El plan consigue todo sin comprar nada

Fragmento

El plan consigue todo sin comprar nada

Introducción

Cómo empezamos a comprar
menos y compartir más

Nuestra historia empieza un despejado día de mediados de diciembre en una rara pausa de las tormentas del invierno, en una playa virgen cercana a nuestra comunidad en el Noroeste del Pacífico.

El sol descendía del cielo y propagaba una pálida y amarillenta luz invernal. Nosotras caminábamos a lo largo de la playa con nuestros hijos, observando los cuatro pares de piecitos desnudos atorarse en la arena. Aunque vestíamos abrigos para el invierno, el calor fue suficiente para que los niños dejaran sus zapatos en el automóvil y aceptaran de buena gana la libertad de despojarse de los calcetines de lana y de las botas para la lluvia. Los chicos saltaron descalzos y de puntitas sobre el revoltijo que formaban los troncos de un enorme abeto de Douglas y unos maderos de cedro rojo occidental. Era como si estuvieran en la cuerda floja, en un juego imaginario de acrobacias circenses. El agua ahí era fría y profunda. Una fuerte corriente y olas espumosas nos separaban del nublado contorno de las colinas de Seattle, al otro lado del mar de los Salish.

Nosotras —Liesl y Rebecca— llevábamos un año de ser amigas cercanas y nuestros hijos, que tenían entre cuatro y siete años, eran inseparables y pasaban el día explorando alrededor de nuestras casas. Su intrépido deseo de descubrimiento nos llevó a las costas más salvajes que encontramos en la isla, a una distancia accesible en automóvil. Rebecca es madre soltera y tiene dos hijas: Ava y Mira. Es bloguera y asesora en redes sociales, viene de una familia de activistas y políticos que luchan por el medio ambiente. Liesl es directora de cine especializada en documentales y su lente captura avances científicos y tecnológicos y expediciones para NOVA y National Geographic. En muchos de sus proyectos tiene que viajar con sus dos hijos, Finn y Cleo, y con su esposo, Pete Athans. El amor que compartimos por la aventura y por la naturaleza hizo que estas excursiones a playas invernales se convirtieran en una actividad frecuente. Aquel paseo fue como cualquier otro hasta que Finn se clavó una espina: uno de los riesgos de caminar descalzo en la playa. Liesl retiró la dolorosa púa antes de que las lágrimas destruyeran el alegre tono del día, pero entonces notamos algo más en la planta de su pie… algo que no debía estar ahí. Entre sus dedos había bolitas de espuma de poliestireno y coloridos trozos diminutos de plástico.

Cuando miramos con más atención la arena que estábamos pisando, encontramos un par de discos de plástico de tres milímetros de ancho. Tiempo después descubrimos que se les llamaba nurdles y que eran como gránulos. De hecho, son la materia prima industrial para la fabricación de todos los productos de plástico. No tardamos en darnos cuenta de que estos gránulos cubrían un porcentaje alarmante de la playa que habíamos visitado ese día. Mientras los niños corrían a lo largo de los troncos gritando con alegría por el nuevo juego que habían descubierto y que consistía en no pisar la “arena de plástico”, nosotras enfocamos nuestra mirada en detectar qué otra basura se mezclaba con la arena, las conchas, la madera a la deriva y las algas que nos rodeaban. Descubrimos algunos trozos de plástico aún más perturbadores: jeringas, un soldado verde que Finn estuvo muy contento de añadir a su colección, agitadores de café, tubos de PVC, bolígrafos como el que Cleo tenía en casa, placas de apagadores de luz, un globo de tereftalato de polietileno, de los que se llenan con helio para los cumpleaños y como el que Ava había perdido la semana anterior en la fiesta de una amiga porque se le deslizó entre los dedos, encendedores de cigarros, un juguete de bebé color amarillo brillante como el que Mira recordaba que alguna vez tuvo, defensas de automóviles y aplicadores de tampones. Objetos de nuestra vida cotidiana, fabricados con plástico y llevados hasta la orilla del mar por las olas.

Por supuesto, el plástico había estado ahí todo el tiempo, pero nosotras no lo vimos sino hasta ese momento. Y una vez que lo notamos, ya no pudimos dejar de verlo. Todos esos artículos que usábamos y de los que dependíamos cotidianamente llegaban a nuestras playas y se ocultaban a plena vista. En realidad no se habían apoderado de la playa, más bien se estaban volviendo parte de ella.

Consideramos que ese día —dos años antes de lanzar Buy Nothing, un proyecto comunitario con un impacto cada vez mayor que ahora tiene más de un millón de miembros y la asombrosa cantidad de 6,000 voluntarios— fue el principio de una travesía hacia no comprar nada. De pronto, en una pequeña isla nos topamos con una anécdota que en realidad era un enorme problema mundial, y eso nos inspiró a ejercer un cambio social para combatir la realidad del desperdicio excesivo y de los plásticos en nuestro medio ambiente.

¿Pero qué significa no comprar nada? Dicho llanamente, es una filosofía que afirma que la clave para una vida significativa y abundante en un planeta sano consiste en intentar toda alternativa posible antes de comprar algo que uno quiera o necesite. Es una filosofía a la que le hemos estado dando vida a través del proyecto Buy Nothing, un colectivo social de economías de compartición locales, es decir, una alternativa a la economía de mercado de la que la mayoría de la gente depende. En la economía de compartición las personas comparten con sus vecinos, algunos miembros “piden” lo que necesitan en lugar de comprarlo, y otros “dan” dichos artículos en lugar de tirarlos a la basura. Por supuesto, son artículos que se han usado con cuidado o muy poco. Lo que comenzó como una revelación en la playa hace algunos años se tradujo en vecinos compartiendo en docenas de países sus cosas y su talento a nivel local, y dispuestos a mantener a raya el consumismo innecesario. Para nosotras, sin embargo, no comprar nada significa mucho más.

No comprar nada, premisa del proyecto Buy Nothing, es un cambio de mentalidad, un recordatorio de lo cierto que es el viejo dicho: “La basura de un hombre es el tesoro de otro”, de lo importante que es darle un nuevo hogar y una nueva vida a un artículo que alguna vez se amó, pero ahora ya no se usa, en lugar de condenarlo al ático, la cochera o, peor aún, al bote de la basura. De cierta forma, no comprar nada es un cambio para regresar a las costumbres de nuestros abuelos, a la forma en que la gente vivía en la época previa a las compras en un clic: cuando, si se te acababa el azúcar o te quedaba poco combustible para la podadora de pasto, le llamabas a un vecino.

Muchos nos hemos vuelto personas insatisfechas, gente que desea mucho más de lo que necesita. Hemos olvidado los días en que usar el vestido de novia de tu madre o de tu abuela no sólo era aceptable, también era una costumbre. Nuestro apetito de más nos cuesta una fortuna y está teniendo un efecto fatídico en nuestra cartera y en el medio ambiente. Para nosotras, descubrir plásticos acumulados en la orilla del mar fue una llamada de atención,

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos