexicana, Salado Álvarez cultivó otra de sus principalísimas vocaciones: la de historiador. En Washington dio a luz trabajos como La conjura de Aaron Burr y las primeras tentativas de conquista de México por americanos del Oeste (1908), así como Breve noticia de algunos manuscritos de interés histórico para México, que se encuentran en los archivos y bibliotecas de Washington, D. C. (1909). Escribió más tarde El tratado de Florida y los límites de Texas (1913), La guerra de Texas y la esclavitud (1916) y Méjico peregrino: mejicanismos supervivientes en el inglés de Norteamérica (1924) —su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua—, obras todas ellas que lo consagran entre nuestros autores mexicanos como un “pionero de los estudios sobre las relaciones con los Estados Unidos”, tal como lo definió cabalmente el historiador Álvaro Matute en una conferencia que nunca llegaría a pronunciarse.18
Características generales de los relatos
Los enfrentamientos a que se aludía en la primera formación de Victoriano entre libros de devoción y su vivencia de las prácticas religiosas de su tiempo contra la ideología liberal ilustrada, seguida en su mayoría por él, tienen eco en relatos como “El violín”, “La confesión de la samaritana”, “Lo que todos quieren”, “La pertinacia o el perico” y “El crimen de fray Cenobio”, en los que el narrador satiriza los excesos en las costumbres del clero para justificar el desenlace victorioso de uno de los dos bandos en la Guerra de los Tres Años (1857-1859). La crítica es más mordaz por la vívida ambientación plena de referencias teológicas y locuciones latinas, principalmente bíblicas, manejadas por Salado Álvarez con elocuencia.
Esta guerra es también retratada desde otras ópticas, como la del bandolerismo, en “Una hazaña de las muchas de don Antonio Rojas”, o la del incipiente “feminismo” —o el realce protagónico de la figura femenina— en “Feminismo en acción”, “Las nalgadas” o “Cuando ellas quieren”, instalada ésta en el ambiente semiurbano de la Ciudad de México posterior a la Intervención Francesa. La figura femenina, desde el punto de vista de la violencia, la desgracia o la desventura, y la sobreposición a éstas por el tesón o el vigor combativo connaturales a la mujer, está presente en textos como “La novela de Micaela”, “El quince de Ramona” y “Por correo”, estas dos últimas con una interesante amalgama estilística entre el cuento y el género epistolar. Un caso análogo, pero bajo un enfoque inverso, que retrata la impasibilidad del hombre ante su situación —por aludir al célebre título de Manuel Payno— es “El gurrumino”, que trata el tema siempre vigente, conflictivo desde una perspectiva moral, de la separación conyugal y el ejercicio irresuelto de la libertad.
Los vínculos entre la Literatura y el Derecho aparecen magistralmente trazados en “De autos”, primer cuento de esta recopilación, y que da título al único libro sobre el género publicado en vida por el autor. Este texto ha merecido un análisis en otra parte, que lo muestra como “esencialmente novedoso”, toda vez que entre otras cosas incorpora, desde la práctica literaria, a “un género no literario ni periodístico, un género o práctica discursiva importante para la regulación de las relaciones humanas cuando éstas entran en conflicto”.19
La experiencia del exilio y la guerra los encontramos en “El día que cayó Amberes” y “El tiro de gracia”, ambos con narrador en primera persona, con el marco histórico de la Primera Guerra Mundial y temporalizados en 1914. El primero es una especie de crónica de lo vivido por Victoriano en su cruce por Bélgica rumbo al puerto de Ostende, donde el escritor habría de reunirse con su familia para tratar de mantenerlos a salvo de la guerra; el segundo, un cuento sobre las atrocidades de un general a bordo de un vapor rumbo a El Salvador, relatadas al narrador real por un alemán en su huida de la guerra europea.20
Los conflictos de Salado Álvarez contra los gobiernos revolucionarios que lo enviaron al exilio, sobre todo contra el cinismo, los abusos de poder, la política clientelar y el oportunismo ejercidos por algunos miembros de esa clase política, los encontramos en relatos como “Un empleado modelo”, “El arte de la adulación”, “Uno que no merece ser diputado” y “También come coladuras…”, cuento este último que, para acentuar la crítica, emplea recursos y elementos discursivos de la fábula.
Cierra este tomo un texto correspondiente al género antiquísimo —cultivado por pensadores clásicos como Luciano o Platón— del diálogo, específicamente el “diálogo de muertos”, en el que dos “perínclitos” historiadores discuten para tratar de zanjar un tema abierto por muchos años —aún irresuelto en los tiempos de Victoriano—: el caso del paradero de los restos de Hernán Cortés y su polémica figura en la historia de México, entre el cronista Bernal Díaz del Castillo y el historiador insurgente Carlos María de Bustamante. La “apertura” del tema de la discusión corresponde con la “apertura escénica” en que concluye la pieza, que por su maestría merece citarse: “La luz de la aurora que envolvía a las dos figuras fue oscureciéndose, desaparecieron los interlocutores y nadie sabe si aquello fue sueño o realidad…”.
Entrecruces con la experiencia:
dos casos de encuentro autobiográfico
Muchos de los textos de esta antología cuentan experiencias del propio autor o incluso describen algo de sí mismo. Sin embargo, hay dos casos emblemáticos por su extensión y por su alto contenido autobiográfico: “Cómo murió Gaspar Hauser” y “El desterrado”; las dos, presentadas como novelas cortas que describen “en clave”, es decir, bajo la máscara de la ficción, distintos aspectos del “rostro” de Victoriano.
“Cómo murió Gaspar Hauser” relata los primeros años de vida del escritor ante aquel “cielo estrellado” de la biblioteca paterna que maravillaba tanto a Victoriano desde niño: la narración linda en lo hiperbólico, pero es probable que hubiese correspondido de manera fiel con la infancia del jalisciense de no haber sido por la audacia de su primo David y el gusto por las narraciones extraordinarias de su nana Albina, según lo cuenta él mismo en sus Memorias:
De las numerosas obrillas que ha producido mi pobre ingenio, pocas estimo más que una novelilla corta llamada Cómo murió Gaspar Hauser. Quise pintar en ella lo que habría sido mi existir si hubiera sido exclusivamente libresco, entregado a la terrible disciplina de la filosofía francesa del siglo XVIII. Vinieron a prestarle dos alas el gusto por la vida activa que me infundió David y el grano de ensueño que diluía mi nana en sus narraciones incomparables.21
A guisa de ejemplo de estos paralelismos: 1) el protagonista Gaspar Juárez —reflejo del propio Salado— habita en una casa denominada casa pinta, justo el nombre de la casa en que se supone nació Victoriano en Teocaltiche —hoy la Casa de la Cultura local—; 2) de chiquillo Gaspar pasa las horas “hurgando en viejos baúles” las colecciones de El Ómnibus y El Sol, periódicos conservadores de la capital de poco más allá del segundo cuarto del siglo XIX. el niño Victoriano hacía lo propio con El Siglo XIX y El Monitor Republicano, diarios liberales que circularon sobre todo durante el tercer cuarto de ese siglo; 3) Gaspar, como Victoriano, por ánimos maternales es impulsado al sacerdocio mediante libros de devoción; 4) ambos descubren la biblioteca del difunto abuelo —Gaspar escala un librero grande; Victoriano consigue una llave— en la que dan con la mina de los ilustrados franceses: La nueva Heloísa, de Rousseau, el Diccionario filosófico y sobre todo Cándido, de Voltaire; 5) ambos hacen presa del escepticismo filosófico y gala —Victoriano hasta cierto punto, quizá en sus mocedades— de vana erudición; 6) ambos crecen sobreprotegidos por figuras femeninas, especialmente la abuela, y 7) los dos son de naturaleza débil y enfermiza.
“El desterrado”, por su parte, el más extenso de todos los textos incluidos en esta antología, narra la experiencia del destierro al que fue sometido Victoriano, fuese voluntario u obligatorio:22 1) Celso Sandoval, rico comerciante del Bajío guanajuatense, por temor a las huestes carrancistas se traslada a Veracruz, de donde parte en buque a fines de 1914 con dirección a Texas. Victoriano lo hace a Europa por los mismos meses; 2) en el relato Celso es retratado como un “científico”, mismo grupo de poder político-económico al que perteneció Salado; 3) de los lugares en los que Celso peregrina en su destierro tiene largas estancias en San Antonio, San Francisco y Los Ángeles, destinos también del exilio norteamericano de Salado Álvarez.
Por lo demás, este relato constituye un testimonio literario interesantísimo, de valor casi documental, sobre una realidad tan desgarradora como cotidiana en el México actual. El éxodo mexicano, especialmente sensible desde los tiempos en que se sitúa esta novela corta, según era definida por el propio autor,23 no ha cesado de multiplicarse en cantidad con relativamente poca variación cualitativa, aspecto que puede detectarse con claridad en el texto del jalisciense: como si el tiempo no avanzara en esa dimensión oscura y sinuosa de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, esta breve novela nos muestra su particular vigencia en perspectiva.
Salado Álvarez en el canon literario mexicano
Por muchos años nuestro autor, como él mismo decía de otro casi contemporáneo suyo, “durmió el sueño de un olvido injusto”,24 del que entre bostezos despertaba para replegarse de nuevo en esa “densa sombra” en que le mantenía la patria literaria mexicana. Veinticinco años habían transcurrido de su muerte hasta que en 1956 las dos Academias a las que perteneció, la Academia Mexicana de la Lengua y la Academia Mexicana de la Historia, organizaran un homenaje que por distintas circunstancias no se realizó, pero que culminó con la edición de algunos fragmentos de su obra histórica, a la que se daría el título de Rocalla de historia y, un año más tarde, de su obra lingüístico-filológica, bajo el título de Minucias del lenguaje, las dos provenientes de las respectivas columnas con que el jalisciense firmaba en Excélsior (con ligeras variantes en los títulos) entre 1924 y 1931. Ambas fueron publicadas por la Secretaría de Educación Pública. Poco más de diez años después sobrevino el centenario de su natalicio, en 1967, y el nombre de Victoriano fue elogiado en el Teatro Degollado de su amada Guadalajara por personalidades como Salvador Novo, José Luis Martínez, Francisco Monterde, Carlos González Peña, Alfonso Junco, Andrés Henestrosa, entre otros.
Pasó el tiempo, sin embargo, y esa “despiadada sombra” se posaba amenazante sobre él, “traza morisca […], semejante a un caballero español de aquellos que pintaron el Tiziano o el Greco”,25 al punto de “sepultarle definitivamente”,26 de no haber sido por el tesón inexpugnable de su propia familia, primero en la persona de su hija Ana Salado y, a la muerte de ésta, de su nieta Ana Elena Rabasa Salado Álvarez, quienes hacían suceder ediciones, una tras otra, del vastísimo e inédito legado de su ilustre progenitor, con tal de que su obra “por virtud de quedar, más y más se enalteciera”.27
Y así ocurrió, felizmente, para las letras mexicanas. Ahora, a poco más de 150 años de su natalicio, Salado Álvarez espera ocupar un lugar en ese estante literario nacional que se le había negado a quien justo había luchado tanto por mantener abierto el ideal del Maestro Altamirano. Recién publicado El Zarco en edición póstuma de 1901 por la Casa Editorial Ballescá, Salado se apresuró a escribir la primera reseña a ésta que consideraba “magna obra de la literatura nuestra”:
si amas a México, [lector], y quieres conocer sus orígenes, enterarte de su historia y saber sus antecedentes, compra [este libro…] pues ni en los libros “profesionales” te encontrarás con la descripción de un estado social como la que te hallarás en estas pocas páginas. […] Cuando se lee la historia oficial, esa cortesana que busca sólo el arrimo de príncipes y de grandes, se ocurre preguntar: ¿Y los pequeños? ¿Y los humildes? ¿Qué hacían? ¿Cómo vivían? ¿De qué se ocupaban?
Cuando leo las hazañas de los Césares, los Pompeyos y los Napoleones, busco al través de batallas y encuentros, de coronaciones y matrimonios de príncipes, al pueblo, al eterno paciente, labrando la tierra, hilando, cavando, formando la fortuna pública que los otros se complacían en destruir […]
Se necesita sentir [esto] para poder apreciar el verdadero valor de este libro-monumento, en que el Maestro realizó gran parte de su ideal literario: el cultivo y estudio de lo que el país tiene de hondo, de espontáneo, de propio, y, en consecuencia, de bello.28
Pese a la opinión que merezcan sus posturas políticas antirrevolucionarias —que lo condujeron al exilio— y aquéllas sostenidas en sus polémicas literarias, dos cosas no pueden reprochársele a Salado Álvarez: 1) la de ser un “signo de su época”, fundamental para entenderla en su evolución cultural e histórica, y 2) la de nunca dejar de voltear a México, la de ser un escritor, antes que cualquier otra cosa, eminentemente mexicano: “Mexicano medular. Mexicano por los cuatro costados”, como le describe Alfonso Junco “con emoción”:29 uno que tanto hizo por la construcción de la síntesis de una identidad nacional mediante la lengua y la literatura. Para citar las palabras del regiomontano in extenso:
Nuestra historia, nuestras letras, nuestras costumbres, nuestro folklore, son su preocupación y su entusiasmo. Pocos tan universales en su cultura; pocos tan nacionales en su propósito. Lo mismo si se abisma en la literatura peninsular o francesa, que si se hunde en los archivos norteamericanos, es siempre México lo que está en su intención y en su pensamiento. Hasta en su estilo, señaladamente castizo y de hispano sabor, gusta sembrar a manos llenas giros, proloquios y modismos típicamente nuestros: dijérase a veces que pasan por sus libros, como cogidas del brazo, las sombras de Don Quijote y Periquillo.30
Otro escritor neoleonés, Nemesio García Naranjo, decía del de Teocaltiche que “nació con un alma clásica”,31 para caracterizar su temple sereno, su estilo sosegado, su paciencia expresiva, su infinito aplomo por el universo inagotable de los libros. Pero también podríamos describirle así por el diálogo que sus relatos sostienen, dentro de un mundo “típicamente nuestro”, con esos autores que denominamos “clásicos”: Virgilio, Horacio, Séneca, Dante, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, Tirso, Voltaire, Rousseau, Balzac, Zorrilla, Pérez Galdós y un largo etcétera…, cuyas “sombras” desfilan como “cogidas del brazo” a través de cuentos como los que el lector podrá encontrar en esta antología.32 Diálogos de/con otros tiempos que buscan fusionar en los relatos lo intemporal con aquello que caracteriza al apasionado, febril, cambiante, espíritu de lo nacional.
Si decimos con Italo Calvino que clásicos son aquellos libros o autores “que nos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado”,33 se podría decir que pocos autores practican esa divisa en su literatura de modo tan elocuente como Salado Álvarez. Tan interesante el literato como el hombre, al margen de la comunión que se profese con sus ideas políticas o estéticas, para tomar otra definición de Calvino, “no [se] puede ser indiferente [ante él] y sirve para definir [a aquel que lo lee] en relación y quizás en contraste con él”.34 Narrador erudito, realista e imaginativo, historiador de actualidad, periodista y polemista, político, pero más que de tribuna o de discursos, de gabinete entre libros, fue “una personalidad extraordinaria y poliédrica en el arte literario”, según lo definió en el Prólogo a sus Memorias Carlos González Peña.35 Lejos de compararlo con un nombre como aquellos a los que Victoriano veneraba tanto en sus relatos, quizá sea momento de restaurar esa deuda histórica, particularmente la que nuestra historia literaria ha contraído con este jalisciense, y situarlo en el lugar que le corresponde dentro del canon literario nacional.
ALEJANDRO SACBÉ SHUTTERA
Ciudad Universitaria, Cd. de México,
Noviembre de 2018
1 Véase “Reliquia de amor”, pp. 49-53, en este volumen.
2 Junco, “Evocación de Salado Álvarez”, en Ábside, 1967, p. 247.
3 Salado, Memorias, I, p. 68.
4 San Jerónimo fue el autor de la traducción al latín de los Evangelios de La Biblia, escritos originalmente en griego. Se le conoce como el santo patrono de los traductores. // Debo copia certificada del acta parroquial al historiador y cronista de Teocaltiche don Nicolás de Anda, a quien agradezco esta información.
5 Salado, Memorias, I, p. 74.
6 Salado, Memorias, I, pp. 72, 74.
7 Salado, Memorias, I, p. 73.
8 Salado, Memorias, I, p. 75.
9 Salado, Memorias, I, p. 104.
10 Salado, Memorias, I, p. 77.
11 Salado, Memorias, I, p. 108.
12 Salado, Memorias, I, p. 235.
13 Salado, Memorias, I, p. 76.
14 El proyecto México a través de los siglos, editado por Ballescá, constó de cinco tomos, que corresponden con: 1) Historia antigua y de la Conquista (hasta 1521), por Alfredo Chavero; 2) Período colonial (1521-1807), por Riva Palacio; 3) Independencia (1808-1821), por Julio Zárate; 4) primeros años del México independiente (1821-1855), por Juan de Dios Arias y Enrique de Olavarría y Ferrari, y 5) Reforma y Segundo Imperio (1855-1867), por José María Vigil.
15 Luego del golpe de Estado de Victoriano Huerta, en 1913, Salado Álvarez fue enviado con sus credenciales diplomáticas a Argentina, país que se negó a reconocerle por el gobierno de usurpación al que representaba.
16 Salado, “Judios antiguos y modernos”, en La Prensa, 15 de diciembre de 1918, p. 3.
17 “En el vapor ‘Venezuela’, que zarpó anteayer a la una de la tarde para los puertos del Sur, partió nuestro querido amigo el Sr. Lic. D. Victoriano Salado Álvarez, una de las personalidades más salientes [sic] de la intelectualidad mexicana”, en Hispano-América, nota del 5 de mayo de 1923.
18 Con motivo de los 150 años del natalicio del escritor, el 20 y 21 de septiembre de 2017 se programó celebrar unas jornadas conmemorativas en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en las que el profesor Álvaro Matute dictaría la conferencia magistral de la segunda jornada dedicada al “Victoriano historiador”. El título de su conferencia, anunciada y asentada en el programa del evento era: “Victoriano Salado Álvarez, pionero mexicano de los estudios sobre la relación con los Estados Unidos”. Sin embargo, el historiador falleció de forma inesperada una semana antes de los eventos, los cuales debido a una nueva desgracia habrían de cancelarse luego del terremoto que sacudió la Ciudad de México el 19 de septiembre. Un nuevo giro permitió que los eventos fueran reorganizados y celebrados los días 7 y 8 de noviembre de ese año en el propio Instituto de Investigaciones Filológicas y la Coordinación de Humanidades de la misma universidad.
19 Véase Vital, “Introducción” a Narrativa breve, pp. XLIII-XLIV.
20 Es probable que el narrador real, esto es, Victoriano Salado Álvarez, se encontrara en curso de trasladarse a Europa, lo que concuerda someramente con los datos biográficos de que dispongo.
21 Salado, Memorias, I, pp. 82-83.
22 Investigaciones posteriores han determinado que Venustiano Carranza tenía giradas órdenes de aprehensión so pena de muerte a numerosos individuos bajo el cargo de “colaboracionistas del régimen huertista” y “enemigos de la Revolución”. Un memorándum fechado en diciembre de 1914 y firmado por el comandante militar constitucionalista Salvador Alvarado, rescatado por el historiador Mario Ramírez Rancaño, enlista a más de 150 personas, entre políticos, artistas e intelectuales (nombres como Querido Moheno, Federico Gamboa, Nemesio García Naranjo, Emilio Rabasa, Manuel Puga y Acal, José Juan Tablada, Francisco Bulnes, Salvador Díaz Mirón, y otros). Al parecer en esa lista no figuraba Salado Álvarez, como él pensaba, lo que perfila la hipótesis de que el suyo se trató de un destierro voluntario, en gran medida, quizá, “por súbitos e inexplicables temores”, tal como nuestro autor relata de su personaje Celso Sandoval en “El desterrado” —y otro de los aspectos por los que podría verse este texto a través de un “espejo autobiográfico” (véase Ramírez Rancaño, La reacción mexicana y su exilio…, pp. [435]-439).
23 Las entregas periodísticas en La Prensa se titulan “El desterrado. Novela corta”. No se descarta que este paratexto de género haya sido añadido por la redacción del periódico (véase la nota 1 a “El desterrado”, en este volumen).
24 Salado, Memorias, II, p. 9.
25 Carlos González Peña, “Cómo era Salado Álvarez”, en Ábside, 1967, p. 268.
26 Véase González Peña, “Prólogo” a Salado, Memorias, I, pp. 5-6.
27 González Peña, “Prólogo”, p. 5. // Luego de la muerte de doña Ana Elena, en 2004, las bisnietas y albaceas literarias del escritor por partida séxtuple, encabezadas por la mayor de ellas, Jacinta Ruiz Rabasa-Salado Álvarez, tomaron una decisión fundamental en torno a los estudios de este autor, al donar en 2005 sus archivos personales a la Biblioteca Nacional de México.
28 Salado, “Una nóvela póstuma del Maestro Altamirano”, en El Mundo Ilustrado, 14 de julio de 1901, p. 4.
29 Junco, “Evocación de Salado Álvarez”, en Ábside, 1967, p. 247. El primer apartado de este texto de Junco dedicado a quien consideró “su maestro” lo intitula “Emoción de su muerte”.
30 Junco, “Evocación de Salado Álvarez”, p. 247.
31 García Naranjo, “Victoriano Salado Álvarez”, en La Prensa, 16 de octubre de 1931, p. 4.
32 Ermilo Abreu Gómez decía sobre los cuentos de De autos que “pueden considerarse sin duda los de más perfección literaria escritos en nuestro medio” (Abreu Gómez, “V. Salado Álvarez. Episodios nacionales…, en El Hijo Pródigo, mayo de 1945, p. 167).
33 Calvino, Por qué leer los clásicos, p. 13.
34 Calvino, Por qué leer los clásicos, p. 11.
35 González Peña, “Prólogo”, p. 5.
NOTA EDITORIAL
La presente antología consta de veintiocho textos. Veinticinco son piezas de narrativa breve o lo que el autor denominó “sucedidos”; se completa con dos novelas cortas y un diálogo, perteneciente al género o subgénero “diálogo de muertos”. Cinco de ellos fueron publicados en el único libro de cuentos en vida del escritor: De autos. Cuentos y sucedidos, en 1901. Los veintitrés restantes han sido rescatados de distintos periódicos, como La Prensa de San Antonio, El Informador de Guadalajara, El Mundo Ilustrado, El Diario y Excélsior, de la capital del país, entre otros. El Mundo Ilustrado y El Diario, por ejemplo, albergaron la labor del Salado cuentista entre 1900 y
